Como cada año la comunidad parroquial de Santa Eugenia os invita a participar tanto de la comida de Pascua como de la excursión familiar los días 21 de mayo y 10 de junio respectivamente.
Comida de pascua PARROQUIAL
El domingo 21 de mayo comeremos juntos en los salones parroquiales a las 14h. El precio por adulto se estima en unos 12 y por niño en unos 6. Para apuntarse hay que pasarse por el despacho parroquial o comunicárselo a alguno de los catequistas de infancia, preas o confirmación.
Excursión FAMILIAR Parroquial
¿CUÁNDO?
El sábado 10 de junio quedaremos a las 9:00 de la mañana para a las 9:30 salir todos juntos en autobús. Volveremos en torno a las 20 – 21h.
¿DÓNDE?
Este año vamos a ir a Boca del Asno en Segovia. En el caso de que haga mal tempo, tenemos un lugar alternativo donde pasar el día.
¿QUÉ HAGO PARA APUNTAR A MI FAMILIA?
Comunícaselo a cualquiera de los sacerdotes o a los catequistas de infancia, preas o confirmación.
¿QUÉ TENGO QUE LLEVAR?
Conviene llevar comida y bebida para compartir, así como mesas y sillas plegables si las teneis en casa. Existe la posibilidad de darse un chapuzón en el río y por eso conviene llevar bañador y toalla. También es altamente recomendable llevar gorra, protector solar, antimosquitos, ropa de recambio….
¿CUÁNTO CUESTA?
El precio del autobús ida y vuelta por persona sale en torno a los 8 euros.
¿QUÉ VAMOS A HACER?
El plan es pasar el día juntos. Vamos a tener tiempo para: jugar, hacer una pequeña excursión, bañarnos en el río, comer todos juntos, tiempo de sobremesa, celebar la Eucaristía…
Para este mes de Mayo, dedicado a María, “la esclava del Señor”, os proponemos un buen tema para leer y reflexionar: ¡La Eucaristía!, misterio insondable de amor, de entrega y donación a quien se acerca con humildad a él. La humildad es el camino por el que tendremos fácil acceso a todos los misterios de Dios, ya que solo a los “humildes” Dios les revela sus secretos.
La Eucaristía, que aparentemente es “nada”, es el gran don que Dios hace a los que con corazón sencillo se acercan, aunque “no sean dignos de que entre en su casa”.
¿Qué es la humildad?
La humildad es la virtud que modera el apetito que tenemos de la propia excelencia, del propio valer. Es una virtud que nos lleva a reconocer la grandeza de Dios y, al mismo tiempo, al conocimiento exacto de nosotros mismos, procurando para nosotros la oscuridad y el justo aprecio por amor a Cristo.
Es una virtud que no conocieron los paganos griegos o romanos ni las grandes civilizaciones antes del Cristianismo. Ellos –los grecolatinos- buscaban siempre la excelencia en todo, y para ello usaban de todas las tretas, sean lícitas y buenas, o no tan buenas. No sabían reconocer sus límites ni sus defectos. Es más, buscaban inmortalizar su gloria y su honor, que buscaban con frenesí. Para ellos, la humildad era un defecto, una debilidad.
La humildad la trajo Jesús del cielo, pues no se encontraba entre los mortales. Y la trajo, encarnándola Él mismo en su ser. Él es la Humildad misma.
Para nosotros, ¿qué es la humildad?
La humildad es una virtud que sabe reconocer lo bueno que hay en nosotros, para agradecer a Dios de quien viene todo lo bueno que somos y tenemos, sin apropiarnos nada. Sabe reconocer los propios límites y defectos, no para desanimarse, sino para superarlos con la ayuda de Dios.
Por ejemplo, ¿qué diríais de aquél que alaba un cuadro? ¿A quién debería alabar: al cuadro o al pintor de ese cuadro?
“No niegues tus cualidades ni los éxitos que logres. El Señor se sirve de ti, lo mismo que el artista utiliza un pincel barato” CE 515
La humildad es una virtud que sabe abajarse para servir a los demás, a quienes aprecia e incluso considera mejor que él mismo. Es más, se alegra que los demás sean más amados, preferidos, consultados, alabados que él.
¿Qué relación hay entre Eucaristía y humildad?
La Eucaristía es el sacramento del abajamiento, del ocultamiento. Más no podía bajar Dios. Él, que podría manifestarse en el esplendor de su gloria divina, se hace presente del modo más humilde. Se pone al servicio de la humanidad, siendo Él el Señor.
No se consideró más que los demás, no vino a despreciar a nadie, no vino a hacer sombra a nadie, no vino a desplazar a nadie, no vino a considerarse el mejor, el más santo, el más perfecto.
Se hace el más humilde de todos. El pan es la comida del humilde y del pobre. Es un pan que se da, se parte, se comparte, se reparte. ¡Cuántos gestos de amor humilde!
Jesús Eucaristía está aquí escondido, aún más que en el pesebre, aún más que en el calvario. En el pesebre y en la cruz se escondía solo la divinidad, aquí en la eucaristía también esconde la humanidad. Y sin embargo, desde el fondo del Tabernáculo es la causa primera y principal de todo el bien que se hace en el mundo. Él inspira, conforta, consuela a los misioneros, a los mártires, a las vírgenes. Él quiere estar escondido y hacer el bien a escondidas, en silencio, sin llamar la atención.
¿Y cuántas afrentas e insultos, profanaciones, distracciones, soledad, desatenciones, no recibe este Sacramento del amor? Y en vez de quejarse, protestar o cerrar su Sagrario, dice “Venid a Mí . . . todos”.
¡Cuántas veces vamos a comulgar no con las debidas disposiciones, ni con el fervor que deberíamos, ni con la atención suficiente! Y no sé cuántos de los que comulgan en la mano la tienen limpia, aseada, y hacen de su mano realmente un verdadero trono decente y puro para recibir al Señor. ¡Hasta ahí se rebaja! Podemos hacer con Él lo que queramos. No se resiste, no se altera, no echa en cara. Todo lo aguanta, lo tolera.
¿Cuál es el compromiso que adquirimos al comulgar, al acercarnos y vivir la Eucaristía?
Ser humildes. Quien comulga a Cristo Eucaristía se hace fuerte para vivir esta virtud difícil y recia, la humildad.
La humildad es la llave que nos abre los tesoros de la gracia. “A los humildes Dios da su gracia”, nos dice san Pedro en su primera carta. A los soberbios Dios los resiste, pues éstos buscan solo su provecho. Dios, a los humildes les da a conocer los misterios, a los soberbios se los oculta.
La humildad es el fundamento de todas las virtudes. Sin la humildad, las demás virtudes quedan flojas, endebles. Y se caen, tarde o temprano.
La humildad es el nuevo orden de cosas que trajo Jesús a la tierra. “Los más grandes son los que sirven, los más altos son los que se abajan”.
“¿Quieres ser grande? Comienza por hacerte pequeño. ¿Piensas construir un edificio de colosal altura? Dedícate primero al cimiento bajo y cuanto más elevado sea el edificio que quieras levantar, tanto más honda debes preparar su base. Los edificios antes de llegar a las alturas se humillan”. San Agustín.
La humildad consiste esencialmente en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y a los hombres y en la sabia moderación de nuestros deseos de gloria.
La humildad no nos prohíbe tener conciencia de los talentos recibidos, ni disfrutarlos plenamente con corazón recto; sólo nos prohíbe el desorden de jactarnos de ellos y presumir de nosotros mismos. Todo lo bueno que existe en nosotros, pertenece a Dios.
Que la Eucaristía nos ayude a ser cada día más humildes.
Como preparación a las apariciones de Nuestra Señora de Fátima, un ángel quien se identificó como el «Ángel de Portugal», le habló en primer lugar a los niños diciéndoles: «No temáis. Yo soy el ángel de la Paz. Rezad conmigo.
Luego él se arrodilló, doblándose hasta tocar el suelo con su frente y rezó:
«Dios mío, yo creo, yo os adoro y yo os amo!, os pido perdón por aquellos que no creen, no os adoran, no confían y no os aman!»
Él dijo esta oración tres veces. Cuando acabó, le dijo a los niños:
«Rezad así. Los corazones de Jesús y María están atentos a la voz de vuestras súplicas».
Él dejó a los niños quienes empezaron a decir esta oración frecuentemente.
Las apariciones del Ángel de Portugal (1916)
En la Portugal rural del 1917 no es inusual el ver a los niños llevando a sus rebaños a pastorear. Esto es lo que los niños de la familia Marto y Santos, todos primos, hacían en estos días. Casi siempre eran Lucía Santos, Francisco Marto y su hermana Jacinta, los que con gusto tomaban esta responsabilidad, agradecidos por la suerte de estar al aire libre y de jugar mientras las ovejas pastoreaban en silencio. Ellos llevaban a pequeños grupos de ovejas a pastorear en parcelas pertenecientes a sus padres en diferentes partes de la sierra, el altiplano en el que se encontraba el pueblecito de Fátima (donde se encontraba la Iglesia parroquial ) y Aljustrel (donde vivían los niños).
Dos miradores favoritos eran las colinas que miraban a Aljustrel, cerca de un campo llamado Loca do Cabeço (Lugar de la Cabeza) y la Cova da Iria (Ensenada de Irene) a una corta distancia de Fátima. En estos lugares ocurrieron las apariciones que cambiarían el curso de la vida de estos niños y de la historia del siglo XX.
La primera aparición del Ángel de Portugal
En la primavera de 1916 Lucía, Francisco y Jacinta tuvieron su primer encuentro con un mensajero celestial. Escribiendo en sus memorias, compuestas bajo obediencia a su obispo, Lucía nos cuenta sobre esa primera reunión:
Fuimos esa vez a la propiedad de mis padres, que está abajo del Cabeço, mirando hacia el este. Se llama Chousa Velha.
Como a mitad de mañana comenzó a lloviznar y subimos la colina, seguidos de las ovejas, en busca de una roca que nos protegiera. Así fue como entramos por primera vez en el lugar santo. Está en la mitad de una arboleda de olivos que pertenece a mi padrino, Anastasio. Desde allí uno puede ver la aldea donde yo nací, la casa de mi padre y también Casa Velha y Eira da Pedra. La arboleda de pinos, que en realidad pertenece a varias personas, se extiende hasta estos lugares.
Pasamos el día allí, ya que la lluvia había pasado y el sol brillaba en el cielo azul. Comimos nuestros almuerzos y comenzamos a rezar el rosario. Después de eso, comenzamos a jugar un juego con guijarros. Pasaron tan solo unos segundos cuando un fuerte viento comenzó a mover los árboles y miramos hacia arriba para ver lo que estaba pasando, ya que era un día tan calmado. Luego comenzamos a ver, a distancia, sobre los árboles que se extendían hacia el este, una luz más blanca que la nieve con la forma de un joven, algo transparente, tan brillante como un cristal en los rayos del sol. Al acercarse pudimos ver sus rasgos. Nos quedamos asombrados y absorbidos y no nos dijimos nada el uno al otro. Luego él dijo:
No tengáis miedo. Soy el ángel de la paz. Orad conmigo.
