1 de enero: Santa María Madre de Dios

La devoción a María ha seguido siempre al culto tributado a su Hijo en la oración y la vida de la Iglesia. Por eso es un componente característico de la espiritualidad católica desde los orígenes. Hoy primer día del año, la Iglesia rinde culto a María, Madre de Dios, como la creatura más sublime de la Creación.

María, Madre de Dios, en el Evangelio y en la Tradición

Los evangelios nos revelan el papel de María en los momentos decisivos de la obra redentora de Jesús. En el relato de la Anunciación que nos refiere Lucas, María otorga a la Palabra que le trae el ángel Gabriel el «fíat» de su fe, que determina la Encarnación del Hijo de Dios. Como dicen los Padres, María engendró a Jesús por su fe antes de concebirlo en la carne. La fe de María concluye la fe de Abraham recibiendo al hijo de la promesa; ella se convierte en el modelo y forma las primicias de la fe de la Iglesia. Gracias a María el Fíat creador del Génesis se ha vuelto recreador para producir el hombre nuevo.

San Juan nos muestra a María al pie de la cruz, participando de un modo único en la Pasión que sufría Jesús en la carne que ella le había dado, y recibiendo de él una maternidad nueva en la persona del apóstol que Jesús amaba.

Es también san Lucas quien nos desoribe la comunidad de los apóstoles agrupada en la oración en torno a María, para recibir la plenitud de las gracias del Espíritu el día de Pentecostés. Se puede comprender que esto fue para ella una gracia de oración situada en la fuente de la gracia apostólica, según el ejemplo de Jesús, que pasó la noche en oración antes de elegir a sus apóstoles.

La Tradición cristiana de los primeros siglos ha mantenido con firmeza, tanto en su doctrina como en su liturgia, el lugar privilegiado de María, frente a las sucesivas herejías. El concilio de Efeso, concluyendo los debates de los grandes concilios en torno a la unión personal de la humanidad y la divinidad en Jesús, como Hijo de Dios, igual al Padre, y verdadero hombre, resumió su fe en una fórmula sencilla y clara, accesible a los más humildes, que atribuye a María el título de «Theotokos», de «Madre de Dios». Esta invocación, que nos resulta tan familiar, encierra, en realidad, una extrema audacia, pues expresa un misterio que supera el entendimiento de los más sabios.

Al mismo tiempo, la liturgia, que se despliega como un árbol vigoroso en el siglo IV, tanto en Oriente como en Occidente, otorga a María un lugar de primer orden, precediendo a los apóstoles, a los mártires, a los santos y a los mismos ángeles, en el servicio de la oración. La Iglesia de los Padres dedicará a María sus más bellas basílicas, como hará, más tarda, la Edad Media con sus catedrales.

El avemaría después del Padre nuestro

La oración a María, bajo la forma del avemaría, se ha vuelto asimismo, en la piedad del pueblo cristiano, la fiel compañera de la oración enseñada por Jesús, el Padre nuestro. Esta asociación del Padre nuestro y del avemaría ha sido el fruto de una larga maduración. En efecto, el avemaría fue obra de la piedad cristiana que, primero, reunió, en honor a María, las palabras del ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28) con la bendición de Isabel: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno» (1, 42). Encontramos ya reunidas estas palabras en la liturgia de san Basilio, en el siglo V, y en la antífona gregoriana del ofertorio, el 4° domingo de adviento. La unión con el Padre nuestro se llevará a cabo en la costumbre monástica, especialmente cisterciense, y después dominica, de recitar series de Padrenuestros y avemarías en lugar del salterio por los hermanos conversos que ignoraban el latín. La mención del nombre de Jesús será añadida a continuación y prescrita por el papa Urbano IV el año 1263. La segunda parte del avemaría, que comienza con la invocación a la «Madre de Dios», proviene probablemente de los cartujos en el siglo XV La recitación de las 150 avemarías, divididas como el salterio en tres series de 50, a las que se dará el nombre de rosario, por esa misma época, formará el «salterio de María» y será puntuada, cada decena, por el Padre nuestro. Irá acompañada por la meditación de los «misterios» de la vida de Jesús y de María. Así se formará la oración del rosario como una liturgia mariana adaptada a la devoción de todos los fieles.

