En un reciente comunicado conjunto, cinco obispos españoles se pronunciaron sobre diversas “formas de espiritualidad”, como el yoga, el reiki o el tarot, y su relación con el cristianismo.
En su carta pastoral conjunta de Pentecostés 2017, sobre los “desafíos contemporáneos de la educación”, los obispos españoles advirtieron que “asistimos a la proliferación de nuevas formas de espiritualidad”.
“La indiferencia religiosa puede hacer que no se valore adecuadamente la formación religiosa e incluso que no se entienda que la asignatura de Religión, libremente asumida, no es un elemento discordante en la tarea educativa, sino que constituye un bien y forma parte de una educación verdaderamente integral”, señalaron.
Firman el comunicado el Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela, Mons. Francisco Pérez González; el Obispo de Bilbao, Mons. Mario Iceta; el Obispo de San Sebastián, Mons. José Ignacio Munilla; el Obispo de Vitoria, Mons. Juan Carlos Elizalde; y el Obispo Auxiliar de Pamplona y Tudela, Mons. Juan Antonio Aznárez.
Citando la “Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana” de 1989, firmada por el entonces Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Joseph Ratzinger –hoy Papa Emérito Benedicto XVI–, los obispos españoles señalaron que “algunas variedades de yoga, de zen o de meditación oriental y otras propuestas análogas de armonización entre meditación cristiana y técnicas orientales ‘deberán ser continuamente cribadas con un cuidadoso discernimiento de contenidos y de métodos, para evitar la caída en un pernicioso sincretismo’”.
Los obispos advierten
Sin embargo, advirtieron que “el reiki, el chamanismo, el tarot y la videncia, o la nueva era y similares son incompatibles con la auténtica espiritualidad cristiana, por lo que es preciso distinguir claramente estas realidades de una genuina experiencia cristiana”.
Los obispos subrayaron que “en la sociedad plural y secularizada en la que vivimos y desde la concepción cristiana de la persona en la que creemos, entendemos que el misterio del ser humano encuentra su sentido desde el misterio de Dios y se ilumina por el acontecimiento de Jesús de Nazaret”.
“Este misterio y este acontecimiento iluminan la tarea de educar personas responsables, competentes, compasivas y comprometidas”.
Los obispos destacaron además que “la relación con Dios, inscrita en el corazón humano, conocerle y amarle llena de sentido la propia existencia y fundamenta la fraternidad humana y el desarrollo de una sociedad y un mundo más justo y solidario”.
Una demostración evidente de esta venida son los siete Dones del Espíritu Santo, disposiciones permanentes o capacidades que Dios concede y que hacen a la persona dócil y dispuesta a seguir los impulsos del mismo Espíritu. Los Dones pertenecen en plenitud a Jesús, el Mesías, quien los comunica a sus discípulos por la fe, la oración y los sacramentos. Jesús dijo que “a vosotros os conocerán por vuestros frutos” y San Pablo (Gálatas 5, 22-23) señala que el Espíritu Santo, produce en nosotros los frutos de la Caridad, Alegría, Paz, Paciencia, Comprensión de los Demás, Bondad, Mansedumbre y Dominio de Sí Mismo.
Espíritu de Sabiduría
Este es el Don del buen gusto que consiste en un conocimiento sabroso de las cosas espirituales. Nos hace gustar las cosas de Dios. Sabiduría es ver sabiamente las cosas, no sólo con la inteligencia sino que, también, con el corazón tratando de ver las cosas como Dios las ve y comunicándolas con sabiduría de tal manera que los demás perciban que Dios actúa en nuestra persona: en lo que pensamos, decimos y hacemos.
Espíritu de Inteligencia
Con este Don podemos conocer y comprender las cosas de Dios, la manera cómo actúa Jesucristo, descubrir inteligentemente, sobre todo en las páginas del Evangelio, que su manera de ser y actuar es diferente al modo de ser de la sociedad actual. El Don de la Inteligencia es una luz especial que puede llegar a todas las personas y muchas veces tiene sus frutos en los niños y en la gente más sencilla.
Espíritu de Consejo
Se trata de tener la capacidad de escuchar al Señor que nos habla y tratar de discernir y juzgar las cosas a la luz de la voluntad de Dios. El Don de Consejo nos ayuda a enfrentar mejor los momentos duros y difíciles de nuestra vida, al mismo tiempo nos da la capacidad de aconsejar, inspirados por el Espíritu Santo, a quienes nos piden ayuda, a quienes necesitan palabras de aliento y vida.
Espíritu de Fortaleza
Este Don nos da la firmeza interior necesaria para superar los momentos duros y difíciles de nuestra vida. Muchas veces somos débiles y podemos caer fácilmente en las tentaciones propias de esta sociedad como lo es el dinero, el poder, el consumismo, los vicios.Es justamente allí donde necesitamos el Don de la Fortaleza para pedir al Señor que nos ilumine. El ejemplo de Jesucristo, su pasión y muerte, debe ser para nosotros un auténtico testimonio de fortaleza que nos ha de llevar a superar nuestra debilidad humana.