Él se arrodilló, doblando su rostro hasta el suelo. Con un impulso sobrenatural hicimos lo mismo, repitiendo las palabras que le oímos decir:
Dios mío, yo creo en Vos, yo os adoro, yo espero y yo os amo. Os pido perdón por los que no creen, no os adoran, no esperan y no os aman.
Después de repetir esta oración tres veces el ángel se incorporó y nos dijo:
Orad de esta forma. Los corazones de Jesús y María están listos para escucharos.
Y desapareció. Nos dejó en una atmósfera de lo sobrenatural que era tan intensa que estuvimos por largo rato sin darnos cuenta de nuestra propia existencia. La presencia de Dios era tan poderosa e íntima que aún entre nosotros mismos no podíamos hablar. Al día siguiente, también esta atmósfera nos ataba, y se fue disminuyendo y desapareció gradualmente. Ninguno de nosotros pensó en hablar de esta aparición o hacer ningún tipo de promesa en secreto. Estabamos encerrados en el silencio sin tan siquiera desearlo.
El efecto intenso de esta aparición del Angel que tuvo sobre los niños, fue diferente a la experiencia un tanto más serena con la de la Virgen al año siguiente. Lucía dice:
No sé por que, pero las apariciones de la Virgen produjeron en nosotros efectos muy diferentes que los de las visitas del ángel. En las dos ocasiones sentimos la misma felicidad interna, paz y gozo, pero en vez de la posición física de postrarse hasta el suelo que impuso el ángel, nuestra Señora trajo una sensación de expansión y libertad, y en vez de este aniquilamiento en la presencia divina, deseábamos solamente exultar nuestro gozo. No había dificultad al hablar cuando nuestra Señora se apareció, había más bien por mi parte un deseo de comunicarme.
Esta diferencia puede tal vez ser explicada de la siguiente manera. Los ángeles cualquiera que sea su coro tienen en común con Dios una naturaleza espiritual, no mezclada con la materia. La bondad de su ser, llena de justicia divina de acuerdo con el nivel de gloria dado a cada uno, irradia esa santidad sin mediación, por tanto proporcionada a la capacidad de los seres humanos para experimentarla. No sin razón las escrituras demuestran cuan fácil se puede confundir a un ángel apareciéndose a un hombre con el mismo Dios. (Apoc. 19:10, 22:9). Sin embargo, cuando se aparece nuestra Señora, aunque su gloria es mayor a la del más alto serafín, su naturaleza humana cubre esta gloria, así como pasó con la naturaleza de nuestro Señor, aún después de su Resurrección.
Aunque los ángeles también pueden aparecer en una forma más mundana, debe haber sido parte del propósito divino el revelarle a los niños algo de la Santidad de Dios. Lucía nos dice sobre este efecto que tardó en desaparecer:
Sus palabras se grabaron tan profundamente en nuestras mentes que nunca las olvidamos, hasta el punto en que pasábamos largos ratos de rodillas repitiéndolas, a veces hasta que nos caíamos exhaustos.
La Segunda Aparición del Ángel de Portugal
Durante el verano de 1916 los tres primos estaban jugando en el calor del día en el jardín cerca del pozo detrás de la casa de los Santos en Aljustrel. Lucía describe cómo el ángel se les apareció una vez más, regañándoles por su falta de seriedad espiritual.
De repente vimos al mismo ángel cerca de nosotros.
¿Que estáis haciendo? Teneis que rezar!. Rezar!. Los corazones de Jesús y María tienen designios Misericordiosos para vosotros. Debeis ofrecer vuestras oraciones y sacrificios a Dios, el Altísimo.
¿Pero cómo nos debemos sacrificar? Pregunté.
En todas las formas que podais ofrecer sacrificios a Dios en reparación por los pecados por los que Él es ofendido, y en suplicación por los pecadores. De esta forma vosotros traereis la paz a este país, ya que yo soy su ángel guardián, el Angel de Portugal. Además, aceptad y soportad con paciencia los sufrimientos que Dios os enviará.
Esta aparición renovó el mismo efecto profundo que tuvo el primero en ellos. Francisco, quien a lo largo de las apariciones del ángel y de nuestra Señora podía ver pero no escuchar, no tuvo éxito en obtener de las niñas las palabras que el ángel había dicho hasta el próximo día. Lucía nos dice:
Las palabras del ángel se sumieron en lo profundo de nuestras almas como llamas ardientes, mostrándonos quien es Dios, cual es su Amor por nosotros, y cómo Él quiere que nosotros le amemos también, el valor del sacrificio y cuanto Le agrada, cómo El lo recibe para la conversión de los pecadores. Es por eso que a partir de ese momento comenzamos a ofrecerle algunos sacrificios que nos mortificaran.
La Tercera Aparición del Ángel de Portugal
Lucía no está segura de cuando ocurrió la tercera aparición del ángel. Ella cree recordar que fue a finales de Septiembre u Octubre de 1916. Habiéndose dirigido a Cabeço con sus rebaños, y estando más atentos a las palabras del ángel, ellos se arrodillaron inmediatamente para orar la oración que les enseño el ángel: Dios mío, yo creo en ti, yo te adoro…etc.
Después de haber repetido esta oración no sé cuantas veces vimos a una luz extraña brillar sobre nosotros. Levantamos nuestras cabezas para ver que pasaba. El ángel tenía en su mano izquierda un cáliz y sobre él, en el aire, estaba una hostia de donde caían gotas de sangre en el cáliz. El ángel dejó el cáliz en el aire, se arrodilló cerca de nosotros y nos pidió que repitiesemos tres veces:
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente, y os ofrezco el precioso cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de las ingratitudes, sacrilegios e indiferencia por medio de las cuales Él es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y por el del Inmaculado Corazón de María, os pido humildemente por la conversión de los pobres pecadores.
Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia. La hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se lo dio a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo:
Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofreced reparación por ellos y consolad a Dios.
Una vez más él se inclinó al suelo repitiendo con nosotros la misma oración tres veces: Oh Santísima Trinidad…etc., y desapareció. Abrumados por la atmósfera sobrenatural que nos envolvía, imitamos al ángel en todo, arrodillándonos postrándonos como él lo hizo y repitiendo las oraciones como él las decía.
Fue de esta forma en la que fueron catequizados en oración, sufrimiento por reparación, y en la doctrina de la Santa Eucaristía, y fortalecidos por el Pan de los Angeles, como los niños de Fátima fueron preparados para la visita de la Reina de Portugal, la Inmaculada Virgen María.
Apariciones de la Santísima Virgen María en Fátima (1917)
Casi 8 meses pasaron desde la última aparición del Ángel. Lucía, Francisco y Jacinta continuaron haciendo lo que el ángel les había enseñado, orando y ofreciendo sacrificios al Señor. Lucía tenía ahora 10 años, Francisco nueve en Junio y Jacinta acababa de cumplir siete en marzo, cuando el 13 de mayo de 1917, decidieron llevar sus ovejas a unas colinas que pertenecían al padre de Lucía conocidas como Cova da Iria, o Ensenada de Irene. Fue ahí, solo con una excepción, donde la Santísima Virgen bajo el nombre de Nuestra Señora del Rosario se les apareció en seis ocasiones en 1917, y una novena vez en 1920 (sólo a Lucía).
Tan importante como el lugar y el momento eran la situación a nivel mundial. En esos momentos la Primera Guerra Mundial hacía estragos en Europa, conduciendo a la humanidad a la forma más salvaje de guerra vista hasta el día de hoy. En la lejanía de Moscu, Lenin preparaba la revolución que volcó el orden social Ruso en Noviembre de 1917 y en la que se sumergió eventualmente casi la mitad de los habitantes de esta tierra. Fue en este contexto en el que el cielo intercede por la tierra para proveer el antídoto para los males morales y sociales del mundo – el mensaje de Fátima.
Aparición de la Virgen de Fátima del 13 de mayo de 1917
Llevando a su rebaño fuera de Aljustrel en la mañana del 13 de mayo, la fiesta de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, los tres niños pasaron Fátima, donde se encontraban la parroquia y el cementerio, y prosiguieron más o menos un kilómetro hacia el norte a las pendientes de Cova. Aquí dejaron que sus ovejas pastorearan mientras ellos jugaban en la pradera que tenía algún que otro árbol de roble. Después de haber tomado su almuerzo alrededor del mediodía decidieron rezar el rosario, aunque de una manera un poco trucada, diciendo sólo las primeras palabras de cada oración. Al instante, ellos sufrieron un sobresalto, que después describieron como un «rayo en medio de un cielo azul». Pensando que una tormenta se acercaba se debatían si debían recoger las ovejas e irse a casa. Preparándose para hacerlo fueron nuevamente sorprendidos por una luz extraña.
Comenzamos a ir cuesta abajo llevando a las ovejas hacia el camino. Cuando estabamos en la mitad de la cuesta, cerca de un árbol de roble (el gran árbol que hoy en día está rodeado de una reja de hierro), vimos otro rayo, y después de dar unos cuantos pasos más vimos en un árbol de roble (uno más pequeño más abajo en la colina) a una señora vestida de blanco, que brillaba más fuerte que el sol, irradiando unos rayos de luz clara e intensa, como una copa de cristal llena de pura agua cuando el sol radiante pasa por ella. Nos detuvimos asombrados por la aparición. Estabamos tan cerca que quedamos en la luz que la rodeaba, o que ella irradiaba, casi a un metro y medio.
Por favor no temáis, no os voy a hacer daño.
Lucía respondió por parte de los tres, como lo hizo durante todas las apariciones
¿De dónde sois?
Yo vengo del cielo.
La Señora vestía con un manto puramente blanco, con un borde de oro que caía hasta sus pies. En sus manos llevaba las cuentas del rosario que parecían estrellas, con un crucifijo que era la gema más radiante de todas. Quieta, Lucía no tenía miedo. La presencia de la Señora le producía solo felicidad y un gozo confiado.
«¿Qué queréis de mi?»
Quiero que regreses aquí los días trece de cada mes durante los próximos seis meses a la misma hora. Luego te diré quien soy, y qué es lo que más deseo. Y volveré aquí una séptima vez.
» ¿Y yo iré al cielo?»
Sí, tu irás al cielo.
» ¿Y Jacinta?»
Ella también irá.
«¿Y Francisco?»
Él también, pero primero debe rezar muchos Rosarios.
La Señora miró a Francisco con compasión por unos minutos, matizado con una pequeña tristeza. Lucía después se acordó de algunos amigos que habían fallecido.
Os ofreceréis a Dios y aceptaréis todos los sufrimientos que Él os envíe, en reparación por todos los pecados que Le ofenden y por la conversión de los pecadores.
«Oh sí, lo haremos»
Tendréis que sufrir mucho, pero la gracia de Dios estará con vosotros y os fortalecerá.