La historia del avemaría y del Rosario nos muestra claramente el lugar de la devoción a María en la espiritualidad católica, como una continuación de la oración del Señor y un fruto de la oración de la Iglesia. Esta nos invita a meditar como un misterio originario el episodio de la Anunciación, que nos presenta la vocación y la fe de María como un modelo: ella creyó en las promesas del amor divino; en ella se hicieron fecundas la fe, la esperanza y la caridad y engendraron al Hijo de Dios. María se mantiene así, por su docilidad para con la gracia del Espíritu, junto a la fuente de toda espiritualidad cristiana.

La anunciación y la prueba de María

San Lucas es un historiador de un género particular. No nos cuenta los hechos materialmente, tal como hubiera podido verlos y narrarlos un espectador cualquiera. Los ángeles no se prestan habitualmente a nuestra observación. El evangelio nos relata un acontecimiento espiritual, tal como sólo puede testimoniarlo alguien que lo ha vivido, y comprenderlo alguien que lo ha contemplado con los ojos del espíritu. No es que la Anunciación no sea un hecho constatable, puesto que figura en el origen de un nacimiento que marcará un hito en la historia e inaugurará incluso una era nueva. Pero san Lucas, aun precisando el lugar y las circunstancias, pretende introducirnos más allá de lo que perciben los sentidos, en la intimidad de María en el momento en que la Palabra de Dios llegó a ella por la voz del ángel. Nos indica también el alcance de lo que sucedió, evocando el contexto espiritual del acontecimiento con la ayuda de pasajes de la Escritura que muestran su arraigo en la historia del pueblo elegido, así como su significación para María y para los que creerán como ella.

Anunciación de Fra Angelico
Anunciación de Fra Angelico

El relato de la Anunciación es un cuadro presentado a nuestra contemplación, a la manera de las obras maestras de Fra Angélico, pero con una inspiración aún más elevada. Tiene como finalidad formar y mantener en nosotros una fe semejante a la de la Virgen. Nos invita a la escucha y a la oración a la manera de María, a fin de que la luz de Dios nos ilumine también a nosotros.

Según la fe de Abraham

El final del Magnificat, que corona el relato de la Anunciación en forma de alabanza, nos brinda una clave de lectura situando estos acontecimientos en la línea de la Misericordia de Dios «en favor de Abraham y de su descendencia para siempre». Podemos encontrar, efectivamente, en María las tres etapas de la fe y de la esperanza de Abraham abriéndose al amor divino. Son las promesas hechas al patriarca las que se transmiten a María por medio de su renovación en favor de David: «Voy a hacerte un nombre grande… Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre y él será para mí hijo» (2 S 7, 8-14). Por eso evoca el ángel en su saludo la profecía de Sofonías. «¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión!… ¡alégrate y exulta de todo corazón!… ¡No tengas miedo, Sión!… ¡Yahvé tu Dios está en medio de ti, guerrero vencedor!» (So 3, 14-17). María es la hija de Sión invitada a alegrarse porque Dios está en ella.

Como en el caso de Abraham, la promesa del ángel: «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo», respondía a su deseo, natural en una mujer, de tener un hijo, de convertirse en madre. También aquí la promesa rebasaba las esperanzas humanas; estaba asociada a la esperanza de la venida de un Mesías, una esperanza suscitada por Dios en el pueblo de Israel: «Será grande… El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». La promesa adquiría en estas palabras como un halo de grandeza infinita, que contrastaba con la humildad de María: «Ha fijado sus ojos en la humildad de su esclava». La turbación experimentada por María ante el saludo del ángel proviene, sin duda, de ese paso de la extrema pequeñez a la extrema grandeza, siguiendo el movimiento de la gracia que la llenaba. Antes humilde y escondida, hela ahora cargada con la esperanza de todo un pueblo.

El momento de la prueba

copia-de-416346124_fc53f9a489_oCon el anuncio del ángel aparece, a renglón seguido, la prueba en el corazón de María. Se manifiesta en esta pregunta que prolonga su turbación: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» La cuestión sube desde el fondo de su ser de mujer judía tocada por la promesa de la maternidad mesiánica.

Se ha discutido mucho sobre el sentido de estas palabras. La tradición teológica latina, siguiendo a san Agustín (De la santa virginidad, IV), ha admitido la explicación que presupone un voto de virginidad por parte de María, lo que, no obstante, es dificil de concertar con los desposorios de que habla san Lucas. Nos parece que esta hipótesis no es indispensable y que la cuestión planteada por María es bastante clara, si se la interpreta en el marco de la escena que se nos cuenta, y a la luz de la prueba de Abraham.