Espíritu de Ciencia
Este Don nos ayuda a descubrir la presencia de Dios en el mundo, en la vida, en la naturaleza, en el día, en la noche, en el mar, en la montaña. El Espíritu de Ciencia nos descubre nuestro fin sobrenatural y los medios adecuados para alcanzarlo, nos permite discernir entre el bien y el mal y nos hace mirar a las personas y las cosas con los ojos de Dios.
Espíritu de Piedad
El Don de Piedad nos permite acercarnos confiadamente a Dios, hablarle con sencillez, abrir nuestro corazón de hijo a un Padre Bueno del cual sabemos que nos quiere y nos perdona: “Padre Nuestro…”
Este Don nos ha de motivar a la oración y al encuentro profundo con el Señor, a juntarse en la capilla, abrir el Nuevo Testamento y disfrutar de la presencia del Señor en nuestra vida.
Espíritu de Temor de Dios
Aquí no se trata de tenerle miedo a Dios, sino más bien sentirse amado por Él. Este Don nos hace evitar el pecado porque ofende a Dios, por eso cuando se descubre el amor de Dios lo único que deseamos es hacer su voluntad y sentimos temor de ir por otros caminos. En este sentido existe temor de fallar y causarle pena al Señor. Con este Don tenemos la fuerza para vencer los miedos y aferrarnos al gran amor que Dios nos tiene.
Después de que Jesús resucitó de entre los muertos, “se presentó vivo” (Hechos 1,3); a las mujeres cercanas a la tumba (Mateo 28, 9-10), a sus discípulos (Lucas 24, 36-43) y a más de 500 más (1 Corintios 15, 6). En los días siguientes a su resurrección, Jesús enseñó a sus discípulos acerca del reino de Dios (Hechos 1, 3).
Cuarenta días después de la resurrección, Jesús y sus discípulos fueron al monte de los Olivos, cerca de Jerusalén. Allí, Jesús prometió a sus seguidores que pronto recibirían el Espíritu Santo, y les ordenó que permanecieran en Jerusalén hasta que el Espíritu hubiera venido. Entonces Jesús los bendijo, y al dar la bendición, comenzó a subir al cielo. El relato de la ascensión de Jesús se encuentra en Lucas 24, 50-51 y Hechos 1, 9-11.
De las Escrituras se deduce claramente que la ascensión de Jesús fue un regreso literal y corporal al cielo. Se levantó de la tierra gradualmente y visiblemente, observado por muchos espectadores intencionados. Mientras los discípulos se esforzaban por captar un último vistazo de Jesús, una nube lo ocultó de su vista, y dos ángeles aparecieron y prometieron el regreso de Cristo “de la misma manera que lo han visto ir” (Hechos 1,11).
La Ascensión de Jesucristo es significativa por varias razones:
1) Señaló el fin de Su ministerio terrenal. Dios el Padre envió amorosamente a su Hijo al mundo en Belén, y ahora el Hijo estaba regresando al Padre. El período de la limitación humana había terminado.
2) Significó éxito en su obra terrenal. Todo lo que había venido a hacer, había cumplido.
3) Señaló el regreso de Su gloria celestial. La gloria de Jesús había sido velada durante su estancia en la tierra, con una breve excepción en la Transfiguración (Mateo 17, 1-9).
4) Simbolizó Su exaltación por el Padre (Efesios 1: 20-23). Aquel con quien el Padre está complacido (Mateo 17: 5) fue recibido en honor y se le dio un nombre por encima de todos los nombres (Filipenses 2, 9).
5) Le permitió preparar un lugar para nosotros (Juan 14, 2).
6) Indicó el comienzo de Su nueva obra como Sumo Sacerdote (Hebreos 4, 14-16) y Mediador de la Nueva Alianza (Hebreos 9,15).
7) Estableció el patrón para su regreso. Cuando Jesús venga a establecer el Reino, Él regresará justo como Él lo dejó-literalmente, corporalmente y visiblemente en las nubes (Hechos 1,11, Daniel 7, 13-14, Mateo 24,30, Apocalipsis 1, 7).
Actualmente, el Señor Jesús está en el cielo. Las Escrituras frecuentemente lo representan a la derecha del Padre, una posición de honor y autoridad (Salmo 110, 1, Efesios 1,20, Hebreos 8:,1). Cristo es la Cabeza de la Iglesia (Colosenses 1, 18), el dador de dones espirituales (Efesios 4, 7-8), y El que llena todo en todos (Efesios 4, 9-10).
El Papa Francisco advirtió, en la homilía de la Misa celebrada este viernes en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, que no sirve de nada dar testimonio de Jesús si luego se vive como un pagano. Por ello, pidió a los cristianos que sean coherentes.