Lucía relata que mientras la Señora pronunciaba estas palabras, abría sus manos, y fuimos bañados por una luz celestial que parecía venir directamente de sus manos. La realidad de esta luz penetró nuestros corazones y nuestras almas, y sabíamos que de alguna forma esta luz era Dios, y podíamos vernos abrazada por ella. Por un impulso interior de gracia caímos de rodillas, repitiendo en nuestros corazones: «Oh Santísima Trinidad, te adoramos. Dios mio, Dios mio, te amo en el Santísimo Sacramento»
Los niños permanecían de rodillas en el torrente de esta luz maravillosa, hasta que la Señora habló de nuevo, mencionando la guerra en Europa, de la que tenían poca o ninguna noción.
Rezad el Rosario todos los días, para traer la paz al mundo y el final de la guerra.
Después de esto Ella comenzó a elevarse lentamente hacia el este, hasta que desapareció en la inmensa distancia. La luz que la rodeaba parecía que se adentraba entre las estrellas, es por eso que a veces decíamos que vimos a los cielos abrirse.
Los días siguientes estuvimos llenos de entusiasmo, aunque ellos no pretendían que fueran así. Lucía había prevenido a los otros de mantener su visita en secreto, sabiendo correctamente las dificultades que ellos experimentarían si los eventos se supiesen. Sin embargo la felicidad de Jacinta no pudo ser contenida, cuando prontamente se olvidó de su promesa y se lo reveló todo a su madre, quien la escuchó pacientemente pero le dio poca credibilidad a los hechos. Sus hermanos y hermanas se metían con sus preguntas y chistes. Entre los interrogadores solo su padre, «Tio Marto», estuvo inclinado a aceptar la historia como verdad. El creía en la honestidad de sus hijos, y tenía una simple apreciación de las obras de Dios, de manera que él se convirtió en el primer creyente de las apariciones de Fátima.
La madre de Lucía, por otro lado, cuando finalmente escuchó lo que había ocurrido, creyó que su propia hija no solo era la instigadora de un fraude, si no de una blasfemia. Lucía comprendió rápidamente lo que la Señora quería decir cuando dijo que ellos sufrirían mucho. María Rosa no pudo hacer que Lucía se retractara, aún bajo amenazas. Finalmente la llevó a la fuerza donde el párroco, el padre Ferreira, sin tener éxito. Por otro lado, el padre de Lucía, quien no era muy religioso, estaba prácticamente indiferente, atribuyendo todo a los caprichos de mujeres. Las próximas semanas, mientras los niños esperaban su próxima visita de la Señora en Junio, les revelaron que tenían pocos creyentes, y muchos en contra en Aljustrel y Fátima
Aparición de la Virgen de Fátima del 13 de junio de 1917
En Portugal, el trece de Junio es una gran fiesta, la fiesta de San Antonio de Lisboa, conocido comúnmente como San Antonio de Padua. Este milagroso franciscano nació en Lisboa y había entrado a la vida religiosa como un Canónigo Ragular de la Santa Cruz, residiendo primero en Lisboa y después en Coimbra antes de dejar la orden Portuguesa, para ingresar a la nueva orden de Hermanos Franciscanos Menores y esperar el martirio en tierras lejanas de misión. Esta fecha citada del 13 de junio, era y es, la fiesta de los niños en Portugal, de manera que los padres de Lucía naturalmente pensaron que las festividades de la parroquia de Fátima distraerían a Lucia de su cita en Cova. Sin embrago, no afectada por esta táctica Lucía y los Marto procedieron a ir al sitio de la aparición para cumplir con su cita al mediodía.
Cuando ellos llegaron vieron que había una pequeña multitud esperándolos.
Después de haber recitado el rosario con Jacinta y Francisco junto con las personas que estaban presentes, vimos otra vez, el reflejo de luz que se nos acercaba (solíamos decir que eran rayos) y después, a Nuestra Señora en el roble como en mayo.
» Por favor dígame, Señora, ¿qué es lo que quiere de mi?»
Quiero que vengais aquí el día trece del mes que viene. Quiero que continúeis diciendo el Rosario todos los días. Después de cada misterio, hijos mios, quiero que receisn de esta manera. «Oh mi buen Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno. Lleva a todas las almas al cielo, especialmente a las más necesitadas de tu Divina Misericordia». Quiero que aprendais a leer y a escribir, y luego os diré que más quiero de vosotros.
«¿Nos llevará al cielo?»
Si, me llevaré a Jacinta y a Francisco muy pronto, pero tú te quedarás un poco más, ya que Jesús desea que tu me hagas conocer y amar en la tierra. Él también desea que tú establezcas devoción en el mundo entero a mi Inmaculado Corazón.
«¿Debo permanecer en el mundo sola?»
No sola, hija mía, y no debes estar triste. Yo estaré contigo siempre, y mi Inmaculado Corazón será tu consuelo y el camino que te llevará hacia Dios.
En el momento en el que ella dijo las últimas palabras, abriendo sus manos, Ella nos transmitió por segunda vez, el reflejo de esa luz intensa. En ella sentíamos que estabamos sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba hacia los Cielos, y yo en la parte que se derramaba sobre la tierra. En frente de la palma de la mano derecha de Nuestra Señora estaba un corazón rodeado de espinas que parecían clavársele. Entendimos que era el Inmaculado Corazón de María ofrecido por los pecados de la humanidad, deseando ansiosamente reparación.
La aparición luego terminó como en la primera ocasión, con la Señora elevándose hacia el este y desapareciendo en la «inmensidad de los cielos».
A pesar del gozo de esos preciosos momentos el dolor de los niños continuó las siguientes semanas, moderado por la creencia de muy pocos de los presentes en Cova ese día. Ellos sabían que algo inusual había ocurrido – vieron los «rayos», algunos percibieron un cierto oscurecimiento del sol, otros una pequeña nube gris que iba y venía mientras ocurría la aparición y ellos creyeron. Sin embargo, las dificultades con sus familias no cesaron, especialmente con sus madres, quienes estaban verdaderamente alarmadas ya que los eventos no sólo continuaban sino que más bien se expandían. A ésto se le añadió la ardua cautela del párroco, que sospechaba que después de todo esto fuera a ser real, pero de del demonio.
Aparición de la Virgen de Fátima del 13 de Julio de 1917
Mientras se acercaba la fecha de Julio, Lucía continuaba turbada por las palabras de su párroco que advertía que el diablo podría estar detrás de estas apariciones. Finalmente, ella le confió a Jacinta que su intención era de no ir. Pero cuando el día finalmente llegó, sus miedos y ansiedades desaparecieron, de manera que a las doce estaba en Cova con Jacinta y Francisco, esperando la llegada de la bella Señora.
La aparición del 13 de julio probó ser en muchas formas, la parte más controvertida del mensaje de Fátima, proveyendo un secreto en tres partes que los niños guardaron celosamente. Las primeras dos partes, la visión del infierno y la profecía del futuro rol de Rusia y cómo prevenirlo, no serían reveladas hasta que Lucía las escribió en su tercer diario, en obediencia al obispo, en 1941. La tercera parte, comúnmente conocido como el Tercer Secreto, fue más tarde comunicado al obispo, quien lo envió sin leer al Papa Pío XII.
Unos minutos después de haber llegado a Cova da Iria, cerca de la encina, donde un gran número de personas estaban rezando el Rosario, vimos un flash de luz una vez más, y un momento después Nuestra Señora se apareció en la encina.
«Lucía», dijo Jacinta, «habla». La Señora te está hablando».
«¿Si? Dijo Lucía. Ella habló humildemente, pidiendo perdón por sus dudas con todos sus gestos, y le dijo a la Señora «¿Qué queréis de mi?
Quiero que vengais aquí el día trece del mes que viene. Continúeis rezando el Rosario todos los días en honor a Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el final de la guerra, porque sólo el rosario puede obtenerlo.
«Sí, Sí».
«Yo quisiera preguntarle quién es usted, y si puede hacer un milagro para que todo el mundo sepa a ciencia cierta que se ha aparecido»
Debéis venir aquí todos los meses, y en octubre yo te diré quién soy y lo que quiero. Después haré un milagro para que todos crean.
Por tanto segura de lo que hacía, Lucia comenzó a poner ante la Señora las peticiones que todos le habían confiado. La Señora dijo muy gentilmente que ella curaría a algunos, pero que a otros no los curaría.
«¿Y el hijo paralítico de Maria da Capelinha?»
No, no será curado ni de su enfermedad ni de su pobreza, y debe de asegurarse de rezar el Rosario junto a su familia todos los días.
Otro caso encomendado por Lucía a la Señora fue el de una mujer enferma de Atougia quien pidió que se la llevaran al cielo.
Dile que no tenga prisa. Dile que yo sé muy bien por qué, y cuando yo vendré a buscarla.
Haced sacrificios por los pecadores, y decid seguido, especialmente cuando hagais un sacrificio: Oh Jesús, esto es por amor a Ti, por la conversión de los pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María.
Mientras Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo. (debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice).
Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a horrorosos animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos dijo, tan amablemente y tan tristemente:
Habeis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón. Si vosotros haceisn lo que yo os diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz. Esta guerra cesará, pero si los hombres no dejan de ofender a Dios, otra guerra más terrible comenzará durante el pontificado de Pio XI. Cuando veais una noche que será iluminada por una luz extraña y desconocida (esto ocurrió el 28 de Enero de 1938) sabreis que ésta, es la señal que Dios les dará y que indicará que está apunto de castigar al mundo con la guerra y el hambre, y con la persecución de la Iglesia y del Papa.
Para prevenir èsto, vengo al mundo para pedir que Rusia sea consagrada a mi Inmaculado Corazón, y pido que los primeros Sábados de cada mes se hagan comuniones en reparación por todos los pecados del mundo. Si mis deseos se cumplen, Rusia se convertirá y habrá paz, si no, Rusia repartirá sus errores alrededor del mundo, trayendo nuevas guerras y persecuciones a la Iglesia, los justos serán martirizados y el Santo Padre tendrá que sufrir mucho, ciertas naciones serán aniquiladas. Pero al final mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre consagrará a Rusia a Mi Inmaculado Corazón, y esta será convertida y el mundo disfrutará de un período de paz. En Portugal la fe siempre será preservada…(Aquí viene la parte del secreto que aún no ha sido revelado). Recordad, no debeis decirle esto a nadie más que a Francisco.
Cuando recéis el Rosario, decid después de cada misterio: Oh mi buen Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, especialmente a las más necesitadas de tu Divina Misericordia.
» ¿Hay algo más que quiera de mi?»
No, no quiero nada más de ti hoy.
Luego, al igual que antes Nuestra Señora comenzó a ascender hacia el Este, hasta que finalmente desapareció en la inmensa oscuridad del firmamento.
La posesión del Secreto probó ser una gran prueba para los tres pequeños. La familia, los vecinos, seguidores de la aparición, hasta el clero, trató sin éxito que fuera revelado. Finalmente, en cuanto el día de la aparición se iba acercando, hasta el gobierno civil que era secular y venenosamente anti clerical, alarmado por el número de personas que estaban interesándose en los eventos de Fátima, atentaron con arrebatárselos y en el proceso exponer a la Iglesia como colaboradora en un fraude.