Maria, como Abraham, se sentía cogida, dividida entre dos palabras de Dios que no sabía cómo conciliar. Estaba, en primer lugar, el anuncio del ángel de que ella tendría un hijo, que en este hijo se cumplirían las promesas reales hechas a David, que sería el Hijo del Altísimo y reinaría para siempre sobre la casa de Israel. Observemos que estas promesas contienen ya los dos títulos que Jesús reivindicará ante Caifás y ante Pilato: el de Hijo de Dios y el de Rey de los judíos, que constituirán la causa de su condenación. El relato de la Anunciación está bien armonizado con el conjunto del Evangelio. De este modo, Maria se sentía invadida y transportada por la gran esperanza que iba a tomar cuerpo en su hijo. ¿Se podía resistir a este impulso de la esperanza suscitada por Dios mismo desde Ios orígenes del pueblo elegido?

Pero al mismo tiempo, tras la objeción «… pues no conozco varón», puede adivinarse otro mensaje de Dios a María, muy secreto, para ella sola, sugerido por el saludo del ángel y que podríamos expresar así: del mismo modo que Abraham fue arrebatado por el amor de Dios que lo llamaba, hasta el punto de consentir sacrificarle a Isaac, al que Dios mismo llamaba «tu hijo único, al que amas», en una obediencia silenciosa y sin reservas, así María, invadida por la gracia de Dios que la colmaba, se sintió llamada a entregarse del todo a este Amor único que la visitaba y a «no conocer varón», a permanecer virgen. Maria estaba penetrada por la Palabra de Dios como por una espada de dos filos: de un lado, la esperanza de la maternidad la sublevaba, y, de otro, se formaba en ella la voluntad de consagrarse al Amor en la virginidad. Desde un punto de vista humano, no había salida entre estos mensajes contrarios, pues ¿cómo llegar a ser madre, si ella no conocía varón, y cómo entregarse a un hombre sin negarse a este Amor que quería tomarla entera? ¿Cómo podía responder a la esperanza de su pueblo y, al mismo tiempo, entregarse al absoluto del amor divino que le hablaba al corazón? ¿No le pedía este amor, como a Abraham, que también ella sacrificara al hijo de la promesa, en el mismo momento en que se le anunciaba?

María estaba sola ante esta cuestión, pues nadie, sin la luz de Dios, podía comprenderla, ni los miembros de su raza, que rechazaban la virginidad precisamente a causa de su esperanza de un Mesías, ni sobre todo José, su prometido, afectado más directamente.

 El misterio de Jesús y María

María se encontraba, de hecho, frente al misterio mismo de Jesús: ¿cómo podía revestirse este niño de la humanidad, naciendo de su carne, y ser, al mismo tiempo, el Hijo de Dios, nacido del Padre y engendrado por el Espíritu? Ese misterio, que ella no podía formular con palabras eruditas, pero que experimentaba mejor que el mismo ángel, se reflejaba directamente en la elección que la dividía, entre la maternidad y la virginidad, entre la obra del Amor y la consagración al Amor, siendo que una cosa parecía exigir la renuncia a la otra: «¡Cómo será eso?»

The icon is displayed in the Tretyakov Gallery, Moscow
Este icono se encuentra en  la Galería Tretyakov de Moscú.

La respuesta del ángel es mucho más que la simple solución de un problema dificil. Exige de María la fe en Dios «para quien nada es imposible», entregándose al poder del Espíritu, el único capaz de conocer y realizar los designios de Dios, que superan las consideraciones de los hombres, como el cielo dista de la tierra. El Espíritu Santo la cubrirá con su sombra, como la nube luminosa se mantenía encima del pueblo en el desierto del Sinaí, como se extenderá también sobre Jesús y los apóstoles en la Transfiguración. El Espíritu de amor realizará en María lo «imposible» haciéndola madre y confirmándole la gracia de la virginidad. María no concebirá a Jesús a pesar de su virginidad, sino a causa de ella, porque al renunciar a «conocer varón», se entrega al Espíritu que formará en ella a Jesús, que no fue engendrado, según san Juan, «ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios» (Jn 1, 13).