Memoria
El Santo Padre señaló tres palabras que son como puntos de referencia en el camino cristiano. La primera palabra es la “memoria”. “Para ser un buen cristiano es necesario siempre tener memoria del primer encuentro con Jesús o de los sucesivos encuentros”.
El Papa citó el mandato de Jesús resucitado a los discípulos de ir a Galilea, donde se produjo el primer encuentro con el Señor. “Cada uno de nosotros tiene su propia Galilea”, aseguró el Pontífice.
Oración
La segunda palabra, o punto de referencia para todo cristiano, señalado por Francisco, es la “oración”. La oración es la vía para entrar en comunicación con el Señor, aseguró. “Físicamente, el Señor se alejó, pero permanece siempre conectado con nosotros para interceder por nosotros. Hace ver al Padre las heridas, el precio pagado por nosotros, por nuestra salvación. Debemos pedir la gracia de contemplar el cielo, la gracia de la oración, la relación con Jesús en la oración en este momento de escucha”.
Misión
“Después hay un tercer punto de referencia –continuó el Papa–: el mundo, la misión. Jesús, antes de irse, dice a los discípulos: ‘Id al mundo entero y anunciad el Evangelio’. Ir: el lugar del cristiano es el mundo para anunciar la Palabra de Jesús, para decir que hemos sido salvados, que Él ha venido para dar la gracia, para llevarnos a todos con Él ante el Padre”.
Según explicó Francisco, “un cristiano debe moverse en estas tres dimensiones y pedir la gracia de la memoria: ‘Que no me olvide del momento en el que Tú me elegiste, que no me olvide del momento en el que nos encontramos’. Eso es lo que hay que decirle al Señor”.
“Después, rezar, mirar al Cielo porque Él está para interceder, allí. Él intercede por nosotros. Y por último, ir en misión: no quiere decir que todos debamos ir al extranjero, sino hacer la misión y dar testimonio del Evangelio, y hacer saber a la gente cómo es Jesús”.
La coherencia del cristiano
En este sentido, subrayó la importancia de la coherencia de vida cristiana: “Esa misión debe hacerse con el testimonio y con la Palabra, porque si yo explico cómo es Jesús, y cómo es la vida cristiana, y luego vivo como un pagano, entonces no sirve de nada. La misión no funciona”.
Vivir según esos tres ejes de vida cristiana, aseguró el Santo Padre, proporciona la alegría que busca toda persona. Para explicarlo, se remitió a esta frase del Evangelio: “Ese día, el día en que viváis así la vida cristiana, lo sabréis todo y nadie os podrá quitar vuestra alegría”.
“Nadie –aseguró el Papa–, porque entonces tendréis la memoria del encuentro con Jesús, la certeza de que Jesús está en el cielo y que intercede por nosotros en este mismo momento. Entonces tendré el coraje de rezar y de decir a los demás, de dar testimonio con la vida, de que el Señor ha resucitado, que está vivo”.
“Memoria, oración y misión”, concluyó el Obispo de Roma: “Que el Señor nos de la gracia de comprender esta topografía de la vida cristiana y de andar adelante con alegría, con esa alegría que nadie podrá quitarnos”.
Hace unos días nos pasaron este curioso artículo de la página web de una parroquia de Madrid. Esperemos que os guste y que sobre todo, nos haga pensar en la gran importancia que tiene la Eucaristía en nuestras vidas.
En un artículo anterior una amable lectora comentó que las razones que yo daba para asistir a la Misa eran válidas para los practicantes, pero echaba en falta algunos argumentos para aquellos que no lo son.
Me parece un reto difícil. Esto es algo así como explicar el juego de los colores en un cuadro de Matisse a un ciego, o la armonía del segundo movimiento de la Quinta sinfonía de Beethoven a un sordo. Para poder comunicar el gozo que se experimenta en algo hay que tener una mínima base en común; de lo contrario, las posibilidades de establecer una comunicación pueden ser prácticamente nulas. Quizá podamos probar la aproximación contraria: analizar las razones por las que alguien puede no querer ir a Misa.
¿Lo tienes todo, no te falta de nada, no necesitas nada, te crees autosuficiente?
No vayas a Misa. La Misa es para los menesterosos, los que se sienten necesitados y pobres en el corazón.
¿No le debes nada a nadie, te has hecho a ti mismo, todo lo que tienes es solamente tuyo?
No vayas a Misa. La Misa es para los que se sienten deudores agradecidos de un Dios que es Amor, que nos ha creado gratuitamente y que nos mantiene en la existencia a cada instante con su Amor infinito.
¿Te sientes fuerte, poderoso, importante?
No vayas a Misa. La Misa es para los débiles, los humildes, los sencillos.
¿No crees en los curas, en la jerarquía, en el Papa?
No vayas a Misa. La Misa es para los que confían en quienes han recibido una llamada de Dios a entregar su vida en el servicio a los demás, los que han acogido esa vocación a ser “otros Cristos”.