Aparición de la Virgen de Fátima del 19 de agosto de 1917
Bajo el pretexto de proveerles de su propio automóvil, para que los niños pudieran trasladarse seguramente en medio de la multitud que rodeaba sus hogares, el administrador civil o alcalde del distrito en el que estaba ubicado Fátima, llegó a Aljustrel en la mañana del 13 de agosto. En un intento por conocer «la verdad» sin éxito, el 11 de agosto, Arturo Santos, un apóstata católico había planeado una trampa que dejaría a los niños bajo su custodia para forzarlos a revelar todo. Como acto de buena fe, se ofreció para llevar a los tres niños y a sus padres a ver al párroco, quien él decía que quería verles, y así se fue a Cova.
En la casa parroquial él abandonó esta artimaña así como a los padres llevándose solo a los niños hasta la sede del distrito en Vila Nova de Ourem, a unas 9 millas de distancia. Aquí el intentó comprarlos, los amenazó de muerte y encerrándolos en una celda con otros «criminales» para hacerlos retractar de su historia. Todo esto, sin ningún resultado. A pesar de sus edades, su fe en la Señora y su coraje fueron imperturbables.
Mientras tanto en Cova al mediodía del día 13, los signos externos característicos de la aparición se hicieron visibles para la multitud, la mayor multitud hasta eses momento. Después que estos signos terminaron la multitud se dispersó, sin saber nada de las trampas tendidas por el gobierno.
Sin embargo, el «juicio» de los niños continuó por dos días, preocupando de gran modo a sus familias. Finalmente, en la fiesta de la Asunción el 15 de agosto, el Administrador los condujo de nuevo a Fátima y los dejó a los pies de la rectoría. Aquí fueron vistos por la gente que salía de Misa tratando de sabera por parte del Tio Marto dónde habían estado los niños. Este fue el único esfuerzo serio por parte de la autoridades para intervenir en el tema de la Señora de Fátima.
En cuanto a los planes de la Señora, fueron retrasados un poco. El Domingo 19 Lucía, su hermano Juan y Francisco estaban pastoreando sus ovejas en un lugar llamado Valinhos. Estaba ubicado al lado de la misma colina opuesta a Aljustrel donde se les apareció el ángel dos veces, un poco más al norte. Alrededor de las 4 de la tarde, presintiendo que la Señora estaba apunto de aparecerce, Lucía trató sin éxito de convencer a su hermano Juan que fuera a buscar a Jacinta, hasta que le ofreció unos cuantos centavos por ir a buscarla. Mientras ella y Francisco esperaban vieron la luz típica. El momento en el que Jacinta llegó, se apareció la Señora.
«¿Que queréis de mí?»
Que vengáis otra vez a Cova da Iria el trece del mes que viene, y continuéis rezando el Rosario todos los días. El último día yo haré un milagro para que todos crean.
«¿Qué debemos hacer con las ofrendas que deja la gente en Cova da Iria?»
Quiero que hagáis dos andas (para cargar estatuas) para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Quiero que tú y Jacinta llevéis una de ellas con otras dos niñas. Vosotras dos os vestiréis de blanco. Y luego quiero que Francisco, con tres niños ayudándolo, cargue la otra. Los niños también han de vestir de blanco. Lo que quede de las ofrendas ayudará para la construcción de la capilla que ha de ser construida aquí.
Lucía luego preguntó por la curación de algunos enfermos
Algunos los curaré durante este año
(Y mirándolos tristemente, les dijo) Rezad, rezad, rezad mucho. Haced sacrificios por los pecadores. Muchas almas se van al infierno, porque nadie está dispuesto a ayudarlas con sacrificios.
Habiendo dicho esto se retiró como lo había hecho en otras ocasiones.
Aparición de la Virgen de Fátima del 13 de septiembre de 1917
A pesar del ridículo y las burlas causadas por la prensa secular y atea, más de 30.000 personas se reunieron en Cova para la aparición del mes de septiembre. Ahora mientras se rezaba el Rosario la multitud pudo ver a los niños ponerse de pie mirando hacia el este y ver como la admiración se apoderaba de sus rostros. Un momento mientras los niños esperaban, mirando y mirando, sus ojos en la encina, su gozo encendido como una llama. Ya habían caído de rodillas de nuevo, y personas cerca de Lucía la escucharon decir:
«¿Qué queréis de mí?»
Continuad rezando el Rosario, hijitos mios. Hacedlo todos los días para que cese la guerra. En octubre vendrá nuestro Señor, así como Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y Nuestra Señora del Monte Carmelo. San José se aparecerá con el Niño Jesús para bendecir al mundo.
A Dios le agradan vuestros sacrificios, pero no quiere que os pongáis las cuerdas de noche para ir a dormir. Sólo ponéroslas durante el día.
«Tengo las peticiones de muchas personas que piden su ayuda. ¿Curaréis vos a una niña que es sordomuda?»
Ella mejorará en un año.
«¿Y las conversiones que algunos han pedido? ¿Las sanaciones de los enfermos?»
Algunas las curaré a otras no. Nuestro Señor no confía en todos ellos, pues algunos, recuperada su salud, volverían a caer en sus vicios y pecados.
«¿Quiere que se construya una capilla pequeña aquí con el dinero que las personas han dejado aquí?»
Sí, deseo que se construya una pequeña capilla en honor de Nuestra Señora del Rosario. Pero diles que se utilice sólo la mitad de ese dinero para esto. La otra mitad será para las dos andas que ya os comenté y vosotros sabéis.
«Muchos creen que yo soy una impostora y un fraude, dicen que merezco ser colgada o quemada. ¿Podéis por favor hacer un milagro para que ellos crean?»
En Octubre haré un milagro que permitirá que todos crean.
La entrevista se había terminado. La visión se elevó como antes, y Lucía, señalando a la Señora, le dijo a la multitud: » Si desean verla, ¡miren! ¡miren!»
Aparición de la Virgen de Fátima del 13 de octubre de 1917
Durante la noche del 12 al 13 de octubre había llovido toda la noche, empapando el suelo y a los miles de peregrinos que viajaban a Fátima de todas partes. A pie, por carro y en carretas venían, entrando a la zona de Cova por el camino de Fátima – Leiria, que hoy en día todavía pasa frente a la gran plaza de la Basílica. De ahí bajaban hacia el lugar de las apariciones. Hoy en día, en el sitio está la capillita moderna de vidrio, encerrando la primera que se construyó y la estatua de Nuestra Señora del Rosario de Fátima donde estaba la encina.
En cuanto los niños, lograron llegar a Cova entre las adulaciones y el escepticismo que los había perseguido desde mayo. Cuando llegaron, encontraron críticos que cuestionaban su veracidad y la puntualidad de la Señora, quien había prometido llegar al medio día. Ya habían pasado las doce según la hora oficial del país. Sin embargo cuando el sol había llegado a su apogeo la Señora se apareció como había dicho.
«¿Qué queréis de mí?»
Quiero que se construya una capilla aquí en mi honor. Quiero que continuéis rezando el Rosario todos los días. La guerra pronto terminará, y los soldados regresarán a sus hogares.
«Sí, Sí»
«¿Me dirá su nombre?»
Yo soy la Señora del Rosario
«Tengo muchas peticiones de muchas personas. ¿Se las concederá?»
Algunas serán concedidas, y otras las debo negar. Las personas deben rehacer sus vidas y pedir perdón por sus pecados. No deben de ofender más a nuestro Señor, ¡ya es ofendido demasiado!
» ¿Y eso es todo lo que tiene que pedir?»
No hay nada más.
Mientras la Señora del Rosario se eleva hacia el este, ella tornó las palmas de sus manos hacia el cielo oscuro. Aunque la lluvia había cedido, nubes oscuras continuaban oscureciendo el sol, que de repente se escapa entre ellos y se ve como un suave disco de plata.
«¡Miren el sol!»
En este momento, dos distintas apariciones pudieron ser vistas: el fenómeno del sol presenciado por los 70,000 espectadores y aquella que fue vista solo por los niños. Lucía describe esta aparición en su diario.
Después que la Virgen desapareció en la inmensa distancia del firmamento, vimos a San José y al Niño Jesús que parecían estar bendiciendo el mundo, ya que hacían la señal de la cruz con sus manos. Un poco después cuando esta aparición terminó vi a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, me parece que era lo Dolorosa. Nuestro Señor parecía bendecir al mundo al igual que lo había hecho San José. Esta aparición también desapareció y vi a Nuestra Señora una vez más, parecida a nuestra Señora del Carmen (Sólo Lucia vio la última aparición, como anticipando su entrada al Carmelo unos años después.
Estas serían las últimas apariciones en Fátima para Jacinta y Francisco. Sin embargo, a Lucía, nuestra Señora se la apareció una séptima vez en 1920, como lo había prometido la Señora el mes de mayo. Esta vez Lucía estaba en oración en la Cova, antes de dejar Fátima para ir a un internado de niñas. La Señora vino para alentarla a que se dedicara enteramente a Dios.
Mientras los niños veían las diversas apariciones de Jesús, María y San José, la multitud presenció un prodigio diferente, el ahora conocido como el famoso milagro del sol. Entre los testigos estaban los siguientes:
Testimonios sobre las apariciones de la Virgen de Fátima
O Seculo (un periódico de Lisboa pro gubernamental y anticlerical)
Desde el camino, donde estaban estacionados los vehículos donde cientos de personas se habían quedado, ya que no querían pisar el lodo, uno podía ver la gran multitud volverse hacia el sol, que parecía sin nubes y estaba en su apogeo. Parecía una placa de pura plata y se podía mirar fijamente sin incomodar. Pudo haber sido un eclipse que sucedía en ese momento. Pero en ese mismo momento se produjo un gran grito, y uno podía escuchar a los espectadores más cercanos gritar: ¡un milagro! ¡un milagro!
Ante el asombro reflejado en los ojos de los espectadores, cuya semblanza era bíblica ya que todos tenían la cabeza descubierta, y que buscaban ansiosamente algo en el cielo, el sol temblaba, hizo ciertos movimientos repentinos fuera de las leyes cósmicas – el sol «danzaba» de acuerdo a las expresiones típicas de la gente.
Había un viejecito parado en las escaleras de un obús con su rostro girado hacia el sol que recitaba el credo en alta voz. Pregunté quien era y me dijeron que era el señor Joao da Cunha Vasconcelos. Lo vi después dirigiéndose a los que estaban a su alrededor con sus sombreros puestos y les imploró vehementemente que se descubrieran sus cabezas ante tan extraordinario milagro.
Las gentes se preguntaban los unos a los otros lo que habían visto. La gran mayoría admitió ver el sol danzando y temblando, otros afirmaban que habían visto el rostro de la Virgen Santísima. Otros juraron que vieron el sol girar como una rueda que se acercaba a la tierra como si fuera a quemarla con sus rayos. Algunos dijeron haber visto cambios de colores sucesivamente.