María Madre de la Vida
María Madre de la Vida

Mediante el humilde «sí» de su fe y mediante la audacia de su esperanza, compromete María su persona y su vida con la Misericordia de Dios, que se manifestó en ella con su poder y se humilló hacia ella en su benignidad. Por su obediencia, repara la falta de fe y la desobediencia de Eva, y se vuelve, de un modo distinto, la «Madre de los vivientes», gracias al hijo que se le ha dado como primicias del «hombre nuevo», del «hombre espiritual». Como hija de Abraham, María es ahora el modelo de la fe en Jesús, como el Hijo de Dios y el hijo de la Virgen.

La bienaventuranza de María pronunciada por Isabel: «Dichosa la que ha creído en el cumplimiento de lo que se le ha dicho de parte del Señor», retorna, en suma, la bendición del ángel otorgada a Abraham: «Por haber hecho eso, por no haberme negado a tu hijo, a tu único, te colmaré de bendiciones». El Magnificat expresa en María un júbilo semejante a la alegría de Abraham cuando recibió, por segunda vez, a Isaac de la mano de Dios: «En adelante todas las naciones me proclamarán bienaventurada».

La nueva maternidad recibida al pie de la Cruz de Jesús

El relato de la Anunciación nos introduce en el tejido profundo del Evangelio, donde todo se juega en torno a la fe en Jesús y nos invita a reconocer al Hijo de Dios en el hijo de María. Ya se perfila ante nosotros la cima del Evangelio, el relato de la Pasión ordenado enteramente a formar en nosotros una fe semejante a la de María y a la de los apóstoles, a hacernos descubrir en Jesús, humillado, sufriente y muerto en su carne, al Hijo único, al Rey de Israel. La Anunciación contiene en germen el misterio de la Cruz, la prueba del sufrimiento y de la separación, que conduce a la gloria de la Resurrección.

Fue precisamente al pie de la Cruz donde María recibió de su Hijo el don de una maternidad nueva respecto a todos los discípulos, representados por el apóstol Juan, y a la Iglesia, que iba a nacer del costado de Jesús.

El P. Braun, en su libro «La Mére des fidéles» (La Madre de los fieles) (París, 1954, 113ss.), ha mostrado claramente, siguiendo a los Padres, el lazo que existe en el evangelio de Juan entre el relato de las bodas de Caná, el primer signo en que Jesús «manifestó su gloria», y las palabras que dirigió en la cruz a María y al discípulo al que amaba: «He aquí a tu hijo… He aquí a tu madre».

En Caná, Jesús aparta, de entrada, la petición de María y somete su maternidad a la prueba de la separación: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4). Según la interpretación de san Agustín, la hora de Jesús será la de su Pasión, cuando sufrirá en su carne y reconocerá su deuda filial para con María que se la dio; pero esto tendrá lugar a través del dolor del parto espiritual. En efecto, a través de la participación en la Pasión de su hijo, en el momento de la separación suprema en que se le pide que renueve su «fíat», es cuando María recibirá el don de una maternidad que podemos llamar resucitada, pues se realizará después de la Resurrección de Jesús, con la efusión del Espíritu. Las palabras de Jesús dirigidas a María y a Juan los invita ya a creer en la Resurrección, en el mismo instante en que todo parece perderse, en que se consuma la separación según la predicción de las Escrituras.

Nota asimismo el P. Braun que, desde Caná a la Cruz, Maria ha estado sometida a lo que el cardenal Journet llama «la voluntad separadora de Dios, que separa a la Madre del Hijo, como separará al Hijo del Padre». Sufre la prueba de las separaciones dolorosas en su afectividad materna, como lo testimonia la pregunta angustiada a su hijo cuando lo encuentra en el Templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2, 48). Más tarde, cuando lo buscaba entre la muchedumbre, le oirá decir: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» (Mt 12, 48). Pero la prueba, en vez de separarla de Jesús, realiza en ella «la identificación de las voluntades mediante la caridad transformadora». María se ve así conducida de la Anunciación a la Cruz, donde aparecen las dos facetas contrastadas del misterio de la fe y del amor. «María no había estado nunca tan separada de Jesús como lo estuvo en el Calvario, puesto que Jesús le fue arrebatado entonces corporalmente; y, sin embargo, tampoco le estuvo nunca tan unida como al participar en su sacrificio». Ante la Cruz de Jesús, la maternidad de María, aunque sigue siendo carnal, se hizo espiritual, como prearmonizada con el cuerpo resucitado de su hijo y con el Cuerpo de la Iglesia que nacerá de Pentecostés.

