Noticia del Boletín 55 – Año 2, del 20 de enero de 2019
El pasado 12 de enero nueve hermanos de nuestra familia recibimos el Sacramento de la Confirmación: Esther, Rocío, Eduardo, María Carmen, Christian, Emilio, José Antonio, María del Carmen y yo. En el caso de Esther, Bautismo, Confirmación y Primera Comunión, lo que es motivo, si cabe, de mayor alegría.
Desde mi experiencia personal, me es muy difícil poder expresar la emoción vivida, el sentido transcendente de la experiencia sacramental, el tener la certeza de que estaba ocurriendo algo realmente importante, en definitiva, la dificultad de describir lo que supone tener un encuentro personal con Cristo.
Desde que empezamos las catequesis hemos contado con la ayuda de unos catequistas y sacerdotes, que no sólo nos han preparado para recibir debidamente el sacramento de la Confirmación, sino que además han sido un ejemplo de vida cristiana; con ellos hemos culminado un largo camino de regreso a casa, y no es casualidad que haya sido en la Parroquia de Santa Eugenia, donde el cuadro del Hijo Pródigo, de Rembrandt, ocupa un lugar importante.
Pero ya en casa, pasados unos días, una pregunta acecha… ¿y ahora qué? Con la Confirmación el Espíritu ha encendido una llama en nuestros corazones, y ahora depende de nosotros qué hacer con ella:
Podemos dejar que esa llama se apague poco a poco, y esto sea el principio del fin, quedando lo vivido como un agradable recuerdo al que recurrir cuando queramos sentirnos reconfortados.
O que nuestra Confirmación sea el fin del principio, avivando esa llama hasta que arda en nuestro pecho el fuego del Espíritu Santo para incendiar el mundo con el amor de Cristo, estando al servicio de Dios y del prójimo.
En su homilía nuestro Obispo Auxiliar, D. Jesús, nos puso el ejemplo de María, siempre al lado del Señor, y como nada es casualidad, ese día en nuestra Parroquia había tres imágenes de Cristo en torno al Altar: Niño, Crucificado, Resucitado; y a su lado, María.
Que sepamos ser como María, siempre junto al Señor, y este día sea el fin del principio de nuestra vida en Cristo.
Daniel Yunta García – Prieto