O Dia (otro diario de Lisboa, edición 17 de octubre de 1917)
«A la una en punto de la tarde, mediodía solar, la lluvia cesó, el cielo de color gris nacarado iluminaba la vasta región árida con una extraña luz. El sol tenía como un velo de gasa transparente que hacía fácil el mirarlo fijamente. El tono grisáceo madre perla en que se tornó en una lámina de plata, que se rompió cuando las nubes se abrían y el sol de plata envuelto en el mismo velo de luz gris, se vio girar y moverse en el círculo de las nubes abiertas. De todas las bocas se escuchó un gemido y las personas cayeron de rodillas sobre el suelo fangoso…..
La luz se tornó en un azul precioso, como si atravesara el vitral de una catedral y esparció sus rayos sobre las personas que estaban de rodillas con los brazos extendidos. El azul desapareció lentamente y luego la luz pareció traspasar un cristal amarillo. La luz amarilla tiñó los pañuelos blancos, las faldas oscuras de las mujeres. Lo mismo sucedió en los árboles, las piedras y en la sierra. La gente lloraba y oraba con la cabeza descubierta ante la presencia del milagro que habían esperado. Los segundos parecían como horas, así de intensos eran.
Tio Marto (padre de Jacinta y Francisco)
Podíamos mirar con facilidad el sol, que por alguna razón no nos cegaba. Parecía tililar primero en un sentido y luego en otro. Sus rayos se esparcían en muchas direcciones y pintaban todas las cosas en diferentes colores, los árboles, la gente, el aire y la tierra. Pero lo más extraordinario para mí, era que el sol no lastimaba nuestros ojos. Todo estaba tranquilo y en silencio y todos miraban hacia arriba. De pronto, pareció que el sol dejó de girar. Luego comenzó a moverse y a danzar en el cielo, hasta que parecía desprenderse de su lugar y caer sobre nosotros. Fue un momento terrible.
María Capelinha (una de las primeras creyentes)
El sol transformó todo de diferentes colores – amarillo, azul y blanco, entonces se sacudió y tembló, parecía una rueda de fuego que caía sobre la gente. Empezaron a gritar «¡nos va a matar a todos!», otros clamaron a nuestro Señor para que los salvara, ellos recitaban el acto de contrición. Una mujer comenzó a confesar sus pecados en voz alta, diciendo que había hecho esto y aquello….
Cuando al fin el sol dejó de saltar y de moverse todos respiramos aliviados. Aún estábamos vivos, y el milagro predicho por los niños fue visto por todos.
Yo estaba mirando hacia el lugar de las apariciones, esperando serena y fríamente que algo sucediera, y con una curiosidad en descenso porque había pasado mucho tiempo sin que sucediera nada que me llamara la atención. Entonces escuché miles de voces gritar y vi que la multitud de pronto se giró hacia el lado contrario, sus espaldas en contra del sitio donde yo tenía dirigida mi atención y miré al cielo del lado opuesto.
La hora legal era cerca de las 2 de la tarde, alrededor del medio día solar. El sol unos momentos antes había aparecido entre unas nubes, las cuales lo ocultaban y brillaba clara e intensamente. Yo me volví hacia el magneto que parecía atraer todas las miradas y lo vi como un disco con un aro claramente marcado, luminoso y resplandeciente, pero que no hacía daño a los ojos. No estoy de acuerdo con la comparación que he escuchado que han hecho en Fátima y la de un pesado disco plateado.
Era un color más claro, rico y resplandeciente que tenía algo del brillo de una perla. No se parecía en nada a la luna en una noche clara porque al verlo uno y sentirlo parecía un cuerpo vivo. No era una esfera como la luna ni tenía el mismo color o matiz. Parecía como una rueda de cristal hecha de la madre de todas las perlas. No se podía confundir con el sol visto a través de la neblina (porque no había neblina en ese momento), porque no era opaca, difusa ni cubierta con un velo. En Fátima daba luz y calor y aparentaba un claro cofre con un arco bien difundido.
Indulgencia plenaria durante el centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima
Para conmemorar el centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima en Portugal, acaecidas en 1917, el Papa Francisco decidió conceder la indulgencia plenaria durante todo el Año Jubilar, que comenzó el pasado 27 de noviembre y terminará el 26 de noviembre de 2017.
El Santuario de Fátima indicó que para obtener las indulgencias plenarias los fieles deben cumplir primero con las condiciones habituales: confesarse, comulgar y rezar por las intenciones del Santo Padre.
Las indulgencias plenarias podrán obtenerse durante todo el Año Jubilar y para ello existen tres maneras, detalladas a continuación:
1.- Peregrinar al Santuario
La primera forma es que “los fieles vengan en peregrinación al Santuario de Fátima en Portugal y que allí participen en una celebración u oración dedicada a la Virgen”.
Además de ello, los fieles deben rezar el Padrenuestro, recitar el Credo e invocar a la Madre de Dios.
2.- Ante cualquier imagen de la Virgen de Fátima en todo el mundo
La segunda forma se aplica para “los fieles piadosos que visitan con devoción una imagen de Nuestra Señora de Fátima expuesta solemnemente a la veneración pública en cualquier templo, oratorio o local adecuado en los días de los aniversarios de las apariciones, el 13 de cada mes desde mayo hasta octubre (de 2017), y participen allí devotamente en alguna celebración u oración en honor de la Virgen María”.
Esta visita a la imagen de la Virgen no tiene que ser necesariamente solo en Fátima o exclusivamente en Portugal, sino que puede ser en cualquier parte del mundo.
También se debe rezar un Padrenuestro, el Credo e invocar a la Virgen de Fátima.
3.- Ancianos y enfermos
La tercera forma de obtener una indulgencia se aplica a las personas que por la edad, enfermedad u otra causa grave estén impedidos de movilizarse.
Pueden rezar ante una imagen de la Virgen de Fátima y deben unirse espiritualmente en las celebraciones jubilares en los días de las apariciones, los días 13 de cada mes, entre mayo y octubre de 2017.
Además tienen que ofrecer con confianza a Dios misericordioso, a través de María, sus oraciones y dolores o los sacrificios de su propia vida.
Hoy les hablaré de la Eucaristía. La Eucaristía se coloca en el corazón de la “iniciación cristiana”, junto al Bautismo y a la Confirmación, y constituye la fuente de la vida misma de la Iglesia. De este Sacramento del amor, de hecho, nace todo auténtico camino de fe, de comunión y de testimonio.
Es hermoso ir a Misa el domingo y recibir la Eucaristía que es fuente de la vida. Papa Francisco
Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, la Misa, nos hace ya intuir qué cosa estamos por vivir. En el centro del espacio destinado a la celebración se encuentra el altar, que es una mesa cubierta por un mantel y esto nos hace pensar en un banquete.
Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre aquel altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él el alimento espiritual que allí se recibe, bajo el signo del pan y del vino. Junto a la mesa está el ambón, es decir, el lugar desde el cual se proclama la Palabra de Dios: y esto indica que allí nos reunimos para escuchar al Señor que habla mediante las Sagradas Escrituras y, por lo tanto, el alimento que se recibe es también su Palabra.
Pan y Palabra
Palabra y Pan en la Misa se hacen una misma cosa, como en la última Cena, cuando todas las palabras de Jesús, todos los signos que había hecho, se condensaron en el gesto de partir el pan y ofrecer el cáliz, anticipación del sacrificio de la cruz, y en aquellas palabras: “Tomen, coman, este es mi cuerpo…tomen, beban, esta es mi sangre”.
El gesto de Jesús cumplido en la Última Cena es el extremo agradecimiento al Padre por su amor, por su misericordia. “Agradecimiento” en griego se dice “eucaristía”. Y por esto el sacramento se llama Eucaristía: es el supremo agradecimiento al Padre que nos ha amado tanto hasta darnos a su Hijo por amor. He aquí por qué el término Eucaristía resume todo aquel gesto, que es gesto de Dios y del hombre juntos, gesto de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Por lo tanto, la celebración eucarística es mucho más de un simple banquete: es propiamente el memorial de la Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. “Memorial” no significa sólo un recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este Sacramento participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
La Eucaristía constituye el vértice de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, vierte, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, tanto que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos.
El significado de recibir la Comunión
Es por esto que normalmente, cuando nos acercamos a este Sacramento, se dice que se “recibe la Comunión”, que se “hace la Comunión”: esto significa que en la potencia del Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos conforma en modo único y profundo a Cristo, haciéndonos pregustar ahora ya la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celeste, donde, con todos los Santos, tendremos la gloria de contemplar a Dios cara a cara.
Queridos amigos, ¡no agradeceremos nunca suficientemente al Señor por el don que nos ha hecho con la Eucaristía! Es un don muy grande. Y por esto es tan importante ir a misa el domingo, ir a misa no sólo para rezar, sino para recibir la comunión, este Pan que es el Cuerpo de Jesucristo y que nos salva, nos perdona, nos une al Padre. ¡Es hermoso hacer esto! Y todos los domingos vamos a misa porque es el día de la resurrección del Señor, por eso el domingo es tan importante para nosotros.
Con la Eucaristía sentimos esta pertenencia a la Iglesia, al Pueblo de Dios, al Cuerpo de Dios, a Jesucristo. No terminaremos nunca de captar todo el valor y la riqueza. Pidámosle, entonces, que este Sacramento pueda continuar a mantener viva en la Iglesia su presencia y a plasmar nuestras comunidades en la caridad y en la comunión, según el corazón del Padre.
Y esto se hace durante toda la vida. Y se empieza a hacer el día de la primera comunión. Es importante, que los niños se preparen bien a la primera comunión y que ningún niño deje de hacerla porque es el primer paso de esta pertenencia a Jesucristo, fuerte, fuerte después del Bautismo y de la Confirmación. Gracias.
El cuestionario “Y… ¿cómo está tu familia?” está compuesto por 20 preguntas. Cada una tiene cuatro opciones para escoger.
Algunas de las preguntas son “¿Con qué frecuencia conversan como familia?”, “¿Con qué frecuencia comparten sus preocupaciones en familia?”, “¿Con qué frecuencia eligen pasar tiempo juntos para divertirse en familia?” y “En las pláticas en familia ¿qué lugar ocupa la promoción de los valores católicos?”.
Una vez terminado el cuestionario, se podrá comparar las respuestas con los comentarios a cada uno de los resultados. Este es el test:
Instrucciones
Elija una opción por cada una de las siguientes preguntas y al terminar el cuestionario verifique el apartado final para saber qué tan unida y cercana a Dios está su familia.
