La Resurrección de Cristo

La Resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas. Los Apóstoles dieron testimonio de lo que habían visto y oído. Hacia el año 57 San Pablo escribe a los Corintios:

«Porque os transmití en primer lugar lo mismo que yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas, y después a los doce» (1 Co 15,3-5).

día del juicio final. Blake

Cuando, actualmente, uno se acerca a esos hechos para buscar lo más objetivamente posible la verdad de lo que sucedió, puede surgir una pregunta: ¿de dónde procede la afirmación de que Jesús ha resucitado? ¿Es una manipulación de la realidad que ha tenido un eco extraordinario en la historia humana, o es un hecho real que sigue resultando tan sorprendente e inesperable ahora como resultaba entonces para sus aturdidos discípulos?

A esas cuestiones sólo es posible buscar una solución razonable investigando cuáles podían ser las creencias de aquellos hombres sobre la vida después de la muerte, para valorar si la idea de una resurrección como la que narraban es una ocurrencia lógica en sus esquemas mentales.

La tumba vacía, sudario y mortajas

De entrada, en el mundo griego hay referencias a una vida tras la muerte, pero con unas características singulares. El Hades, motivo recurrente ya desde los poemas homéricos, es el domicilio de la muerte, un mundo de sombras que es como un vago recuerdo de la morada de los vivientes. Pero Homero jamás imaginó que en la realidad fuese posible un regreso desde el Hades. Platón, desde una perspectiva diversa había especulado acerca de la reencarnación, pero no pensó como algo real en una revitalización del propio cuerpo, una vez muerto. Es decir, aunque se hablaba a veces de vida tras la muerte, nunca venía a la mente la idea de resurrección, es decir, de un regreso a la vida corporal en el mundo presente por parte de individuo alguno.

La tradición judía

En el judaísmo la situación es en parte distinta y en parte común. El sheol del que habla el Antiguo Testamento y otros textos judíos antiguos no es muy distinto del Hades homérico. Allí la gente está como dormida. Pero, a diferencia de la concepción griega, hay puertas abiertas a la esperanza. El Señor es el único Dios, tanto de los vivos como de los muertos, con poder tanto en el mundo de arriba como en el sheol. Es posible un triunfo sobre la muerte. En la tradición judía, aunque se manifiestan unas creencias en cierta resurrección, al menos por parte de algunos.

También se espera la llegada del Mesías, pero ambos acontecimientos no aparecen ligados. Para cualquier judío contemporáneo de Jesús se trata, al menos de entrada, de dos cuestiones teológicas que se mueven en ámbitos muy diversos. Se confía en que el Mesías derrotará a los enemigos del Señor, restablecerá en todo su esplendor y pureza el culto del templo, establecerá el dominio del Señor sobre el mundo, pero nunca se piensa que resucitará después de su muerte: es algo que no pasaba de ordinario por la imaginación de un judío piadoso e instruido.

La improbabilidad del robo del cuerpo

Robar su cuerpo e inventar el bulo de que había resucitado con ese cuerpo, como argumento para mostrar que era el Mesías, resulta impensable. En el día de Pentecostés, según refieren los Hechos de los Apóstoles, Pedro afirma que «Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte», y en consecuencia concluye: «Sepa con seguridad toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis» (Hch 2,36).

La explicación de tales afirmaciones es que los Apóstoles habían contemplado algo que jamás habrían imaginado y que, a pesar de su perplejidad y de las burlas que con razón suponían que iba a suscitar, se veían en el deber de testimoniar.

Fuente:El equipo que ha realizado este trabajo está compuesto por los profesores Francisco Varo (director), Juan Chapa, Vicente Balaguer, Gonzalo Aranda, Santiago Ausín y Juan Luis Caballero.

Contempla a Cristo que sufre en la Pasión

Cristo muerto sostenido por un ángel

Cristo muerto sostenido por un ángel es una de las pinturas más relevantes de la última etapa del pintor italiano Antonello da Messina (14301479). Está realizado en óleo y temple sobre tabla, y fue pintado hacia 147576. Se exhibe actualmente en el Museo del Prado de Madrid.