La unión de la maternidad y de la virginidad en María

Los evangelistas, a pesar de su relativa discreción respecto a la madre de Jesús, nos han dejado materia suficiente para nutrir la meditación de la Iglesia y procurar a María un lugar de primer plano, detrás de su hijo, en la espiritualidad católica. La devoción a María es un criterio de autenticidad espiritual, pues, desde la Anunciación, el Espíritu Santo continúa obrando por ella. No cabe duda de que conviene vigilar la calidad de esa devoción, para evitar que no acabe en sentimentalismo; debemos darle su pleno tenor evangélico y mantener con esmero el equilibrio de su subordinación a la fe en Cristo. Sin embargo, la baja y, en ocasiones, la desaparición de la devoción a María, es siempre indicio de una crisis grave de la vida espiritual y de la misma fe.

Uno de los signos más reveladores de la acción del Espíritu Santo reside en la unión de la maternidad y de la virginidad en María, que nos hace llamarla «Virgen María». Es más que un hecho milagroso y un privilegio único; es el advenimiento de una gracia plena destinada a toda la Iglesia; y manifiesta la naturaleza del amor que actúa en María y que prosigue su obra en los creyentes.

La maternidad y la virginidad proceden, una y otra, del amor de Dios que se ha revelado en Jesús. La maternidad muestra el poder y la fecundidad de este amor; la virginidad expresa su pureza, su santidad, y demuestra que es de una naturaleza distintas al amor carnal, que tiene su fuente en una altura –o en una profundidad– accesible únicamente a la fe a través de la prueba del desprendimiento y de la superación. La virginidad es un signo convincente de la transcendencia del ágape divino.

La maternidad y la virginidad no se oponen ya, en María, como lo positivo y lo negativo, como la producción y la privación, sino que se convierten en las condiciones de un único amor: la virginidad garantiza la calidad espiritual y la maduración del ágape, y esta, en virtud de su fecundidad, multiplica a «los que han nacido de Dios», renacidos a imagen de Cristo. Por eso podemos considerar la virginidad de María como una fuente privilegiada de la vocación a la castidad consagrada en la Iglesia. María no brinda aquí sólo un ejemplo; sino que nos procura una gracia que nos hace vivir.

La unión de la maternidad y de la virginidad en María demuestra, a quien quiere entenderlo, que el ideal cristiano de la virginidad no procede en el fondo, sean cuales fueren las influencias sufridas a lo largo de la historia, ni de un dualismo que opondría el alma al cuerpo y conduciría al desprecio de este último, ni de un temor sospechoso a la sexualidad. Hay que decir más bien que a través del don de su carne y de su sangre es como María se vuelve la esclava del ágape divino que la incita a la virginidad. De modo semejante, aquellos que están llamados por el Espíritu a una vida consagrada a la virginidad, la realizan mediante la ofrenda continua de su cuerpo al servicio de este amor que les ha seducido, a través del combate contra la carne manchada en favor de la carne purificada, que compromete todos los sentidos.

Existe una filiación directa entre la acción del Espíritu Santo y la virginidad por Cristo. Esta filiación se muestra por primera vez y de una manera única en María. Aparece también en la llamada a la castidad consagrada, signo e instrumento de la pureza esencial del amor de Cristo. Sólo la gracia puede realizar en nosotros esta obra de elección y hacerle producir sus frutos de santificación. Lleva la firma del Espíritu Santo.

Señalemos, por último, que la virginidad y el matrimonio no se oponen tampoco en la obra del Espíritu, porque proceden de un mismo amor que los reúne y coordina. El matrimonio, en virtud de la gracia del Espíritu, adquiere una dimensión nueva significada por la participación en el amor a Cristo y a la Iglesia, que le confiere una fecundidad espiritual (Ef 5, 29-31). Tal es precisamente el amor a Cristo Esposo, que alimenta asimismo la vida consagrada a la virginidad. Semejante vocación da testimonio ante la gente casada de la superioridad del amor espiritual, que penetra también en ellos para profundizar y purificar su afecto. A su vez, el matrimonio cristiano incluye un mensaje destinado a aquellos que han renunciado a él: la advertencia de que la vida entregada a Cristo reclama el don de toda la persona, cuerpo y alma, y debe ser espiritualmente fructuosa en la Iglesia gracias a una generosidad sin cálculo. Entre estos dos modos de vida, matrimonio y virginidad, existen los mismos vínculos profundos que entre los carismas de que habla san Pablo: están regidos por la caridad y sometidos a la ley de la consagración, que los ordena al bien de todos, con una medida superabundante que pertenece a la esencia del amor verdadero.

