Recordando a Juan Pablo II: La difícil visita a la Nicaragua sandinista

Uno de los momentos más difíciles del pontificado de Juan Pablo II -por supuesto, no el único, de otros más tendremos que hablar- fue la visita apostólica a la Nicaragua Sandinista, en 1983. Cuenta George Weigel que la Nicaragua gobernada por el régimen sandinista era, más que ningún otro lugar de América Latina, un laboratorio para las teorías de las diversas teologías de la liberación y la situación de la Iglesia era todavía más conflictiva que en otros países cercanos como El Salvador. Había dos sacerdotes con participación activa en el gobierno: Miguel D’Escoto, ministro de Exteriores, y Ernesto Cardenal, ministro de Cultura. Otro sacerdote, Fernando Cardenal, jesuita y hermano del anterior, dirigía el programa sandinista de alfabetización. El arzobispo de Managua, Miguel Obando Bravo, hombre robusto de procedencia campesina que inicialmente había prestado apoyo a la revolución contra la dictadura de la familia Somoza, se había convertido en el crítico más conspicuo y eficaz de los sandinistas, después de que los nuevos gobernantes no hicieran honor a sus garantías sobre los derechos civiles y las libertades políticas. Los sandinistas, a su vez, se oponían al arzobispo mediante el fomento activo de la «Iglesia popular».

El nuncio apostólico en Managua, el arzobispo Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, noble italiano de cabello gris cuyo padre, dirigente antifascista en la Italia de Mussolini, había sido asesinado por los nazis, era uno de los personajes más respetados del servicio diplomático de la Santa Sede. El hecho de que fuera destinado a Nicaragua da fe de la gravedad que se atribuía a la situación. Los primeros encuentros de Montezemolo con a jefatura sandinista, que solía llamarle «camarada nuncio», rayaron en lo cómico, pero la comedia tenía su lado feo. En cierta ocasión, Daniel Ortega, cabeza del frente sandinista y jefe del gobierno, acudió a la nunciatura al volante de un deportivo rojo, seguido por varios jeeps llenos de tropas sandinistas armadas hasta los dientes. El arzobispo Montezemolo salió al encuentro de la extraña delegación, y dijo al comandante Ortega desde la puerta de entrada que él era bienvenido, pero que los soldados y sus armas debían quedarse fuera: “Esto es una embajada.”

Era tarea del nuncio negociar la visita de Juan Pablo II a Nicaragua, que formaba parte de la peregrinación papal a América Central de marzo de 1983. El arzobispo Obando y los obispos nicaragüenses habían invitado al Papa porque, como diría más tarde Obando, “estábamos convencidos de que la presencia del Santo Padre redundaría en beneficio de la Iglesia, de nuestro pueblo”. Los sandinistas mostraron escaso ánimo de colaboración, como recordaría posteriormente el arzobispo Montezemolo. Su táctica inicial guardaba relación con el arzobispo de Managua. El comandante Ortega dijo a Montezemolo: “No queremos que el Papa sea visto a solas con el arzobispo Obando.” Montezemolo contestó que era imposible: “Es el arzobispo de nuestra capital, y el presidente de la conferencia episcopal.” A1 final se acordó que el Papa siempre apareciera públicamente en compañía de todos los obispos de Nicaragua, pero la solución creó un nuevo problema: no cabían todos en el papamóvil. El nuncio se puso a buscar un autobús, pero no se encontraba ninguno en toda Nicaragua. Entonces Montezemolo oyó hablar de un candidato político mejicano que había hecho campaña en un autobús con el techo cortado. Montezemolo hizo averiguaciones, y el gobierno mejicano lo envió a Managua por vía aérea.

 