Historia

La pintura se fecha hacia 1470 y algunos expertos creen que Antonello la terminó con ayuda de su hijo Jacobello. Hacia 1965, la obra fue localizada en una colección particular de Irún (España), y se propuso su compra al Museo del Prado (Madrid). Al ser obra inédita, suscitó algunas dudas, pero posteriores estudios la han situado entre las piezas magistrales del artista. Se cuenta que previamente se había conservado en Monforte de Lemos (Galicia), a donde pudo ser llevada desde Italia por un eclesiástico de alto rango.

Descripción de la obra

Ante un paisaje luminoso, de verdes prados y árboles de copas redondas, un ángel lloroso sostiene a Cristo muerto tras la Pasión. Las figuras son proporcionadas, como pintura renacentista. Cristo está representado de manera proporcionada, siguiendo la anatomía clásica. El cuerpo está desnudo, cubierto por el paño de pudor y se ve la herida del costado, de la que sale un rastro de sangre. En la mano izquierda se ve la herida del clavo. No hay expresión de dolor en el rostro de Cristo, sino serenidad; pero sí en el del ángel que lo sostiene, marcado su rostro infantil en una ligera expresión de llanto.

Esta dramática imagen de la Pasión del primer plano choca con el paisaje tranquilo del fondo. En el manso paisaje se observan olivos verdes en segundo plano; pero, en contraste con este árbol, se distinguen calaveras y algún tronco seco erguido que contrastan con el verde de sus alrededores y la ciudad al fondo. Éste es un claro simbolismo que representa o alude al monte Calvario (del latín, o Gólgota en arameo y Κρανιου Τοπος en griego, cuyo significado es siempre calavera).

El Miserere

El Miserere —también llamado Miserere mei, Deus— es una composición creada por Gregorio Allegri en el siglo XVII durante el pontificado del papa Urbano VIII. Se trata de la musicalización del salmo 51, llamado Miserere, del Antiguo Testamento. Se compuso para ser cantado en la capilla Sixtina durante los maitines los miércoles y viernes de Semana Santa durante la Pasión. El original se canta en latín.

Historia

Allegri lo realizó hacia 1638. Está escrita para dos coros, uno de cuatro voces y otro de cinco. Uno de los coros canta una versión simple del tema original y el otro coro, a cierta distancia, canta un comentario más elaborado. Es uno de los mejores ejemplos del estilo polifónico del Renacimiento, llamado en el siglo XVII stile antico o prima prattica, y denota las influencias combinadas de la escuela romana (Palestrina) y veneciana (Andrea y Giovanni Gabrieli, el coro doble).

En un principio, se impuso una prohibición de ejecutar la obra fuera de la capilla Sixtina, incluso se amenazaba con la excomunión a quien la copiara, pese a lo cual se hicieron algunas copias. El emperador Leopoldo I de Austria solicitó y obtuvo una copia, que conservó en la Biblioteca Imperial de Viena. Sin embargo, cuando la hizo ejecutar pensó que había sido engañado. Entonces, el papa despidió al maestro de capilla de la época, quien tuvo que trasladarse a Viena para explicar las técnicas de ejecución y las improvisaciones —los llamados abbellimenti que nunca eran escritos, sino que eran pasados de intérprete a intérprete en el coro de la capilla— que según él no podían ser reflejados en el papel, a fin de poder ser contratado nuevamente. El padre Giovanni Battista Martini poseía otra copia.

En 1770 Wolfgang Amadeus Mozart con tan sólo 14 años, tras escuchar la obra tan sólo una vez, la transcribió al papel de memoria, para luego hacerle correcciones menores en una segunda ocasión. Este hecho es ampliamente recordado como muestra del genio de Mozart, quien incluso fue hecho caballero de la Orden de la Espuela de Oro por el papa al enterarse del hecho. La copia de Mozart, que reflejaba las improvisaciones, no ha sido conservada. En 1771, el Dr. Charles Burney, después de un viaje a Italia, publicó en Londres una versión de la obra, basada posiblemente en la copia de Martini, la de Mozart y, quizás, una copia obtenida de la propia capilla Sixtina.