¿No tienes faltas, no sientes la necesidad de ser perdonado?
No vayas a Misa. La Misa es para los que se saben pecadores, que acuden a la fuente de la Misericordia infinita para volver a empezar.
¿Te da lo mismo fracasar en lo más importante de tu vida?
No vayas a Misa. La Misa es para los que tienen santo temor de Dios y buscan salvarse.
¿Te encuentras a gusto contigo mismo, “encantado de haberte conocido”?
No vayas a Misa. La Misa es para los que conocen sus propias miserias y quieren, con ayuda de Dios, ser cada día un poquito mejores; aunque caigan varias veces en el camino, vuelven a levantarse.
¿No tienes inquietudes espirituales?
No vayas a Misa. La Misa es para los que buscan a Dios, pues Él está realmente presente allí.
¿No necesitas de los demás?
No vayas a Misa. La Misa es para los que ven a los demás como hermanos y quieren compartir con ellos lo más importante de su vida.
¿Tu alma no está sedienta?
No vayas a Misa. La Misa es para los que tienen sed de la Verdad, del Dios vivo, de la vida eterna.
¿Crees que lo único que existe es el mundo material?
No vayas a Misa. La Misa es para los que tienen fe en la resurrección y la vida eterna.
¿No tienes esperanza de una felicidad saciada?
No vayas a Misa. La Misa es para los que creen que van a ir al cielo para gozar eternamente del amor infinito de Dios.
¿No necesitas del AMOR con mayúsculas en tu vida?
No vayas a Misa. La Misa es para los que se sienten amados por Dios y llevan su amor a sus semejantes.
Cuando se trata de acercarse al sacramento de la confesión es muy común escuchar algunos de los siguientes «motivos» para justificar su inutilidad o su inconveniencia. Estos son los 14 más habituales:
1 ¿Quién es el cura para perdonar los pecados?
Sólo Dios puede perdonarlos Sabemos que el Señor les dio ese poder a los Apóstoles; además, ese argumento lo he leído antes… precisamente en el Evangelio: lo decían los fariseos, indignados, cuando Jesús perdonaba los pecados… (consúltese Mt 9, 1-8).
2 Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios
Genial … pero hay algunos «peros»que se tienen que considerar… ¿Cómo sabes que Dios acepta tu arrepentimiento y te perdona? ¿Escuchas alguna voz celestial que te lo confirma?
¿Cómo sabes que estás en condiciones de ser perdonado? Te darás cuenta de que la cosa no es tan sencilla… Una persona que roba un banco y se niega a devolver el dinero, por más que se confiese directamente con Dios o con un sacerdote, si no tiene intención de reparar el daño hecho -en este caso, devolver el dinero-, no puede ser perdonada… porque ella misma no quiere «deshacerse» del pecado.
Por otro lado, este argumento no es nuevo: hace casi 1600 años, San Agustín replicaba a quien argumentaba del mismo modo: «Nadie piense: yo obro privadamente, de cara a Dios… ¿Es que sin motivo el Señor dijo: “Lo que atareis en la tierra, será atado en el Cielo”? ¿Acaso les fueron dadas a la Iglesia las llaves del Reino de los Cielos sin necesidad? Al proceder así, frustramos el Evangelio de Dios, hacemos inútil la palabra de Cristo».
3 ¿Por qué le voy a decir mis pecados a un hombre como yo?
Porque ese hombre no es un hombre cualquiera: tiene el poder especial para perdonar los pecados (el Sacramento del Orden). Esa es la razón por la que tienes que acudir a él.
4 ¿Por qué le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo?
El problema no radica en la «cantidad» de pecados: si es menos, igual o más pecador que tú…. No vas a confesarte porque sea santo e inmaculado, sino porque te puede dar la absolución, un poder que tiene por el Sacramento del Orden, y no por su bondad. Es una suerte -en realidad, una disposición de la sabiduría divina- que el poder de perdonar los pecados no dependa de la calidad personal del sacerdote, cosa que sería terrible, ya que uno nunca sabría quién sería suficientemente santo como para perdonar. Además, el hecho de que sea un hombre y que como tal tenga pecados, facilita la confesión: precisamente porque sabe en carne propia lo que es ser débil, te puede entender mejor.
5 Me da vergüenza
Es lógico, pero hay que superarla. Hay un hecho comprobado universalmente: cuanto más te cueste decir algo, tanto mayor será la paz interior que consigas después de decirlo. Y cuesta, precisamente, porque te confiesas poco; en cuanto lo hagas con frecuencia, verás como superarás esa vergüenza.
Asímismo, no creas que eres tan original…. Lo que vas a decir, el sacerdote ya lo ha escuchado miles de veces. A estas alturas de la historia, es difícil creer que puedas inventar pecados nuevos.
