Las torres gemelas en Nueva York, los atentados de Madrid, la matanza en la isla de Utoya en Noruega, las atrocidades de Boko Haram, del Califato del Estado Islámico, la reciente bomba en el metro de Santiago de Chile tienen un factor común: el odio y deshumanización que sustentan el terrorismo.
Algunos seres humanos que alguna vez ejercieron el terror logran liberar y sanar desde la maldad para nacer a una vida nueva. Dios fue y es la razón para esta resurrección en el caso del ex terrorista ETA Jean Philippe Saez…
Jean Philippe Saez fue educado en el amor a las tradiciones de sus padres y con sólo 19 años ya era un conocido virtuoso del Txistu (flauta autóctona) en el País Vasco francés. Transcurrían los años setenta cuando el etarra Domingo Iturbe Abasoloi, alias Txomin, lo captó y entrenó para hacerlo parte del primer comando operativo (Argala) de ETA. El grupo, compuesto sólo por vasco-franceses, desplegó sus primeras acciones terroristas en España durante los años 1978 y 1979.
“En ese momento” -confesaría años después Philippe- “la ETA representaba el mito de los días gloriosos de la lucha contra Franco. Unirme a ella era una especie de exaltación para mí, pero rápidamente fui llevado a vivir en la clandestinidad”.
Pronto Philippe, que sería apodado el Txistu, descubriría el macabro sentimiento de ser protagonista del terror de ETA… participando como vigilante en al menos cuatro atentados donde sus compañeros asesinaron a siete personas: el industrial José Legaza, el magistrado José Francisco Mateu, el general Constantino Ortiz, el teniente general Luis Gómez Ortigüela, los coroneles Agustín Laso y Jesús Avelós, y el conductor Lorenzo Gómez.
Phillippe, que hubo de actuar como centinela en el último atentado a Laso, Avelós y Gómez estuvo a punto de escapar ese mismo día. Pero habría significado firmar su sentencia de muerte.
Aprovechando los meses de “silencio” que la propia organización le impuso para que pasare desapercibido una vez de regreso en Francia, se confesó, comenzó a ir regularmente a misa y en su corazón volvió a nacer la vocación perdida en la adolescencia. Ingresar como monje a la Abadía benedictina de Notre Dame de Belloc, era un anhelo recurrente en Philippe…
ETA y la Abadía
La Abadía desde sus orígenes representaba un símbolo de protección para los vascos… quizás en ello residía también el influjo que provocaba en Philippe. Había sido fundada en 1874 por un grupo de novicios vascos provenientes del monasterio de Pierre-que-Vire, con el padre Agustín Bastres, de Lapurdi.
El primero de septiembre de aquél año todo el pueblo de Urt acompañó a los monjes hasta una vieja granja desocupada de Belloc cantando el Ongi etorri-aita onak-Jainkozko gizonak (Bienvenido sea Dios, padre bueno del hombre), según relata la enciclopedia Auñamendi.
Desde entonces el recinto, acredita una larga tradición de hospitalidad. Durante la Guerra Civil española se refugiaron allí republicanos y nacionalistas. Luego en la Segunda Guerra Mundial escondió a miembros de la resistencia y a pilotos aliados enviados por la red Orion. Como consecuencia algunos monjes dieron con sus huesos en el campo de concentración nazi de Dachau y la abadía recibió la Legión de Honor.
Así, en mayo de 1962 los monjes no vieron inconveniente en que aquel grupo de vascos de ideas independentistas realizaran su I Asamblea en la Abadía. Allí surgió ETA como “movimiento revolucionario vasco para la liberación nacional creado en la resistencia patriótica, socialista, de carácter aconfesional y económicamente independiente”. La misma organización que años después, en su V asamblea, sacralizaría la lucha armada despeñándose hacia el terrorismo.
El Hermano Philippe
El año 1982 Txistu logró que ETA aceptara su desvinculación. Libre, finalmente en septiembre de 1988, el ahora “Hermano Philippe” inició su formación monacal en la Abadía de Notre Dame de Belloc.
“Siempre tuve la necesidad de vivir para Dios. Cuando pasó el tiempo me dije que ingresaría en un monasterio y ya no hablaría más de mi pasado”, señalaría escueto Philippe a quienes le buscarían en el silencio del claustro poco tiempo después. Sí, porque el pasado llegaría a cobrarle cuentas al mismo monasterio el año 1990.
La policía lo llevó detenido por su pasado etarra y desolado el prior Jean Jacques de Amestoy, señaló a los medios de comunicación que el novicio Philippe “vivía con seriedad la formación para su nueva vida de monje basada en la conversión y la oración”.
Luego, adelantando sentencia agregó que “el monasterio no puede aprobar de ningún modo lo que por esencia no puede justificarse”. Pero la justicia permitió que el futuro monje continuase su reclusión en la Abadía y el año 1997 se dictó sentencia condenándolo a diez de prisión.
Cumplida su condena el converso hermano Philippe continuaría vinculado a la Abadía. Siempre que le es posible se desplaza por la región para interpretar en parroquias música sacra con la flauta tradicional Txistu.
Fuentes: Portaluz, El País, Liberation, El correo, El tiempo
Artículo publicado originalmente en Portaluz