Texto Original

El texto original fue escrito en latín:

Miserere mei, Deus: secundum magnam misericordiam tuam.

Et secundum multitudinem miserationum tuarum, dele iniquitatem meam.
Amplius lava me ab iniquitate mea: et a peccato meo munda me.
Quoniam iniquitatem meam ego cognosco: et peccatum meum contra me est semper.
Tibi soli peccavi, et malum coram te feci: ut justificeris in sermonibus tuis, et vincas cum judicaris.
Ecce enim in iniquitatibus conceptus sum: et in peccatis concepit me mater mea.
Ecce enim veritatem dilexisti: incerta et occulta sapientiae tuae manifestasti mihi.
Asperges me hysopo, et mundabor: lavabis me, et super nivem dealbabor.
Auditui meo dabis gaudium et laetitiam: et exsultabunt ossa humiliata.
Averte faciem tuam a peccatis meis: et omnes iniquitates meas dele.
Cor mundum crea in me, Deus: et spiritum rectum innova in visceribus meis.
Ne proiicias me a facie tua: et spiritum sanctum tuum ne auferas a me.
Redde mihi laetitiam salutaris tui: et spiritu principali confirma me.
Docebo iniquos vias tuas: et impii ad te convertentur.
Libera me de sanguinibus, Deus, Deus salutis meae: et exsultabit lingua mea justitiam tuam.
Domine, labia mea aperies: et os meum annuntiabit laudem tuam.
Quoniam si voluisses sacrificium, dedissem utique: holocaustis non delectaberis.
Sacrificium Deo spiritus contribulatus: cor contritum, et humiliatum, Deus, non despicies.
Benigne fac, Domine, in bona voluntate tua Sion: ut aedificentur muri Ierusalem.
Tunc acceptabis sacrificium justitiae, oblationes, et holocausta: tunc imponent super altare tuum vitulos.

Traducción al español

Ten piedad de mí, oh Dios, por tu gran bondad

De acuerdo con la multitud de tus piedades, elimina todas mis ofensas.
Lávame más de mi maldad, y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos: que seas reconocido justo en tu palabra, y claro cuando sea juzgado.
He aquí, yo nací en iniquidad, y en el pecado de mi madre fui concebido.
Pero he aquí, que requieres la verdad en lo íntimo, y me haces entender la sabiduría secretamente.
Tú purifícame con hisopo, y seré limpio: Tú lávame y quedaré más blanco que la nieve.
Tú me haces oír hablar de gozo y alegría: como los huesos que han abatido mi regocijo.
No vuelvas tu rostro hacia mis pecados, y saca todas mis maldades.
Házme de un corazón limpio, oh Dios, y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me alejes de tu presencia, y no tomes tu Espíritu Santo de mí.
O dame la alegría de tu ayuda nuevamente: Y afírmame con tu espíritu libre.
Entonces voy a enseñar tus caminos a los malos, y los pecadores se convertirán a ti.
Líbrame del pecado sanguíneo, oh Dios, Tú que eres el Dios de mi bienestar: Y cantará mi lengua tu justicia.
Tú me abrirás los labios, oh Señor, y mi boca mostrará tu alabanza.
Pues si hubiérais querido un sacrificio, yo os lo hubiera dado: pero no os deleitéis en los holocaustos.
El sacrificio de Dios es un espíritu quebrantado: un corazón contrito y roto, oh Dios, no lo desprecies.
Que seas favorable y benigno para con Sion: para que se edifiquen los muros de Jerusalén.
Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, con los holocaustos y oblaciones: entonces se ofrecen becerros sobre tu altar.