Por último, no te olvides de lo que nos enseñó un gran santo: el Diablo quita la vergüenza para pecar, y la devuelve aumentada para pedir perdón. No caigas en su trampa.
6 Siempre me confieso de lo mismo
Eso no es problema. Hay que confesar los pecados que uno ha cometido, y es bastante lógico que nuestros defectos sean siempre más o menos los mismos. Sería terrible ir cambiando constantemente de defectos; además, cuando te bañas o lavas la ropa, no esperas que aparezcan manchas nuevas, que nunca antes habías tenido; la suciedad es más o menos siempre del mismo tipo. Para desear estar limpio basta con querer remover la mugre… independientemente de cuán original u ordinaria sea.
7 Siempre confieso los mismos pecados
No es verdad que sean siempre los mismos pecados: son diferentes, aunque sean de la misma especie. Si yo insulto a mi madre diez veces, no se trata del mismo insulto, cada vez es uno distinto; así como no es lo mismo matar a una persona que a diez: si asesiné a diez no es el mismo pecado, sino diez asesinatos distintos. Los pecados anteriores ya me han sido perdonados, ahora necesito el perdón de los «nuevos», es decir, de los cometidos desde la última confesión.
8 Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso
El desánimo puede hacer que pienses: «es lo mismo si me confieso o no, total, nada cambia, todo sigue igual». No es verdad. El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Alguien que se baña todos los días, se ensucia igual todos los días. Pero gracias a que se baña, no va acumulando mugre, y puede lucir limpio. Lo mismo pasa con la confesión. Si hay lucha, aunque uno caiga, el hecho de ir sacándose de encima los pecados hace que sea mejor. Es mejor pedir perdón, que no pedirlo. Pedirlo nos hace mejores.
9 Sé que voy a volver a pecar, lo que muestra que no estoy arrepentido
Depende… Lo único que Dios me pide es que esté arrepentido del pecado cometido y que ahora, en este momento, esté dispuesto a luchar por no volver a cometerlo. Nadie pide que empeñemos el futuro que ignoramos. ¿Qué va a pasar en quince días? No lo sé. Se me pide que tenga la decisión sincera, de verdad, ahora, de rechazar el pecado. El futuro hay que dejarlo en las manos de Dios.
10 ¿Y si el confesor piensa mal de mí?
El sacerdote está para perdonar. Si pensara mal, sería un problema suyo del que tendría que confesarse. De hecho, siempre tiende a pensar bien: valora tu fe (sabe que si estás ahí contando tus pecados, no es por él, sino porque crees que él representa a Dios), tu sinceridad, tus ganas de mejorar, etcétera.
Supongo que te darás cuenta de que sentarse a escuchar pecados, gratuitamente -sin ganar un peso-, durante horas, si no se hace por amor a las almas, no se hace. De ahí que, si te dedica tiempo, te escucha con atención, es porque quiere ayudarte y le importas. Aunque no te conozca te valora lo suficiente como para querer ayudarte a ir al Cielo.
11 ¿Y si el sacerdote después le cuenta a alguien mis pecados?
No te preocupes por eso. La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grande que existe en el Derecho Canónico -la excomunión- al sacerdote que se atreviera a decir algo que conoce por la confesión. De hecho hay mártires por el sigilo sacramental: sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de la confesión.
12 Me da pereza
Puede ser toda la verdad que quieras, pero no creo que sea un obstáculo verdadero, puesto que es bastante fácil de superar. Es como si uno dijese que hace un año que no se baña porque le da pereza…
13 No tengo tiempo
No creo que te creas que en los últimos meses no hayas tenido disponibles diez minutos para confesarte. ¿Te animarías a comparar cuántas horas de televisión has visto en ese tiempo? Multiplica el número de horas diarias que ves por el número de días.
14 No encuentro un cura
Los sacerdotes no son una raza en extinción, hay miles de ellos. En el último de los casos, en las páginas amarillas, busca el teléfono de tu parroquia; si ignoras el nombre, busca por la diócesis, así será más sencillo. De este modo podrás saber, en tres minutos como máximo, el nombre de un padre con el que te puedes confesar, e incluso concertar una cita para que no tengas que esperar…. hay incluso una app para buscar al cura más cercano.
Como cada año la comunidad parroquial de Santa Eugenia os invita a participar de la excursión familiar el próximo sábado 10 de junio.
¿CUÁNDO?
El sábado 10 de junio quedaremos a las 9:00 de la mañana para a las 9:30 salir todos juntos en autobús. Volveremos en torno a las 20 – 21h.
¿DÓNDE?
Este año vamos a ir a Boca del Asno en Segovia. En el caso de que haga mal tempo, tenemos un lugar alternativo donde pasar el día.
¿QUÉ HAGO PARA APUNTAR A MI FAMILIA?
Comunícaselo a cualquiera de los sacerdotes o a los catequistas de infancia, preas o confirmación.
¿QUÉ TENGO QUE LLEVAR?