El siguiente problema tenía que ver con los sacerdotes del gobierno. obstinados en hacer oídos sordos a las órdenes de sus superiores religiosos de que abandonaran sus cargos políticos. En un comunicado a la nunciatura de Managua, Juan Pablo había indicado la necesidad de evitar que dichos sacerdotes asistieran a los actos de la visita papal. Montezemolo dijo a Daniel Ortega que el Papa quería ver «resuelta» la cuestión de la presencia de sacerdotes en el gobierno. Ortega contestó que “para ellos es una cuestión de conciencia. No es asunto mío”. Preguntó a continuación que ocurriría si los padres D’Escoto y Cardenal estuvieran presentes en la ceremonia de bienvenida del aeropuerto, por poner un ejemplo. El nuncio repuso que era posible que el Papa no los saludase, porque se hallaban en abierta desobediencia. Ortega pareció contrariado, y Montezemolo fue a ver al ministro de Exteriores, Miguel D’Escoto.
El corpulento sacerdote de Maryknoll se mostró grosero y malhumorado. “Soy el ministro de Exteriores de Nicaragua -dijo-. Tengo que ver al Papa. Tengo que viajar con el Papa.” Montezemolo replicó que lo sentía, pero que en sus peregrinaciones el Papa nunca viajaba con figuras del la política. D’Escoto montó en cólera. Saliendo del Ministerio de Exteriores, el principal ayudante de Montezemolo musitó: “Para mañana, o se ha marchado el ministro de Exteriores o se ha marchado el nuncio.”

A continuación, Montezemolo fue a ver al padre Cardenal. En su primera entrevista, celebrada en 1980, el nuncio había quedado sorprendido por el despacho de Cardenal, una sala cubierta de baldosas dentro de un edificio bastante peculiar, que resultó ser uno de los palacios de la familia Somoza. El padre Cardenal, que a Montezemolo le había parecido un hombre espiritualmente intenso pero «muy abstracto», había explicado sin pestañear: “Ah, sí, era el cuarto de baño de la señora Somoza.” Una vez expuesta por Montezemolo la situación en torno a la visita papal, Cardenal contestó: “Pero tengo que estar presente; el régimen y Daniel Ortega quieren que esté.” El nuncio contestó que acababa de hablar con Ortega, y que el comandante le había dicho que no era asunto suyo, sino cuestión de conciencia del propio Cardenal. Éste no dio su brazo a torcer.

Faltaba, pues, por resolver la cuestión del encuentro de Ernesto Cardenal con el Papa Juan Pablo II. Ortega se ocupó del irritable D’Escoto, por miedo a un incidente embarazoso delante de la prensa internacional. Días después de su entrevista, llamó al arzobispo Montezemolo y le dijo: “Camarada nuncio, el otro día me olvidé de decirte que cuando esté aquí el Papa tendré que enviar al ministro de Exteriores a la India, a un encuentro internacional muy importante.”

El arzobispo Montezemolo no fue el único representante del Vaticano que tuvo problemas organizativos en Nicaragua. A finales de 1982 el padre Roberto Tucci SJ, jefe de organización de las peregrinaciones del Papa, estaba tan exasperado por los obstáculos de los sandinistas que aconsejó a Juan Pablo que amenazara con una anulación de la visita si el régimen no aceptaba una serie de condiciones básicas, entre ellas la libertad de acceso a los lugares que visitara el Papa y el control de la iglesia sobre la organización de la misa papal en Managua. Juan Pablo, que estaba decidido a ir a Nicaragua y dar ánimos a la Iglesia del país, a la que consideraba víctima de una persecución, dijo a Ricci que quería seguir adelante con la visita, por difícil que fuera.

Juan Pablo II llegó a Managua e14 de marzo de 1983. Cuando el avión aterrizó, todo el gobierno sandinista se había puesto en fila en la pista, esperando el momento de saludar al Papa. El arzobispo Montezemolo subió por la pasarela junto al jefe de protocolo del gobierno, y se encontró en la puerta con el cardenal Casaroli. Éste se llevó al nuncio a un lado y le dijo: “¿Está presente alguno de los sacerdotes del gobierno?” Montezemolo acompañó al secretario de Estado a una de las ventanillas del avión, señaló la hilera de miembros del gobierno y dijo: “Mire, ahí tiene a Ernesto Cardenal, pero D’Escoto no está.” Casaroli contestó: “Hay que decírselo al Papa.» Fueron, pues, al compartimiento delantero donde seguía sentado Juan Pablo y le indicaron al padre Cardenal por la ventanilla. El Papa pidió consejo al nuncio. Montezemolo respondió: “No me corresponde a mi daros instrucciones, Santo Padre, pero si no lo saludáis no se llevarán ninguna sorpresa.” Juan Pablo dijo: “No, quiero saludarlo, pero tengo algo que decirle.”