Fuente: Wikipedia

Meditación Jueves Santo de San Juan Pablo II

1. «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22, 15).
Cristo da a conocer, con estas palabras, el significado profético de la cena pascual, que está a punto de celebrar con los discípulos en el Cenáculo de Jerusalén.

Con la primera lectura, tomada del libro del Éxodo, la liturgia ha puesto de relieve cómo la Pascua de Jesús se inscribe en el contexto de la Pascua de la antigua Alianza. Con ella, los israelitas conmemoraban la cena consumada por sus padres en el momento del éxodo de Egipto, de la liberación de la esclavitud. El texto sagrado prescribía que se untara con un poco de sangre del cordero las dos jambas y el dintel de las casas. Y añadía cómo había que comer el cordero:  «Ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros  pies, y el bastón en vuestra mano; (…) de prisa. (…) Yo pasaré esa noche por  la  tierra  de Egipto y heriré a todos  los  primogénitos. (…) La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora» (Ex 12, 11-13).

Con la sangre del cordero los hijos e hijas de Israel obtienen la liberación de la esclavitud de Egipto, bajo la guía de Moisés. El recuerdo de un acontecimiento tan extraordinario se convirtió en una ocasión de fiesta para el pueblo, agradecido al Señor por la libertad recuperada, don divino y compromiso humano siempre actual. «Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor» (Ex 12, 14). ¡Es la Pascua del Señor! ¡La Pascua de la antigua Alianza!

2. «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22, 15). En el Cenáculo, Cristo, cumpliendo las prescripciones de la antigua Alianza, celebra la cena pascual con los Apóstoles, pero da a este rito un contenido nuevo. Hemos escuchado lo que dice de él san Pablo en la segunda lectura, tomada de la primera carta a los Corintios. En este texto, que se suele considerar como la más antigua descripción de la cena del Señor, se recuerda que Jesús, «la noche en que iban a entregarle, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:  «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:  «Este cáliz es la nueva Alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía». Por eso, cada que vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1 Co 11, 23-26).

Con estas palabras solemnes se entrega, para todos los siglos, la memoria de la institución de la Eucaristía. Cada año, en este día, las recordamos volviendo espiritualmente al Cenáculo. Esta tarde las revivo con emoción particular, porque conservo en mis ojos y en mi corazón las imágenes del Cenáculo, donde tuve la alegría de celebrar la Eucaristía, con ocasión de mi reciente peregrinación jubilar a Tierra Santa. La emoción es más fuerte aún porque este es el año del jubileo bimilenario de la Encarnación. Desde esta perspectiva, la celebración que estamos viviendo adquiere una profundidad especial, pues en el Cenáculo Jesús infundió un nuevo contenido a las antiguas tradiciones y anticipó los acontecimientos del día siguiente, cuando su cuerpo, cuerpo inmaculado del Cordero de Dios, sería inmolado y su sangre sería derramada para la redención del mundo. La Encarnación se había realizado precisamente con vistas a este acontecimiento:  ¡la Pascua de Cristo, la Pascua de la nueva Alianza!

3. «Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1 Co 11, 26). El Apóstol nos exhorta a hacer constantemente memoria de este misterio. Al mismo tiempo, nos invita a vivir diariamente nuestra misión de testigos y heraldos del amor del Crucificado, en espera de su vuelta gloriosa.

Pero ¿cómo hacer memoria de este acontecimiento salvífico? ¿Cómo vivir en espera de que Cristo vuelva? Antes de instituir el sacramento de su Cuerpo y su Sangre, Cristo, inclinado y arrodillado, como un esclavo, lava en el Cenáculo los pies a sus discípulos. Lo vemos de nuevo mientras realiza este gesto, que en la cultura judía es propio de los siervos y de las personas más humildes de la familia. Pedro, al inicio, se opone, pero el Maestro lo convence, y al final también él se deja lavar los pies, como los demás discípulos. Pero, inmediatamente después, vestido y sentado nuevamente a la mesa, Jesús explica el sentido de su gesto:  «Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 12-14). Estas palabras, que unen el misterio eucarístico al servicio del amor, pueden considerarse propedéuticas de la institución del sacerdocio ministerial.