Conviene llevar comida y bebida para compartir, así como mesas y sillas plegables si las teneis en casa. Existe la posibilidad de darse un chapuzón en el río y por eso conviene llevar bañador y toalla. También es altamente recomendable llevar gorra, protector solar, antimosquitos, ropa de recambio….
¿CUÁNTO CUESTA?
El precio del autobús ida y vuelta por persona sale en torno a los 8 euros.
¿QUÉ VAMOS A HACER?
El plan es pasar el día juntos. Vamos a tener tiempo para: jugar, hacer una pequeña excursión, bañarnos en el río, comer todos juntos, tiempo de sobremesa, celebar la Eucaristía…
En las imágenes, una linda niña – con una sonda de suero – ensaya algunos pasos. En seguida se deja llevar por la música tocada y cantada por un médico. Parece que, por unos instantes, la niña se olvidó del sufrimiento causado por una enfermedad rara que padece en el hospital. La Histiocitosis de células de Langerhans, caracterizada por la proliferación de células específicas, que causan tumores alrededor de tegumentos, huesos y vísceras.
El video fue grabado en uno de los hospitales públicos más prestigiosos de América Latina. Es el Hospital de las Clínicas de la USP de Ribeirão Preto, interior de San Paulo.
La historia
En su perfil de Facebook, Paulo Martins, cuenta que decidió llevar un ukelele para llevar un poco de alegría a los internos. La mayoría eran adolescentes con cáncer. Él y algunos colegas empezaron, entonces, a tocar y cantar de cuarto en cuarto. Sofía, la muchachita del video, acompañaba todo de cerca. Fue cuando el papá de la niña le pidió al médico que tocara una canción para la pequeña.
“Al principio me quedé avergonzado, pues no sabía ninguna música infantil. Pero el papá me calmó, ‘a ella le gusta Marília Mendonça’. Comencé a tocar, bajito, y a medida que los acordes y la letra comenzaron a fluir, sus pasos mágicos me fueron acompañando. Bailó toda la canción. Terminaron pidiéndome otra. Toqué Medo Bobo y ella bailó divinamente bien. Al terminar, sólo había alegría. Todo el mundo estaba feliz, todo aquello se llamaba Paz”, escribió el residente en Facebook.
El video se hizo viral en Internet. Millones de personas ya lo han visto y se han contagiado con la iniciativa y con la alegría y la belleza de la pequeña Sofía.
El médico dijo que no era la primera vez que llevaba a cabo acciones para romper la rutina fría del hospital y dar un trato más humano. Él cuenta que ya ha confeccionado pijamas alegres y coloridos para los niños internados.
Y sostiene: “Amar y dedicarse al prójimo jamás debe ser un hecho único que llame la atención, tiene que ser algo constante y cotidiano. Los niños necesitan de eso. Nosotros tenemos que llevar alegría y buena energía a los lugares donde vamos. Jamás debemos dejarnos vencer por el mal humor, la indiferencia y la tristeza que algunas veces intentan contaminarnos”.
Para este mes de Mayo, dedicado a María, “la esclava del Señor”, os proponemos un buen tema para leer y reflexionar: ¡La Eucaristía!, misterio insondable de amor, de entrega y donación a quien se acerca con humildad a él. La humildad es el camino por el que tendremos fácil acceso a todos los misterios de Dios, ya que solo a los “humildes” Dios les revela sus secretos.
La Eucaristía, que aparentemente es “nada”, es el gran don que Dios hace a los que con corazón sencillo se acercan, aunque “no sean dignos de que entre en su casa”.
¿Qué es la humildad?
La humildad es la virtud que modera el apetito que tenemos de la propia excelencia, del propio valer. Es una virtud que nos lleva a reconocer la grandeza de Dios y, al mismo tiempo, al conocimiento exacto de nosotros mismos, procurando para nosotros la oscuridad y el justo aprecio por amor a Cristo.
Es una virtud que no conocieron los paganos griegos o romanos ni las grandes civilizaciones antes del Cristianismo. Ellos –los grecolatinos- buscaban siempre la excelencia en todo, y para ello usaban de todas las tretas, sean lícitas y buenas, o no tan buenas. No sabían reconocer sus límites ni sus defectos. Es más, buscaban inmortalizar su gloria y su honor, que buscaban con frenesí. Para ellos, la humildad era un defecto, una debilidad.
La humildad la trajo Jesús del cielo, pues no se encontraba entre los mortales. Y la trajo, encarnándola Él mismo en su ser. Él es la Humildad misma.
Para nosotros, ¿qué es la humildad?
La humildad es una virtud que sabe reconocer lo bueno que hay en nosotros, para agradecer a Dios de quien viene todo lo bueno que somos y tenemos, sin apropiarnos nada. Sabe reconocer los propios límites y defectos, no para desanimarse, sino para superarlos con la ayuda de Dios.
Por ejemplo, ¿qué diríais de aquél que alaba un cuadro? ¿A quién debería alabar: al cuadro o al pintor de ese cuadro?