Después de los discursos de bienvenida, Daniel Ortega llevó al Papa hacia los miembros del gobierno, con Montezemolo a la izquierda de: pontífice. A pocos metros de la fila, Ortega, a quien la situación ponía muy nervioso, comentó a Juan Pablo: “No hace falta que los saludemos, podemos seguir.” El Papa repuso: “No, yo quiero saludarlos.” Ortega lo acompañó. Cuando llegaron delante de Ernesto Cardenal, el ministro de Cultura se quitó su boina y dobló una rodilla. Haciendo al sacerdote gestos vigorosos con la mano derecha, Juan Pablo dijo con voz cálida y amistosa: “Regulariza tu posición con la Iglesia. Regulariza tu posición con la Iglesia.” El nuncio, que después contó lo sucedido, no lo recordaba como un reproche, sino como una invitación.

La fotografía de este encuentro en el aeropuerto recorrió el mundo entero y, por lo general, fue interpretada como una dura reprimenda del Papa a Cardenal. La censura sandinista hizo que ningún periódico nicaragüense publicara la fotografía hasta dos semanas después de la visita papal. Pasado ese intervalo, una publicación preguntó a Cardenalqué le había dicho el Papa. El ministro de Cultura, aludiendo a la escena del Nuevo Testamento en que los licaonios querían ofrecer un sacrificio a Pablo y Silas después de que el primero hubiera curado milagrosamente a un tullido, aseguró al periódico que Juan Pablo había dicho: “No te arrodilles ante mí. Soy un hombre como tú.” [Hechos 14,15] Los testigos de momento conocían la verdad.

El verdadero enfrentamiento se produjo horas más tarde, durante la Misa papal en Managua. El lugar escogido, un parque que acogía concentraciones sandinistas, había sido uno de los puntos controvertidos en las negociaciones anteriores a la visita. Montezemolo había propuesto instalar la plataforma provisional del altar en el extremo opuesto al que ocupaba el escenario permanente que se usaba para las concentraciones sandinistas, y que estaba adornado con enormes pósters de César Augusto Sandino, Marx, Lenin y otros héroes revolucionarios. El comandante Ortega había dicho: “No, no puede ser, pero ya lo arreglaremos.” Días después. Montezemolo se fijó en que habían sido retirados los pósters y pensó. “Hombre, esto sí que es cooperar.” Más tarde, descubriría que habían sido descolgados con el objetivo de volver a pintarlos. Cuando se lo comentó al Papa, Juan Pablo II contestó: “No se enfade. Cuando esté yo encima con todos los obispos no se fijará nadie en los pósters.” Resultó que el régimen tenía otros planes para manipular el acto, planes muchos más radicales.

El padre Tucci había llegado a Managua unos días antes que el Papa, junto con Piervincenzo Giudici, ingeniero de Radio Vaticana y experto en sistemas de sonido. Giudici había ido a ver el escenario de la misa papal, y había vuelto escandalizado por la instalación de un segundo sistema de sonido, nuevo, potente y controlado de manera independiente. El arzobispo Montezemolo preguntó al gobierno qué pasaba, y obtuvo una respuesta de puro compromiso: “Es que queremos estar preparados para una emergencia.”

Durante las negociaciones anteriores a la visita, Montezemolo había insistido en que se dividiera el parque en secciones y se reservara el sector más próximo al altar a los representantes de asociaciones y movimientos católicos. Estos últimos llegaron al parque a las cuatro de la madrugada, y descubrieron que la parte central de las primeras filas ya estaba ocupada por un nutrido grupo de militantes sandinistas, al igual que casi todo el espacio cercano al altar. La gente para la que se celebraba la Misa quedó acorralada al fondo, y en cuanto alguien intentaba acercarse al altar la policía disparaba tiros al aire.