Con la institución de la Eucaristía, Jesús comunica a los Apóstoles la participación ministerial en su sacerdocio, el sacerdocio de la Alianza nueva y eterna, en virtud de la cual él, y sólo él, es siempre y por doquier artífice y ministro de la Eucaristía. Los Apóstoles, a su vez, se convierten en ministros de este excelso misterio de la fe, destinado a perpetuarse hasta el fin del mundo. Se convierten, al mismo tiempo, en servidores de todos los que van a participar de este don y misterio tan grandes.

La Eucaristía, el supremo sacramento de la Iglesia, está unida al sacerdocio ministerial, que nació también en el Cenáculo, como don del gran amor de Jesús, que «sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1).

La Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor. ¡Este es el memorial vivo que contemplamos en el Jueves santo!

«Haced esto en memoria mía»:  ¡esta es la Pascua de la Iglesia, nuestra Pascua!

MISA «IN CENA DOMINI» EN LA BASÍLICA VATICANA

 HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves santo, 20 de abril de 2000

Meditación Domingo de Ramos de San Juan Pablo II

1. «Benedictus, qui venit in nomine Domini… Bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 21, 9; cf. Sal 118, 26).

Al escuchar estas palabras, llega hasta nosotros el eco del entusiasmo con el que los habitantes de Jerusalén acogieron a Jesús para la fiesta de la Pascua. Las volvemos a escuchar cada vez que durante la misa cantamos el Sanctus. Después de decir:  «Pleni sunt coeli et terra gloria tua», añadimos:  «Benedictus qui venit in nomine Domini. Hosanna in excelsis».

En este himno, cuya primera parte está tomada del profeta Isaías (cf. Is 6, 3), se exalta a Dios «tres veces santo». Se prosigue, luego, en la segunda, expresando la alegría y la acción de gracias de la asamblea por el cumplimiento de las promesas mesiánicas:  «Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en el cielo!».

Nuestro pensamiento va, naturalmente, al pueblo de la Alianza, que, durante siglos y generaciones, vivió a la espera del Mesías. Algunos creyeron ver en Juan Bautista a aquel en quien se cumplían las promesas. Pero, como sabemos, a la pregunta explícita sobre su posible identidad mesiánica, el Precursor respondió con una clara negación, remitiendo a Jesús a cuantos le preguntaban.

El convencimiento de que los tiempos mesiánicos ya habían llegado fue creciendo en el pueblo, primero por el testimonio del Bautista y después gracias a las palabras y a los signos realizados por Jesús y, de modo especial, a causa de la resurrección de Lázaro, que se produjo algunos días antes de la entrada en Jerusalén, de la que habla el evangelio de hoy. Por eso la muchedumbre, cuando Jesús llega a la ciudad montado en un asno, lo acoge con una explosión de alegría:  «Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en el cielo!» (Mt 21, 9).

2. Los ritos del domingo de Ramos reflejan el júbilo del pueblo que espera al Mesías, pero, al mismo tiempo, se caracterizan como liturgia «de pasión» en sentido pleno. En efecto, nos abren la perspectiva del drama ya inminente, que acabamos de revivir en la narración del evangelista san Marcos. También las otras lecturas nos introducen en el misterio de la pasión y muerte del Señor. Las palabras del profeta Isaías, a quien algunos consideran casi como un evangelista de la antigua Alianza, nos presentan la imagen de un condenado flagelado y abofeteado (cf. Is 50, 6). El estribillo del Salmo responsorial:  «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», nos permite contemplar la agonía de Jesús en la cruz (cf. Mc 15, 34).