1.- ¿Con qué frecuencia conversan como familia?
a) Todos los días
b) Una o dos veces por semana
c) Rara vez
d) Nunca
2.-¿Las manifestaciones de cariño forman parte de su vida cotidiana?
a) Siempre
b) A veces
c) Pocas veces
d) Nunca
3.-¿Pueden conversar y sostener una plática sin discutir?
a) Sin ningún problema
b) Con cierta facilidad
c) Difícilmente
d) Imposible
4.- ¿Aceptan los defectos de cada uno y saben sobrellevarlos?
a) Sin ningún problema
b) Con cierta facilidad
c) Difícilmente
d) Imposible
5.- ¿Con qué frecuencia comparten sus preocupaciones en familia?
a) Todos los días
b) Una vez al mes
c) Rara vez
d) Nunca
6.- ¿Con qué frecuencia se reúnen para celebrar algún acontecimiento familiar?
a) Por lo menos una vez cada dos meses
b) Una vez cada seis meses
c) Una vez al año
d) Nunca
7.- ¿Las decisiones que afectan a la familia se toman en conjunto?
a) Siempre
b) A veces
c) Pocas veces
d) Nunca
8.- Ante una adversidad o un problema familiar ¿cómo reaccionan?
a) Se solidarizan y apoyan todos
b) Se interesan, pero no apoyan
c) Solo se informan
d) Son indiferentes
9.- ¿Cada miembro de la familia realiza alguno de los quehaceres del hogar?
a) Siempre
b) A veces
c) Pocas veces
d) Nunca
10.- ¿Cada miembro de la familia cumple sus propias responsabilidades?
a) Siempre
b) A veces
c) Pocas veces
d) Nunca
11.- ¿Con qué frecuencia eligen pasar tiempo juntos para divertirse en familia?
a) Todos los días
b) Una o dos veces por semana
c) Rara vez
d) Nunca
12.- Cuando salen de paseo o de vacaciones ¿cómo lo hacen?
a) Toda la familia junta
b) Los papás y algunos hijos
c) Solo los papás
d) Todos por separado
13.- Las personas ancianas en su familia son consideradas:
a) Una bendición
b) Fáciles de sobrellevar
c) Difíciles de sobrellevar
d) Una carga para la familia
14.- ¿Con qué frecuencia invitan a otras personas a compartir su mesa familiar?
a) Siempre
b) Casi siempre
c) Rara vez
d) Nunca
15.-¿ Con qué frecuencia ayudan, como familia, a personas necesitadas?
a) Una vez por semana
b) Una vez al mes
c) Rara vez
d) Nunca
16.- En las pláticas en familia ¿qué lugar ocupa la promoción de los valores católicos?
a) Importante
b) Más o menos importante
c) Secundario
d) Intrascendente
17.- ¿Cuáles son los temas que acostumbran platicar en familia?
a) Cuestiones edificantes
b) Problemas sociales o familiares
c) Nos quejamos de todo
d) Criticamos a otras personas
18.- ¿Hacen oración juntos?
a) Todos los días
b) Una vez a la semana
c) Algunas veces
d) Nunca
19.- ¿Con qué frecuencia asisten a Misa en familia?
a) Cada ocho días
b) Una vez al mes
c) Rara vez
d) Nunca
20.- ¿Con qué frecuencia comparten su fe como familia, por ejemplo leyendo juntos la Palabra, compartiendo su experiencia de Dios o hablando de temas espirituales?
a) Siempre
b) Frecuentemente
c) Rara vez
d) Nunca
Resultados
Si la mayoría de respuestas fue a): ¡Felicidades! Tu resultado es muy bueno. Se nota que Dios es el centro de tu familia y que en Él encuentran la fuente de su amor y de su unión. Procuren seguir por ese buen camino y buscar nuevas maneras de continuar creciendo juntos como católicos y como miembros de una familia llamados no sólo a amarse mutuamente sino llamados también a compartir ese amor con otros.
Si la mayoría de respuestas fue b): Tu resultado es bueno, aunque no tan favorable como hubieras querido porque hay por allí algunos puntos que necesitan atender o reforzar para darle a su vida familiar ese empujoncito que le falta para crecer en unidad y en fe.
Sugerimos organizar actividades en familia que involucren ayudar a otros, y también dedicar más tiempo a fortalecer como familia su relación con Dios.
Si la mayoría de respuestas fue c): Tu resultado necesita mejorar. Se nota que las preocupaciones de la vida cotidiana están afectando la unidad de tu familia y su relación con Dios. No permitan que eso suceda.
Conversa con tus familiares al respecto y acuerden acciones que puedan realizar para reparar esto, en especial pasar más tiempo juntos, esforzarse por dar a cada uno de sus miembros la atención personal y el cariño que necesitan, y sobre todo, dejar que Dios ocupe el centro para que todo lo demás adquiera su justa proporción.
Si la mayoría de respuestas fue d): Hay muchos problemas en tu familia, pero nada que no se pueda corregir con la ayuda de Dios. Lo más importante es no desesperarse, ir atacando un problema cada vez. Y por encima de todo urge mejorar su relación con Dios.
Si no puedes hablarle a tu familia de Dios, háblale a Dios de tu familia. Únete a otros miembros que deseen hacerlo y encomiéndala todos los días a la Sagrada Familia.
Dos discípulos hacían juntos el camino. No creían y, sin embargo, hablaban del Señor. De repente éste se les aparece, pero bajo formas que no pudieron reconocerle… Le invitan a compartir su albergue, como se hace con un viajero… Ponen, pues, la mesa a punto, presentan la comida, y Dios, a quien no habían reconocido en la explicación de la Escritura, lo reconocen en la fracción del pan.
No es escuchando los preceptos de Dios que se han visto iluminados, sino cumpliéndolos: “No son los que escuchan la Ley los que serán justificados delante de Dios, sino los que ponen en práctica lo que dice la Ley” (Rm 2,13). Si alguno quiere comprender lo que ha escuchado, que se apresure a poner por obra lo que ya ha comprendido. El Señor no fue reconocido mientras hablaba; sino que se dignó manifestarse cuando le ofrecieron algo para comer.
Amemos, pues, la hospitalidad, hermanos muy amados; amemos el practicar la caridad.
San Pablo, refiriéndose a ella, afirma: “Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad: por ella algunos recibieron, sin saberlo, la visita de unos ángeles (Heb 13,1; Gn 18,1s).
También Pedro dice: “Ofreceos mutuamente hospitalidad, sin protestar” (1P 4,9). Y la misma Verdad nos declara: “Fui forastero y me hospedasteis”… “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, nos dirá el Señor el día del juicio, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,35.40)… Y a pesar de ello ¡somos tan perezosos ante la gracia de la hospitalidad! Pongamos atención, hermanos, en la grandeza de esta virtud. Recibamos a Cristo en nuestra mesa a fin de poder ser recibidos a su festín eterno. Demos ahora hospitalidad a Cristo presente en el extranjero para que en el juicio no seamos como extraños que no le conocemos (Lc 13,25), sino que nos reciba en su Reino como hermanos.
San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia Homilía 23; PL 76, 1182
Llevamos en nuestro corazón la esperanza de redescubrir cuánta alegría hay en creer y de volver a encontrar el entusiasmo de comunicar a todos las verdades de la fe. Estas verdades no son un simple mensaje sobre Dios, una información particular sobre Él. Expresan el acontecimiento del encuentro de Dios con los hombres, encuentro salvífico y liberador que realiza las aspiraciones más profundas del hombre, sus anhelos de paz, de fraternidad, de amor. La fe lleva a descubrir que el encuentro con Dios valora, perfecciona y eleva cuanto hay de verdadero, de bueno y de bello en el hombre. Es así que, mientras Dios se revela y se deja conocer, el hombre llega a saber quién es Dios, y conociéndole se descubre a sí mismo, su proprio origen, su destino, la grandeza y la dignidad de la vida humana.
¿Qué es la fe?
La fe permite un saber auténtico sobre Dios que involucra toda la persona humana: es un «saber», esto es, un conocer que da sabor a la vida, un gusto nuevo de existir, un modo alegre de estar en el mundo. La fe se expresa en el don de sí por los demás, en la fraternidad que hace solidarios, capaces de amar, venciendo la soledad que entristece. Este conocimiento de Dios a través de la fe no es por ello sólo intelectual, sino vital.
Es el conocimiento de Dios-Amor, gracias a su mismo amor. El amor de Dios además hace ver, abre los ojos, permite conocer toda la realidad, mas allá de las estrechas perspectivas del individualismo y del subjetivismo que desorientan las conciencias. El conocimiento de Dios es por ello experiencia de fe e implica, al mismo tiempo, un camino intelectual y moral: alcanzados en lo profundo por la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros, superamos los horizontes de nuestros egoísmos y nos abrimos a los verdaderos valores de la existencia.
La razonabilidad de la fe
En la catequesis de hoy quisiera detenerme en la razonabilidad de la fe en Dios. La tradición católica, desde el inicio, ha rechazado el llamado fideísmo, que es la voluntad de creer contra la razón. Credo quia absurdum (creo porque es absurdo) no es fórmula que interprete la fe católica. Dios, en efecto, no es absurdo, sino que es misterio.
El misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia de sentido, de significado, de verdad. Si, contemplando el misterio, la razón ve oscuridad, no es porque en el misterio no haya luz, sino más bien porque hay demasiada. Es como cuando los ojos del hombre se dirigen directamente al sol para mirarlo: sólo ven tinieblas; pero ¿quién diría que el sol no es luminoso, es más, la fuente de la luz? La fe permite contemplar el «sol», a Dios, porque es acogida de su revelación en la historia y, por decirlo así, recibe verdaderamente toda la luminosidad del misterio de Dios, reconociendo el gran milagro: Dios se ha acercado al hombre, se ha ofrecido a su conocimiento, condescendiendo con el límite creatural de su razón (cf. Conc. Ec. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 13).
Al mismo tiempo, Dios, con su gracia, ilumina la razón, le abre horizontes nuevos, inconmensurables e infinitos. Por esto la fe constituye un estímulo a buscar siempre, a nunca detenerse y a no aquietarse jamás en el descubrimiento inexhausto de la verdad y de la realidad. Es falso el prejuicio de ciertos pensadores modernos según los cuales la razón humana estaría como bloqueada por los dogmas de la fe. Es verdad exactamente lo contrario, como han demostrado los grandes maestros de la tradición católica.
San Agustín, antes de su conversión, busca con gran inquietud la verdad a través de todas las filosofías disponibles, hallándolas todas insatisfactorias. Su fatigosa búsqueda racional es para él una pedagogía significativa para el encuentro con la Verdad de Cristo. Cuando dice: «comprende para creer y cree para comprender» (Discurso 43, 9: PL 38, 258), es como si relatara su propia experiencia de vida. Intelecto y fe, ante la divina Revelación, no son extraños o antagonistas, sino que ambos son condición para comprender su sentido, para recibir su mensaje auténtico, acercándose al umbral del misterio. San Agustín, junto a muchos otros autores cristianos, es testigo de una fe que se ejercita con la razón, que piensa e invita a pensar.
En esta línea, san Anselmo dirá en su Proslogion que la fe católica es fides quaerens intellectum, donde buscar la inteligencia es acto interior al creer.Será sobre todo santo Tomás de Aquino —fuerte en esta tradición— quien se confronte con la razón de los filósofos, mostrando cuánta nueva y fecunda vitalidad racional deriva hacia el pensamiento humano desde la unión con los principios y de las verdades de la fe cristiana.