Justo al lado del altar había otra plataforma llena de miembros del gobierno y altos cargos del Partido Sandinista. Su comportamiento no fue lo que se dice muy devoto. Durante la Misa, los nueve miembros de la dirección nacional sandinista, incluido Daniel Ortega, levantaron el puño izquierdo y exclamaron «¡Poder popular!». El enfrentamiento adquirió su máximo dramatismo durante el sermón del Papa Juan Pablo II. Los sandinistas habían escondido micrófonos en el sector contiguo a la parte delantera de la plataforma del altar, sector que había sido tomado por sus partidarios. Tanto aquellos micrófonos como los de la plataforma estaban controlados por técnicos sandinistas, gracias al sistema de sonido de emergencia instalado días antes. A1 principio de su sermón sobre la unidad de la Iglesia, la voz de Juan Pablo llegaba hasta los católicos del fondo. Más tarde, dijo que sabía que le oían porque vio y oyó sus aplausos. Sin embargo, cuando llegó el momento de explicar la imposibilidad de una «Iglesia popular» impuesta a los pastores legítimos de la Iglesia, la muchedumbre sandinista en pie delante del altar se puso a gritar para ahogar la voz del Papa. Los técnicos del país bajaron el micrófono del Papa y subieron el volumen de los que habían sido colocados entre los agitadores. A1 mismo tiempo, las autoridades de la tribuna contigua a la plataforma del altar seguían haciendo de las suyas, hasta que Juan Pablo II no pudo más y exclamó: “¡Silencio!”. Al fin quedó restablecido cierto grado de orden, aunque faltaba la puntilla: al término de la Misa, el jefe de protocolo sandinista se dirigió a la mesa de control y exigió que se tocara el himno sandinista para acompañar la retirada del Papa. Juan Pablo permaneció al frente de la plataforma, cogió por la base su báculo rematado por un crucifijo y lo blandió para saludar a los cientos de miles de católicos nicaragüenses que se habían visto relegados al fondo del recinto.

Más tarde, los sandinistas dijeron que los esfuerzos de la multitud por ahogar la voz del Papa Juan Pablo II habían sido una reacción espontánea, pero se trataba de una burda mentira. Políticamente, su intento de profanar la Misa papal fue otro tiro que les salió por la culata. El padre Tucci había convencido al régimen de que se sumara a una conexión televisiva regional, y por ese motivo el desbarajuste de la Misa papal fue retransmitido a toda América Central. Millones de espectadores quedaron escandalizados por la vulgaridad de la mala conducta sandinista. A última hora del día, cuando regresó a Costa Rica, pais desde donde había viajado a Nicaragua, el Papa fue recibido por una multitud más nutrida v calurosa que la del día anterior. Poco a poco, el mito sandinista empezaba a desgastarse.

Sacerdotes con currículum

Ejecutivos, ingenieros, deportistas de élite y hasta corresponsales de guerra. Estos son algunos de los nuevos perfiles sacerdotales. Profesionales con una carrera brillante que un día decidieron dejar atrás puestos de dirección, buenos sueldos o una vida acomodada para seguir su verdadera vocación: el ministerio sacerdotal.

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De un tiempo a esta parte, las vocaciones adultas han dejado de ser un caso excepcional en los seminarios y ya constituyen el 25% de todos los aspirantes al sacerdocio. «El número de aspirantes con una vida hecha, es decir, mayores de 30 o 35 años- van en aumento. Hace dos décadas cuando yo entré en el seminario suponían el 10%, hoy en el Seminario Conciliar de Madrid son el 25%», explica su rector, Jesús Vidal.

El caso de José Pablo Oroz

Tiene 48 años, es licenciado en Administración de Empresas y lleva tres en el seminario diocesano de Madrid. «No tengo ninguna duda de que el Señor me llama al sacerdocio porque es la única explicación para que yo pueda vivir en el seminario por las renuncias que significa para mí. Estaba acostumbrado a una independencia económica y una vida muy distinta», asegura. José fue gerente de Compra, División y Logística de Soluziona, una consultora que fue comprada por Indra en 2007. Todo le iba bien, aunque reconoce que «siempre había tenido un anhelo espiritual» de encontrarse «con el Señor».

José Pablo Oroz fue gerente de la consultora Soluziona y ahora lleva tres años en el seminario

A los 40 años la ruptura con su novia le planteó muchos interrogantes sobre el sentido de la vida y decidió hacer un máster en Humanismo y Trascendencia en la Universidad de Comillas. Pero el detonante para decidir dar un vuelco definitivo a su vida vendría meses después en una Nochevieja en el Monasterio de Leire. «Empecé a darme cuenta de que el Señor me llamaba al sacerdocio y me dí cuenta de que en mi infancia había habido signos de esa vocación». Desde entonces se forma en el seminario diocesano de Madrid a la espera de poder ordenarse sacerdote.