Sin embargo, el apóstol san Pablo, en la segunda lectura, nos introduce en el análisis más profundo del misterio pascual:  Jesús, «a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-8). En la austera liturgia del Viernes santo volveremos a escuchar estas palabras, que prosiguen así:  «Por eso Dios lo exaltó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame:  ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 9-11).

La humillación y la exaltación:  esta es la clave para comprender el misterio pascual; ésta es la clave para penetrar en la admirable economía de Dios, que se realiza en los acontecimientos de la Pascua.

3. ¿Por qué, como todos los años, están presentes numerosos jóvenes en esta solemne liturgia? En efecto, desde hace algunos años, el domingo de Ramos se ha convertido en la fiesta anual de los jóvenes. Aquí, en 1984, año de la juventud, y en cierto sentido Año jubilar de los jóvenes, comenzó la peregrinación de las Jornadas mundiales de la juventud, que, pasando por Buenos Aires, Santiago de Compostela, Czestochowa, Denver, Manila y París, volverá a Roma el próximo  mes de agosto para la Jornada mundial de la juventud del Año santo 2000.

Así pues, ¿por qué tantos jóvenes se dan cita para el domingo de Ramos aquí en Roma y en todas las diócesis? Ciertamente, son muchas las razones y las circunstancias que pueden explicar este hecho. Sin embargo, al parecer, la motivación más profunda, que subyace en todas las otras, se puede identificar en lo que nos revela la liturgia de hoy:  el misterioso plan de salvación del Padre celestial, que se realiza en la humillación y en la exaltación de su Hijo unigénito, Jesucristo. Esta es la respuesta a los interrogantes y a las inquietudes fundamentales de todo hombre y de toda mujer y, especialmente, de los jóvenes.

«Por nosotros Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó». ¡Qué cercanas a nuestra existencia están estas palabras! Vosotros, queridos jóvenes, comenzáis a experimentar el carácter dramático de la vida. Y os interrogáis sobre el sentido de la existencia, sobre vuestra relación con vosotros mismos, con los demás y con Dios. A vuestro corazón sediento de verdad y paz, a vuestros numerosos interrogantes y problemas, a veces incluso llenos de angustia, Cristo, Siervo sufriente y humillado, que se abajó hasta la muerte de cruz y fue exaltado en la gloria a la diestra del Padre, se ofrece a sí mismo como única respuesta válida. De hecho, no existe ninguna otra respuesta tan sencilla, completa y convincente.

4. Queridos jóvenes, gracias por vuestra participación en esta solemne liturgia. Cristo, con su entrada en Jerusalén, comienza el camino de amor y de dolor de la cruz. Contempladlo con renovado impulso de fe. ¡Seguidlo! Él no promete una felicidad ilusoria; al contrario, para que logréis la auténtica madurez humana y espiritual, os invita a seguir su ejemplo exigente, haciendo vuestras sus comprometedoras elecciones.

María, la fiel discípula del Señor, os acompañe en este itinerario de conversión y progresiva intimidad con su Hijo divino, quien, como recuerda el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud, «se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Jesús se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y cargó con nuestras culpas para redimirnos con su sangre derramada en la cruz. Sí, por nosotros Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

«¡Gloria y alabanza a ti, oh Cristo!».

 

CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS
Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

XV Jornada Mundial de la Juventud
Domingo 16 de abril de 2000

Horarios Semana Santa

A continuación os dejamos el horario de todas las celebraciones de la Semana Santa 2017

DOMINGO RAMOS

10.30, 11.30, 13.00 y 19.30 en todas las Misas. Se entregan y bendicen gratuitamente los ramos. Si dais algo de donativo será para la Misión de Santo Domingo

MARTES SANTO

17.00-21.00 Habrá un cura confesando

JUEVES SANTO

10 Laudes

18 Misa Cena del Señor

22 Hora Santa

La liturgia de este día la prepararemos juntos el Lunes Santo después de la Misa de 19.30. ¡Venid a ayudar!