La fe católica es, por lo tanto, razonable y nutre confianza también en la razón humana. El concilio Vaticano I, en la constitución dogmática Dei Filius, afirmó que la razón es capaz de conocer con certeza la existencia de Dios a través de la vía de la creación, mientras que sólo a la fe pertenece la posibilidad de conocer «fácilmente, con absoluta certeza y sin error» (ds 3005) las verdades referidas a Dios, a la luz de la gracia. El conocimiento de la fe, además, no está contra la recta razón.
San Juan Pablo II, en efecto, en la encíclica Fides et ratiosintetiza: «La razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y consciente» (n. 43). En el irresistible deseo de verdad, sólo una relación armónica entre fe y razón es el camino justo que conduce a Dios y al pleno cumplimiento de sí.
Esta doctrina es fácilmente reconocible en todo el Nuevo Testamento. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corintio, sostiene, como hemos oído: «los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1 Co 1, 22-23).
Y es que Dios salvó el mundo no con un acto de poder, sino mediante la humillación de su Hijo unigénito: según los parámetros humanos, la insólita modalidad actuada por Dios choca con las exigencias de la sabiduría griega. Con todo, la Cruz de Cristo tiene su razón, que san Pablo llama ho lògos tou staurou, «la palabra de la cruz» (1 Cor 1, 18). Aquí el término lògos indica tanto la palabra como la razón y, si alude a la palabra, es porque expresa verbalmente lo que la razón elabora. Así que Pablo ve en la Cruz no un acontecimiento irracional, sino un hecho salvífico que posee una razonabilidad propia reconocible a la luz de la fe.
Al mismo tiempo, él tiene mucha confianza en la razón humana; hasta el punto de sorprenderse por el hecho de que muchos, aun viendo las obras realizadas por Dios, se obstinen en no creer en Él. Dice en la Carta a los Romanos: «Lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo y a través de sus obras» (1, 20). Así, también san Pedro exhorta a los cristianos de la diáspora a glorificar «a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza» (1 P 3, 15). En un clima de persecución y de fuerte exigencia de testimoniar la fe, a los creyentes se les pide que justifiquen con motivaciones fundadas su adhesión a la palabra del Evangelio, que den razón de nuestra esperanza.
Fe y razón
Sobre estas premisas acerca del nexo fecundo entre comprender y creer se funda también la relación virtuosa entre ciencia y fe. La investigación científica lleva al conocimiento de verdades siempre nuevas sobre el hombre y sobre el cosmos, como vemos. El verdadero bien de la humanidad, accesible en la fe, abre el horizonte en el que se debe mover su camino de descubrimiento.
Por lo tanto hay que alentar, por ejemplo, las investigaciones puestas al servicio de la vida y orientada a vencer las enfermedades. Son importantes también las indagaciones dirigidas a descubrir los secretos de nuestro planeta y del universo, sabiendo que el hombre está en el vértice de la creación, no para explotarla insensatamente, sino para custodiarla y hacerla habitable. De tal forma la fe, vivida realmente, no entra en conflicto con la ciencia; más bien coopera con ella ofreciendo criterios de base para que promueva el bien de todos, pidiéndole que renuncie sólo a los intentos que —oponiéndose al proyecto originario de Dios— pueden producir efectos que se vuelvan contra el hombre mismo.
También por esto es razonable creer: si la ciencia es una preciosa aliada de la fe para la comprensión del plan de Dios en el universo, la fe permite al progreso científico que se lleve a cabo siempre por el bien y la verdad del hombre, permaneciendo fiel a dicho plan.
He aquí por qué es decisivo para el hombre abrirse a la fe y conocer a Dios y su proyecto de salvación en Jesucristo. En el Evangelio se inaugura un nuevo humanismo, una auténtica «gramática» del hombre y de toda la realidad. Afirma el Catecismo de la Iglesia católica: «La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del gobierno del mundo. Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf. Sal 115, 15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas creadas en su relación con Él» (n. 216).
Confiemos, pues, en que nuestro empeño en la evangelización ayude a devolver nueva centralidad al Evangelio en la vida de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Y oremos para que todos vuelvan a encontrar en Cristo el sentido de la existencia y el fundamento de la verdadera libertad: sin Dios el hombre se extravía. Los testimonios de cuantos nos han precedido y dedicaron su vida al Evangelio lo confirman para siempre. Es razonable creer; está en juego nuestra existencia. Vale la pena gastarse por Cristo; sólo Él satisface los deseos de verdad y de bien enraizados en el alma de cada hombre. Ahora, en el tiempo que pasa y el día sin fin de la Eternidad bienaventurada.
La pintura se fecha hacia 1470 y algunos expertos creen que Antonello la terminó con ayuda de su hijo Jacobello. Hacia 1965, la obra fue localizada en una colección particular de Irún (España), y se propuso su compra al Museo del Prado (Madrid). Al ser obra inédita, suscitó algunas dudas, pero posteriores estudios la han situado entre las piezas magistrales del artista. Se cuenta que previamente se había conservado en Monforte de Lemos (Galicia), a donde pudo ser llevada desde Italia por un eclesiástico de alto rango.
Descripción de la obra
Ante un paisaje luminoso, de verdes prados y árboles de copas redondas, un ángel lloroso sostiene a Cristo muerto tras la Pasión. Las figuras son proporcionadas, como pintura renacentista. Cristo está representado de manera proporcionada, siguiendo la anatomía clásica. El cuerpo está desnudo, cubierto por el paño de pudor y se ve la herida del costado, de la que sale un rastro de sangre. En la mano izquierda se ve la herida del clavo. No hay expresión de dolor en el rostro de Cristo, sino serenidad; pero sí en el del ángel que lo sostiene, marcado su rostro infantil en una ligera expresión de llanto.
Esta dramática imagen de la Pasión del primer plano choca con el paisaje tranquilo del fondo. En el manso paisaje se observan olivos verdes en segundo plano; pero, en contraste con este árbol, se distinguen calaveras y algún tronco seco erguido que contrastan con el verde de sus alrededores y la ciudad al fondo. Éste es un claro simbolismo que representa o alude al monte Calvario (del latín, o Gólgota en arameo y Κρανιου Τοπος en griego, cuyo significado es siempre calavera).
Allegri lo realizó hacia 1638. Está escrita para dos coros, uno de cuatro voces y otro de cinco. Uno de los coros canta una versión simple del tema original y el otro coro, a cierta distancia, canta un comentario más elaborado. Es uno de los mejores ejemplos del estilo polifónico del Renacimiento, llamado en el siglo XVIIstile antico o prima prattica, y denota las influencias combinadas de la escuela romana (Palestrina) y veneciana (Andrea y Giovanni Gabrieli, el coro doble).
En un principio, se impuso una prohibición de ejecutar la obra fuera de la capilla Sixtina, incluso se amenazaba con la excomunión a quien la copiara, pese a lo cual se hicieron algunas copias. El emperador Leopoldo I de Austria solicitó y obtuvo una copia, que conservó en la Biblioteca Imperial de Viena. Sin embargo, cuando la hizo ejecutar pensó que había sido engañado. Entonces, el papa despidió al maestro de capilla de la época, quien tuvo que trasladarse a Viena para explicar las técnicas de ejecución y las improvisaciones —los llamados abbellimenti que nunca eran escritos, sino que eran pasados de intérprete a intérprete en el coro de la capilla— que según él no podían ser reflejados en el papel, a fin de poder ser contratado nuevamente. El padre Giovanni Battista Martini poseía otra copia.
En 1770Wolfgang Amadeus Mozart con tan sólo 14 años, tras escuchar la obra tan sólo una vez, la transcribió al papel de memoria, para luego hacerle correcciones menores en una segunda ocasión. Este hecho es ampliamente recordado como muestra del genio de Mozart, quien incluso fue hecho caballero de la Orden de la Espuela de Oro por el papa al enterarse del hecho. La copia de Mozart, que reflejaba las improvisaciones, no ha sido conservada. En 1771, el Dr. Charles Burney, después de un viaje a Italia, publicó en Londres una versión de la obra, basada posiblemente en la copia de Martini, la de Mozart y, quizás, una copia obtenida de la propia capilla Sixtina.
Miserere mei, Deus: secundum magnam misericordiam tuam.
Et secundum multitudinem miserationum tuarum, dele iniquitatem meam.
Amplius lava me ab iniquitate mea: et a peccato meo munda me.
Quoniam iniquitatem meam ego cognosco: et peccatum meum contra me est semper.
Tibi soli peccavi, et malum coram te feci: ut justificeris in sermonibus tuis, et vincas cum judicaris.
Ecce enim in iniquitatibus conceptus sum: et in peccatis concepit me mater mea.
Ecce enim veritatem dilexisti: incerta et occulta sapientiae tuae manifestasti mihi.
Asperges me hysopo, et mundabor: lavabis me, et super nivem dealbabor.
Auditui meo dabis gaudium et laetitiam: et exsultabunt ossa humiliata.
Averte faciem tuam a peccatis meis: et omnes iniquitates meas dele.
Cor mundum crea in me, Deus: et spiritum rectum innova in visceribus meis.
Ne proiicias me a facie tua: et spiritum sanctum tuum ne auferas a me.
Redde mihi laetitiam salutaris tui: et spiritu principali confirma me.
Docebo iniquos vias tuas: et impii ad te convertentur.
Libera me de sanguinibus, Deus, Deus salutis meae: et exsultabit lingua mea justitiam tuam.
Domine, labia mea aperies: et os meum annuntiabit laudem tuam.
Quoniam si voluisses sacrificium, dedissem utique: holocaustis non delectaberis.
Sacrificium Deo spiritus contribulatus: cor contritum, et humiliatum, Deus, non despicies.
Benigne fac, Domine, in bona voluntate tua Sion: ut aedificentur muri Ierusalem.
Tunc acceptabis sacrificium justitiae, oblationes, et holocausta: tunc imponent super altare tuum vitulos.
Traducción al español
Ten piedad de mí, oh Dios, por tu gran bondad
De acuerdo con la multitud de tus piedades, elimina todas mis ofensas.
Lávame más de mi maldad, y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos: que seas reconocido justo en tu palabra, y claro cuando sea juzgado.
He aquí, yo nací en iniquidad, y en el pecado de mi madre fui concebido.
Pero he aquí, que requieres la verdad en lo íntimo, y me haces entender la sabiduría secretamente.
Tú purifícame con hisopo, y seré limpio: Tú lávame y quedaré más blanco que la nieve.
Tú me haces oír hablar de gozo y alegría: como los huesos que han abatido mi regocijo.
No vuelvas tu rostro hacia mis pecados, y saca todas mis maldades.
Házme de un corazón limpio, oh Dios, y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me alejes de tu presencia, y no tomes tu Espíritu Santo de mí.
O dame la alegría de tu ayuda nuevamente: Y afírmame con tu espíritu libre.
Entonces voy a enseñar tus caminos a los malos, y los pecadores se convertirán a ti.
Líbrame del pecado sanguíneo, oh Dios, Tú que eres el Dios de mi bienestar: Y cantará mi lengua tu justicia.