“No niegues tus cualidades ni los éxitos que logres. El Señor se sirve de ti, lo mismo que el artista utiliza un pincel barato” CE 515
La humildad es una virtud que sabe abajarse para servir a los demás, a quienes aprecia e incluso considera mejor que él mismo. Es más, se alegra que los demás sean más amados, preferidos, consultados, alabados que él.
¿Qué relación hay entre Eucaristía y humildad?
La Eucaristía es el sacramento del abajamiento, del ocultamiento. Más no podía bajar Dios. Él, que podría manifestarse en el esplendor de su gloria divina, se hace presente del modo más humilde. Se pone al servicio de la humanidad, siendo Él el Señor.
No se consideró más que los demás, no vino a despreciar a nadie, no vino a hacer sombra a nadie, no vino a desplazar a nadie, no vino a considerarse el mejor, el más santo, el más perfecto.
Se hace el más humilde de todos. El pan es la comida del humilde y del pobre. Es un pan que se da, se parte, se comparte, se reparte. ¡Cuántos gestos de amor humilde!
Jesús Eucaristía está aquí escondido, aún más que en el pesebre, aún más que en el calvario. En el pesebre y en la cruz se escondía solo la divinidad, aquí en la eucaristía también esconde la humanidad. Y sin embargo, desde el fondo del Tabernáculo es la causa primera y principal de todo el bien que se hace en el mundo. Él inspira, conforta, consuela a los misioneros, a los mártires, a las vírgenes. Él quiere estar escondido y hacer el bien a escondidas, en silencio, sin llamar la atención.
¿Y cuántas afrentas e insultos, profanaciones, distracciones, soledad, desatenciones, no recibe este Sacramento del amor? Y en vez de quejarse, protestar o cerrar su Sagrario, dice “Venid a Mí . . . todos”.
¡Cuántas veces vamos a comulgar no con las debidas disposiciones, ni con el fervor que deberíamos, ni con la atención suficiente! Y no sé cuántos de los que comulgan en la mano la tienen limpia, aseada, y hacen de su mano realmente un verdadero trono decente y puro para recibir al Señor. ¡Hasta ahí se rebaja! Podemos hacer con Él lo que queramos. No se resiste, no se altera, no echa en cara. Todo lo aguanta, lo tolera.
¿Cuál es el compromiso que adquirimos al comulgar, al acercarnos y vivir la Eucaristía?
Ser humildes. Quien comulga a Cristo Eucaristía se hace fuerte para vivir esta virtud difícil y recia, la humildad.
La humildad es la llave que nos abre los tesoros de la gracia. “A los humildes Dios da su gracia”, nos dice san Pedro en su primera carta. A los soberbios Dios los resiste, pues éstos buscan solo su provecho. Dios, a los humildes les da a conocer los misterios, a los soberbios se los oculta.
La humildad es el fundamento de todas las virtudes. Sin la humildad, las demás virtudes quedan flojas, endebles. Y se caen, tarde o temprano.
La humildad es el nuevo orden de cosas que trajo Jesús a la tierra. “Los más grandes son los que sirven, los más altos son los que se abajan”.
“¿Quieres ser grande? Comienza por hacerte pequeño. ¿Piensas construir un edificio de colosal altura? Dedícate primero al cimiento bajo y cuanto más elevado sea el edificio que quieras levantar, tanto más honda debes preparar su base. Los edificios antes de llegar a las alturas se humillan”. San Agustín.
La humildad consiste esencialmente en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y a los hombres y en la sabia moderación de nuestros deseos de gloria.
La humildad no nos prohíbe tener conciencia de los talentos recibidos, ni disfrutarlos plenamente con corazón recto; sólo nos prohíbe el desorden de jactarnos de ellos y presumir de nosotros mismos. Todo lo bueno que existe en nosotros, pertenece a Dios.
Que la Eucaristía nos ayude a ser cada día más humildes.
Casi siempre –en los portales católicos—se provee al lector de una buena cantidad de películas para ser vistas en Cuaresma y, especialmente, en la Semana Santa. Lo mismo sucede –con énfasis en lo comercial—en Adviento y Navidad. Pero muy pocas ocasiones, casi contadas con los dedos de la mano, se recomiendan películas para la Pascua. Los cincuenta días que van desde el Domingo de Resurrección hasta Pentecostés, parecerían estar abandonados por el Séptimo Arte.
Pero no es así. El sacerdote jesuita Sergio Guzmán nos propone cinco filmes para “recordar el paso del pueblo hebreo de la esclavitud a la liberación, de la servidumbre al servicio”. Se trata, dice el sacerdote en su artículo publicado en la versión digital de El Observador, “de un tiempo en que celebramos que Jesús venció a la muerte, resucitó y nos ha abierto un camino de salvación”. Cinco películas, religiosas y no religiosas, “que nos pueden ayudar a descubrir ese paso del Señor en historias tan humanas y entrañables en el cine como en la misma vida”, señala el padre Guzmán.