VIERNES SANTO

10 Laudes

12  Vía Crucis

18 Oficio de la Cruz

21 Oración ante la Cruz

La liturgia de este día la prepararemos juntos el Martes Santo después de la Misa de 19.30 . ¡Venid a ayudar!

SÁBADO SANTO

10Laudes

23Vigilia Pascual

La liturgia de este día la prepararemos juntos el Miércoles Santo después de la Misa de 19.30. ¡Venid a ayudar!

DOMINGO DE PASCUA

10.30, 11.30, 13.00 y 19.30 Horario habitual de misas de domingo

Horario de Semana Santa

Recetas para hacer unas estupendas torrijas

Ya que estamos en Cuaresma… Una serie de recetas fáciles y rápidas del postre mas típico de estas fechas.. ¡¡las torrijas!!

RECETA de Mamá Charo

Cortar el pan en rebanadas de 1 centímetro y ½, extenderlas en una fuente honda y grande.

Hervir la leche con el palo de canela y el azúcar, dejamos cocer 2-3 minutos, quitamos la canela y lo dejamos entibiar, la echamos encima del pan. Dejar enfriar y escurrir si hace falta.  Calentar abundante aceite en una sartén honda, cuando esté caliente rebozar el pan (escurrido) por los huevos batidos, freír hasta dorar por los dos lados y escurrir sobre papel de cocina.

Posteriormente, enfriar un poco y rebozar en azúcar mezclada con canela. Comer en templado, en frío o heladas, están igual de buenas.

INGREDIENTES

  • 1 barra de pan viejo
  • 2 huevos batidos
  • aceite
  • ½ litro de leche
  • 150 g de azúcar
  • 1 palo de canela en rama y un poco de canela molida
  • azúcar para rebozar
RECETA de Recetas de rechupete

 

 Preparación de la leche infusionada

  1. El primer paso es preparar los ingredientes con los que vamos a aromatizar la leche. Lavamos muy bien el limón y pelamos su piel de manera fina, sin mucho blanco que luego nos amargue el postre.
  2. En la preparación de la leche aromatizada tenemos un ingrediente que va a marcar la diferencia, también el precio pues no es barata, las vainas de vainilla.
  3. Para esta receta vamos a necesitar la vaina abierta entera, no es necesario añadir el interior, es decir las semillas, estas las podemos guardar para otro postre, mi recomendación es que las congeléis en un papel de aluminio y vayáis utilizando poco a poco dependiendo de la receta, así podéis economizar este ingrediente.
  4. Para sacarle el mayor provecho, cortamos los extremos, la parte más ancha de la vaina con un cuchillo, la rajamos de un extremo al otro, abriéndola como un libro.
  5. Raspamos el interior con la hoja de un cuchillo (lo mejor es abrirla bien con los dedos y rasparla con la mitad de la hoja del cuchillo), así sacaremos las semillas que vamos a guardar.
  6. La vaina limpia es la que vamos a añadir a la leche, además una vez aromatizada la leche, la vamos a sacar y secar. La guardaremos para otras utilizaciones. Por ejemplo para aromatizar azúcar y hacer nuestro propio azúcar avainillado.
  7. Calentamos la leche a fuego medio casi hasta el punto de ebullición. Bajamos la temperatura y retiramos del fuego, añadimos la vaina de la vainilla, la piel del limón y por último la rama de canela.

Reposo de la leche infusionada antes de empezar con las torrijas

  1. Dejamos todo en reposo durante 5 minutos, es decir, infusionando la leche. La leche debe estar tibia o fría cuando la empleemos para empapar las torrijas. Reservamos.
  2. Un truquillo para que las torrijas no salgan empalagosas es no añadirle azúcar a la leche que hemos infusionado. Sino cuando preparemos el almíbar o con el azúcar y la canela que añadiremos al final.
  3. De esta manera unificamos sabores y os quedará realmente deliciosa. Podéis ver como la preparamos en este vídeo:

Preparación de las torrijas

  1. Escogemos un recipiente cómodo para ir mojando el pan elegido para las torrijas y lo llenamos con la leche infusionada y fría que tenemos reservada. Añadimos el vino de Oporto que le va a dar el puntazo a este postre y batimos con un tenedor para mezclar bien los líquidos.
  2. Batimos los huevos hasta que espumen un poco y añadimos dos cucharadas de leche infusionada, volvemos a batir y colocamos en otro plato que sea cómodo para mojar las torrijas antes de freír.
  3. Ponemos una sartén con aceite de oliva virgen extra y calentamos a fuego medio.
  4. Mientras se calienta el aceite bañamos las rebanadas de pan en la leche infusionada. Le damos la vuelta para que se impregnen bien pero que no chorreen y la pasamos por el huevo batido que ya tenemos preparado. De ahí directamente a la sartén con aceite bien caliente.

Fritura y presentación final de las torrijas de leche

  1. Freímos las torrijas por todos dos lados hasta que estén doradas. Nos ayudamos de un tenedor para ir dando la vuelta a la torrija.
  2. Retiramos a un plato con papel de cocina absorbente para retirar el exceso de aceite.
  3. Llenamos un recipiente ancho con azúcar y canela en polvo. Unas dos cucharaditas de canela en polvo por cada 100 g de azúcar. Mezclamos bien con un tenedor.
  4. Rebozamos las torrijas en esa mezcla, que se impregnen bien de azúcar y canela.
  5. Dejamos enfriar y degustamos a temperatura ambiente o frías, simplemente deliciosas. Recordad que las torrijas están mejor de un día para otro. Como podéis ver en las fotos he dejado que sudaran. Así se recubren de una capita de almíbar dulce y suave que las hacen supremas. Vamos, de rechupete, no lo dudéis.
Curiosidades
  • Si os gusta esta receta no dejéis de visitar nuestro especial de postres y dulces de Semana Santa y Pascua, encontraréis un montón de ideas para hacer estos días.
  • Muchos cocineros/as emplean aceite de girasol para esta receta pues evitan que se formen los típicos grumos a la hora de freír. Yo recomiendo aceite de oliva virgen extra. El sabor realza la torrija y le da un punto distinto, además de que queda una fritura perfecta.
  • La leche debe estar a temperatura ambiente. Pues si está caliente cuando impregnemos el pan con la leche puede que nos quedemos con medio trozo de pan en la mano. Es quizás el punto más importante de esta receta, dejad que la leche entibie antes de bañar las rebanadas de pan, sino el fracaso está asegurado.
  • El método de preparación depende del tipo de pan utilizado y la región. Las podéis encontrar bañadas en leche aromatizada como en esta receta. También con vino (con moscatel u otro tipo de vino dulce) al estilo andaluz están de lujo y las que preparan los donostiarras, con crema pastelera. Os aseguro que están de rechupete, de esta última forma fue como preparé los canutillos de torrija con crema.
  • Otra opción de presentación es pasar la torrija por un poco de azúcar glass. O bien hacer un pequeño almíbar con miel y agua o bien azúcar y agua. También por un caramelo ligero donde pasaremos la torrija vuelta y vuelta. Y luego directamente al plato.
  • En mi caso empleé una sartén grande, pero si la que tienes es mediana o pequeña.
  • No emplees mucho aceite, así la temperatura del aceite se mantendrá constante.
  • La historia de las torrijas es bien antigua, se remontan hasta 2000 años atrás.
  • Los romanos escribían ya en su tiempo como preparar una especie de torrija con galletas de trigo. Y estas estaban bañadas en leche, tostadas en aceite y servidas con miel.
  • En el siglo XV al parecer eran un alimento indicado para la recuperación de parturientas, qué os parece, curioso ¿no?
  • Un postre internacional donde los haya, los franceses las llaman “Pain perdu” (pan perdido). Los ingleses, “Poor Knights of Windsor”, en América, French Toast“. Los suizos “Fotzelschnitten” y nuestros vecinos de Portugal, “Rabanadas”.