Tú me abrirás los labios, oh Señor, y mi boca mostrará tu alabanza.
Pues si hubiérais querido un sacrificio, yo os lo hubiera dado: pero no os deleitéis en los holocaustos.
El sacrificio de Dios es un espíritu quebrantado: un corazón contrito y roto, oh Dios, no lo desprecies.
Que seas favorable y benigno para con Sion: para que se edifiquen los muros de Jerusalén.
Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, con los holocaustos y oblaciones: entonces se ofrecen becerros sobre tu altar.
1. «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22, 15).
Cristo da a conocer, con estas palabras, el significado profético de la cena pascual, que está a punto de celebrar con los discípulos en el Cenáculo de Jerusalén.
Con la primera lectura, tomada del libro del Éxodo, la liturgia ha puesto de relieve cómo la Pascua de Jesús se inscribe en el contexto de la Pascua de la antigua Alianza. Con ella, los israelitas conmemoraban la cena consumada por sus padres en el momento del éxodo de Egipto, de la liberación de la esclavitud. El texto sagrado prescribía que se untara con un poco de sangre del cordero las dos jambas y el dintel de las casas. Y añadía cómo había que comer el cordero: «Ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; (…) de prisa. (…) Yo pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos. (…) La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora» (Ex 12, 11-13).
Con la sangre del cordero los hijos e hijas de Israel obtienen la liberación de la esclavitud de Egipto, bajo la guía de Moisés. El recuerdo de un acontecimiento tan extraordinario se convirtió en una ocasión de fiesta para el pueblo, agradecido al Señor por la libertad recuperada, don divino y compromiso humano siempre actual. «Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor» (Ex 12, 14). ¡Es la Pascua del Señor! ¡La Pascua de la antigua Alianza!
2. «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22, 15). En el Cenáculo, Cristo, cumpliendo las prescripciones de la antigua Alianza, celebra la cena pascual con los Apóstoles, pero da a este rito un contenido nuevo. Hemos escuchado lo que dice de él san Pablo en la segunda lectura, tomada de la primera carta a los Corintios. En este texto, que se suele considerar como la más antigua descripción de la cena del Señor, se recuerda que Jesús, «la noche en que iban a entregarle, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva Alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía». Por eso, cada que vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1 Co 11, 23-26).
Con estas palabras solemnes se entrega, para todos los siglos, la memoria de la institución de la Eucaristía. Cada año, en este día, las recordamos volviendo espiritualmente al Cenáculo. Esta tarde las revivo con emoción particular, porque conservo en mis ojos y en mi corazón las imágenes del Cenáculo, donde tuve la alegría de celebrar la Eucaristía, con ocasión de mi reciente peregrinación jubilar a Tierra Santa. La emoción es más fuerte aún porque este es el año del jubileo bimilenario de la Encarnación. Desde esta perspectiva, la celebración que estamos viviendo adquiere una profundidad especial, pues en el Cenáculo Jesús infundió un nuevo contenido a las antiguas tradiciones y anticipó los acontecimientos del día siguiente, cuando su cuerpo, cuerpo inmaculado del Cordero de Dios, sería inmolado y su sangre sería derramada para la redención del mundo. La Encarnación se había realizado precisamente con vistas a este acontecimiento: ¡la Pascua de Cristo, la Pascua de la nueva Alianza!
3. «Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1 Co 11, 26). El Apóstol nos exhorta a hacer constantemente memoria de este misterio. Al mismo tiempo, nos invita a vivir diariamente nuestra misión de testigos y heraldos del amor del Crucificado, en espera de su vuelta gloriosa.
Pero ¿cómo hacer memoria de este acontecimiento salvífico? ¿Cómo vivir en espera de que Cristo vuelva? Antes de instituir el sacramento de su Cuerpo y su Sangre, Cristo, inclinado y arrodillado, como un esclavo, lava en el Cenáculo los pies a sus discípulos. Lo vemos de nuevo mientras realiza este gesto, que en la cultura judía es propio de los siervos y de las personas más humildes de la familia. Pedro, al inicio, se opone, pero el Maestro lo convence, y al final también él se deja lavar los pies, como los demás discípulos. Pero, inmediatamente después, vestido y sentado nuevamente a la mesa, Jesús explica el sentido de su gesto: «Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 12-14). Estas palabras, que unen el misterio eucarístico al servicio del amor, pueden considerarse propedéuticas de la institución del sacerdocio ministerial.
Con la institución de la Eucaristía, Jesús comunica a los Apóstoles la participación ministerial en su sacerdocio, el sacerdocio de la Alianza nueva y eterna, en virtud de la cual él, y sólo él, es siempre y por doquier artífice y ministro de la Eucaristía. Los Apóstoles, a su vez, se convierten en ministros de este excelso misterio de la fe, destinado a perpetuarse hasta el fin del mundo. Se convierten, al mismo tiempo, en servidores de todos los que van a participar de este don y misterio tan grandes.
La Eucaristía, el supremo sacramento de la Iglesia, está unida al sacerdocio ministerial, que nació también en el Cenáculo, como don del gran amor de Jesús, que «sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1).
La Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor. ¡Este es el memorial vivo que contemplamos en el Jueves santo!
«Haced esto en memoria mía»: ¡esta es la Pascua de la Iglesia, nuestra Pascua!
MISA «IN CENA DOMINI» EN LA BASÍLICA VATICANA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Jueves santo, 20 de abril de 2000
1. «Benedictus, qui venit in nomine Domini… Bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 21, 9; cf. Sal 118, 26).
Al escuchar estas palabras, llega hasta nosotros el eco del entusiasmo con el que los habitantes de Jerusalén acogieron a Jesús para la fiesta de la Pascua. Las volvemos a escuchar cada vez que durante la misa cantamos el Sanctus. Después de decir: «Pleni sunt coeli et terra gloria tua», añadimos: «Benedictus qui venit in nomine Domini. Hosanna in excelsis».
En este himno, cuya primera parte está tomada del profeta Isaías (cf. Is 6, 3), se exalta a Dios «tres veces santo». Se prosigue, luego, en la segunda, expresando la alegría y la acción de gracias de la asamblea por el cumplimiento de las promesas mesiánicas: «Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en el cielo!».
Nuestro pensamiento va, naturalmente, al pueblo de la Alianza, que, durante siglos y generaciones, vivió a la espera del Mesías. Algunos creyeron ver en Juan Bautista a aquel en quien se cumplían las promesas. Pero, como sabemos, a la pregunta explícita sobre su posible identidad mesiánica, el Precursor respondió con una clara negación, remitiendo a Jesús a cuantos le preguntaban.
El convencimiento de que los tiempos mesiánicos ya habían llegado fue creciendo en el pueblo, primero por el testimonio del Bautista y después gracias a las palabras y a los signos realizados por Jesús y, de modo especial, a causa de la resurrección de Lázaro, que se produjo algunos días antes de la entrada en Jerusalén, de la que habla el evangelio de hoy. Por eso la muchedumbre, cuando Jesús llega a la ciudad montado en un asno, lo acoge con una explosión de alegría: «Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en el cielo!» (Mt 21, 9).
2. Los ritos del domingo de Ramos reflejan el júbilo del pueblo que espera al Mesías, pero, al mismo tiempo, se caracterizan como liturgia «de pasión» en sentido pleno. En efecto, nos abren la perspectiva del drama ya inminente, que acabamos de revivir en la narración del evangelista san Marcos. También las otras lecturas nos introducen en el misterio de la pasión y muerte del Señor. Las palabras del profeta Isaías, a quien algunos consideran casi como un evangelista de la antigua Alianza, nos presentan la imagen de un condenado flagelado y abofeteado (cf. Is 50, 6). El estribillo del Salmo responsorial: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», nos permite contemplar la agonía de Jesús en la cruz (cf. Mc 15, 34).
Sin embargo, el apóstol san Pablo, en la segunda lectura, nos introduce en el análisis más profundo del misterio pascual: Jesús, «a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-8). En la austera liturgia del Viernes santo volveremos a escuchar estas palabras, que prosiguen así: «Por eso Dios lo exaltó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 9-11).
La humillación y la exaltación: esta es la clave para comprender el misterio pascual; ésta es la clave para penetrar en la admirable economía de Dios, que se realiza en los acontecimientos de la Pascua.
3. ¿Por qué, como todos los años, están presentes numerosos jóvenes en esta solemne liturgia? En efecto, desde hace algunos años, el domingo de Ramos se ha convertido en la fiesta anual de los jóvenes. Aquí, en 1984, año de la juventud, y en cierto sentido Año jubilar de los jóvenes, comenzó la peregrinación de las Jornadas mundiales de la juventud, que, pasando por Buenos Aires, Santiago de Compostela, Czestochowa, Denver, Manila y París, volverá a Roma el próximo mes de agosto para la Jornada mundial de la juventud del Año santo 2000.
Así pues, ¿por qué tantos jóvenes se dan cita para el domingo de Ramos aquí en Roma y en todas las diócesis? Ciertamente, son muchas las razones y las circunstancias que pueden explicar este hecho. Sin embargo, al parecer, la motivación más profunda, que subyace en todas las otras, se puede identificar en lo que nos revela la liturgia de hoy: el misterioso plan de salvación del Padre celestial, que se realiza en la humillación y en la exaltación de su Hijo unigénito, Jesucristo. Esta es la respuesta a los interrogantes y a las inquietudes fundamentales de todo hombre y de toda mujer y, especialmente, de los jóvenes.
«Por nosotros Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó». ¡Qué cercanas a nuestra existencia están estas palabras! Vosotros, queridos jóvenes, comenzáis a experimentar el carácter dramático de la vida. Y os interrogáis sobre el sentido de la existencia, sobre vuestra relación con vosotros mismos, con los demás y con Dios. A vuestro corazón sediento de verdad y paz, a vuestros numerosos interrogantes y problemas, a veces incluso llenos de angustia, Cristo, Siervo sufriente y humillado, que se abajó hasta la muerte de cruz y fue exaltado en la gloria a la diestra del Padre, se ofrece a sí mismo como única respuesta válida. De hecho, no existe ninguna otra respuesta tan sencilla, completa y convincente.
4. Queridos jóvenes, gracias por vuestra participación en esta solemne liturgia. Cristo, con su entrada en Jerusalén, comienza el camino de amor y de dolor de la cruz. Contempladlo con renovado impulso de fe. ¡Seguidlo! Él no promete una felicidad ilusoria; al contrario, para que logréis la auténtica madurez humana y espiritual, os invita a seguir su ejemplo exigente, haciendo vuestras sus comprometedoras elecciones.
María, la fiel discípula del Señor, os acompañe en este itinerario de conversión y progresiva intimidad con su Hijo divino, quien, como recuerda el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud, «se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Jesús se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y cargó con nuestras culpas para redimirnos con su sangre derramada en la cruz. Sí, por nosotros Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
«¡Gloria y alabanza a ti, oh Cristo!».
CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS
Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
XV Jornada Mundial de la Juventud
Domingo 16 de abril de 2000