Los diez mandamientos, de Cecil B. DeMille (Estados Unidos, 1956, 231 min.)
Rodada en Egipto, el Monte Sinaí y la península del Sinaí; protagonizada por Charlton Heston en el papel principal; esta película cuenta la historia bíblica de la vida de Moisés y su misión liberadora. La escena de Moisés abriéndose paso por el Mar Rojo ya es considerada por muchos críticos como clásica en la historia del cine. La última y más exitosa película dirigida por DeMille, ganadora del Oscar a Mejores efectos visuales en aquel año de 1956. Gran película épica que nos recuerda las palabras de la Escritura: “No ha vuelto a surgir en Israel un profeta semejante a Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara […] No ha habido nadie tan poderoso como Moisés, pues nadie ha realizado las tremendas hazañas que él realizó a la vista de todo Israel” (Dt 34, 10-12).
Éxodo: Dioses y reyes, de Ridley Scott (Estados Unidos-Reino Unido-España, 2014, 150 min.)
Basada en el libro del Éxodo esta película narra la vida de Moisés desde el día en que nació hasta su muerte. Cine de gran formato, con un buen reparto (Christian Bale, Joel Edgerton, Ben Kingsley, Sigourney Weaver), centenares de extras y visualmente espectacular. Podemos destacar el paso de los carros y el ejército del Faraón por los caminos montañosos en la persecución de los hebreos y el mismo paso del Mar Rojo… pero a la hora de enfocar los conflictos humanos de los personajes: lo que vive internamente Moisés, su relación con Dios, con el poder, con el pueblo; la película nos queda a deber. Scott pretende contarnos una versión más realista de la historia bíblica pero falla en su intento. De cualquier modo conviene verla y confrontarla con el texto bíblico y, por qué no, con otras versiones cinematográficas de esta historia de fe y liberación.
La Resurrección de Cristo, de Kevin Reynolds (Estados Unidos, 2016, 107 min.)
Interesante propuesta cinematográfica que nos presenta “la épica historia bíblica de la Resurrección narrada a través de los ojos de un agnóstico”. Clavius (Joseph Fiennes) es un poderoso centurión romano a quien Poncio Pilato (Peter Firth) le pide investigar qué pasó con el cuerpo de Jesús después de su crucifixión. Pilato quiere desmentir los rumores de la resurrección de este Mesías y evitar una revuelta en Jerusalén. Clavius se avoca a esta misión de resolver el misterio del cuerpo desaparecido… y Jesús (Cliff Curtis) se deja ver o sale al encuentro como vemos en los relatos de resurrección (cfr. Mt 28, 1-20; Lc 24, 1-49, Jn 20-21). Clavius no es un personaje histórico ni bíblico, pero por qué no pensar en aquel centurión que al pie de la cruz alabó a Dios diciendo: “Verdaderamente este hombre era justo” (Lc 23, 47).
El sabor de las cerezas, de Abbas Kiarostami (Irán, 1997, 98 min.)
Conmovedora historia que guarda cierto paralelismo con la película Fresas silvestres de Ingmar Bergman (Suecia, 1957). En las afueras de Teherán, en un paisaje seco y polvoriento, seguimos a un hombre de mediana edad que quiere suicidarse y busca afanosamente a alguien que lo entierre si lo consigue. Después de la negativa de un soldado y de un seminarista, un hombre mayor accede a ayudarlo… Pero antes le habla de su propio intento de suicidio y cómo, gracias al sabor de las cerezas arrancadas de un árbol, prefirió seguir viviendo.
Aquí podemos evocar la historia del profeta Elías que se adentra en el desierto y pide al Señor le quite la vida… y cómo el ángel del Señor le dice: “Levántate y come, pues te queda todavía un camino muy largo” (1 Re 19, 7). Y de tantas personas que atraviesan un desierto existencial y, de repente, misteriosamente, renacen y se abren a la vida.
El jardín secreto, de Agnieszka Holland (Reino Unido, 1993, 102 min.)
El jardín secreto nos cuenta la historia de Mary Lennox (Kate Maberley, encantadora) una niña de 10 años que tras quedar huérfana es enviada de la India al Reino Unido. Se hará cargo de ella su tío Lord Craven que vive con su hijo enfermo y una estricta ama de llaves Mrs. Medlock (Maggie Smith) en una gran mansión.
El ambiente es ciertamente gris y decadente… pero Mary pronto empezará a descubrir los secretos que encierra un jardín oculto y misterioso. Como espectadores podemos acompañar a los personajes en una pascua o saltó de la enfermedad a la salud, de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida. Y recordar aquel relato de resurrección (cfr. Lc 24, 1-12) en que unas mujeres van al sepulcro y dos varones le dicen: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado” (Lc 24, 5-6).