Fuente: ABC

 

¿Un sacerdote elogiando públicamente a Bruno Mars? Sí, y con entusiasmo: justo cuando despegaba

Bruno Mars, pseudónimo artístico de Peter Gene Hernández Bayot, se encuentra en la cresta de la ola desde hace cinco años… y subiendo. La única incógnita, que sólo el tiempo resolverá, es si la ola durará tanto como para inscribirle en el exclusivo olimpo de los artistas a quienes admira: Elvis Presley, Prince, Michael Jackson.

Nació en Hawai (Estados Unidos) en 1985 en una familia filipino/puertorriqueña de músicos (su madre, Bernadette Hernández, murió a mediados de 2013) donde son seis hermanos, cuatro chicas y dos chicos.

Mil doscientos millones de visionados

Desde 2010 acumula números uno en las principales listas de reproducción y venta del mundo. En 2015 ha logrado un éxito avasallador con Uptown Funk, un tema de Mark Ronson cuyo vídeo oficial supera los 1200 millones de visionados en Youtube. Es el noveno más visto de la historia y se ha convertido en la gran imagen audiovisual de la música pop en el año recién concluido: casi nadie ha dejado de intentar bailarlo.

Es el gran favorito entre los cinco finalistas para ser Canción del Año en la gala de la 58ª edición de los Premios Grammy, que tendrá lugar el 15 de febrero.

La bendición del padre Mickler
Junto a Uptown Funk, entre sus principales hits figuran Locked out of Heaven y Just the way you are.

Esta última fue su primer gran sencillo superventas, y le valió un elogio público del padre Jeffrey Mickler, de la Sociedad de San Pablo, un sacerdote que, fiel al carisma de su congregación, el apostolado en los medios, difunde por internet vídeos breves y didácticos sobre cuestiones de fe y moral.

«Bruno Mars ha producido un maravilloso vídeo musical, refrescante, tierno, romántico: Just the way you are«, comentaba el padre Mickler en 2010: «A diferencia de la mayoría de los vídeos de música rock o pop, que presentan al intérprete principal rodeado de mujeres contorneantes escasamente vestidas bailando lascivamente de forma tan lujuriosa e inmoral como sea posible, aquí Bruno capta en qué consiste un amor real: cariño, respeto y una ternura que proviene de reverenciar realmente a otro ser humano».

Efectivamente, la letra de la canción transforma la inseguridad de la chica con su propio aspecto en la seguridad que el chico le transmite porque la ama tal como es: «Cuando veo tu cara, no cambiaría una sola cosa, / porque tal como eres, eres maravillosa. / Si estás buscando la perfección, / simplemente sigue siendo así«.

Bella letra, original animación

«Este vídeo es muy inteligente en su animación», valora el padre Mickler: «El cantante coge un clásico casette de música, saca la cinta y comienza a dibujar con ella la apariencia y la belleza de la mujer a la que ama. Es extraordinariamente inteligente y extraordinariamente creativo, a diferencia de la mayoría de los vídeos actuales de la industria musical, tan repetitivos en la forma en la que intentan vender sus productos».

«Espero que Bruno sea bendecido por este esfuerzo«, concluye el sacerdote, «y espero que quienes escuchen esta canción no se conformen con menos que tener un amor verdadero, tierno y que no se apague cuando lo hagan las pasiones. Que Dios os bendiga y que si buscáis un amor así, lo encontréis en vuestra vida».

Una incógnita sobre la fe

Pero Bruno no siguió por ese camino ni en todas sus canciones, donde están continuamente presentes alusiones al sexo, ni en todos sus vídeos, tan sensuales como cualesquiera otros de los que produce a diario la industria musical. El jugo que el padre Mickler quiso extraer aprovechando aquel primer gran éxito de Mars no ha perdido sin embargo su valor, ni su adecuación a aquel tema.

https://ahoramismoeditorial.files.wordpress.com/2016/12/ttut.jpg?quality=65&strip=all&w=464&resize=296%2C373Bruno no ha hecho declaraciones relevantes que desvelen sus convicciones religiosas personales. Lleva casi siempre colgada al cuello, en directos y grabaciones, una visible cruz, como también su novia, la modelo Jessica Caban, neoyorquina de padres puertorriqueños con quien sale desde 2011. Signifique hoy lo que signifique esa cruz en su vida privada, la bendición del padre Mickler la lleva ya siempre consigo.

Fuente: ReL