Más aún, podría decirse que el matrimonio y la virginidad dan testimonio, cada uno a su manera, de la persona de Cristo, tanto en la Iglesia como en Maria: el matrimonio da testimonio en favor de su humanidad y del realismo profundo de su amor; la virginidad es un signo de su divinidad y de la naturaleza espiritual de su ágape. No se pueden separar, del mismo modo que no se puede dividir la persona de Cristo, ni tampoco separarlo de la Iglesia, que es su Cuerpo.

El perfume de María

Se puede aplicar a la Virgen María lo que dijo Jesús a aquella otra María que le ungió con un perfume de gran precio cuando entraba en su Pasión: «Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya» (Mt 26, 13).

Efectivamente, desde la Anunciación la Iglesia repite sin cesar el saludo del Evangelio: «Dios te salve, María, llena eres de gracia», porque ella vertió el perfume de la gracia de que había sido colmada mediante el «fíat» de su fe en el mensaje «imposible» del ángel, y se entregó así, sin medida, al Espíritu para que Jesús pudiera tomar de ella el cuerpo que ofrecería al Padre en la liturgia de su Pasión y de su entierro. El perfume de María de Betania se ha unido al de la Virgen para ungir el cuerpo de Jesús y significar el valor de su Amor. Este «buen olor de Cristo» (2 Co 2, 15), se ha difundido por toda la Iglesia para ungirla también a ella, y a cada uno de nosotros, con la gracia del Espíritu Santo.

 

Comprender y orar ante el Icono de la Natividad

Natividad de Cristo
(Icono de Theófanes de Creta.1546. Monasterio Stavronikita. Monte Athos. Grecia) Texto bíblico: Lucas 2, 1-20
INTRODUCCION.

Este icono sigue el esquema tradicional de la representación del Nacimiento de Jesucristo, según la Iglesia Ortodoxa que reúne en un mismo icono narraciones del Evangelio y de los Apócrifos.

El icono de la Natividad, es el prólogo de esa gran epopeya que es la historia de la salvación. Y como en el prologo de los poemas encontramos sintetizados los puntos destacados de lo que se cantará, así en el icono de la Natividad hallamos el compendio de los misterios del cristianismo: la encarnación, la muerte y la resurrección.

“ Este es el acontecimiento por el que los patriarcas suspiraban, los profetas predecían y los justos deseaban ver” (Juan Crisóstomo. Sermón 34).“Dios se ha manifestado naciendo, la Palabra toma espesor, lo invisible se deja ver, lo intangible se hace palpable, lo intemporal entra en el tiempo, el Hijo de Dios se convierte en Hijo del Hombre” (Gregorio Nacianceno. Sermón 38).

 “¿Qué podemos ofrecerte, oh Cristo, por qué te has mostrado sobre la tierra para nosotros como hombre?. Cada una de tus criaturas te trae su testimonio de gratitud: los Ángeles te ofrecen el canto; los cielos, la estrella; los Magos, sus presentes; los pastores su asombro; la tierra una cueva; el desierto un pesebre. Nosotros en cambio una madre virgen” (Himno de la víspera de Navidad atribuido a Anatolio)

Te proponemos que escuches mientras rezas estos cantos:

Música ortodoxa melquita: Hoy Cristo ha nacido en Belén

Padrenuestro cantado en la liturgia georgiana en arameo 

LA MONTAÑA, ANGELES Y PASTORES

MONTAÑA.- La escena esta encuadrada por una montaña en forma piramidal que se eleva en todo el espacio visual. Es la montaña mesiánica tal como Isaías lo profetizo: “El monte del Señor será erigido  sobre la cima de las montañas y será mas alto que las colinas”…”Él agitará la mano hacia el monte de la hija de Sión, hacia la colina de Jerusalén”.” No se hará mas daño ni mal sobre mi monte santo, porqué el país estará lleno del conocimiento del Señor” Is. 2,2;10,32; 11,9

La montaña del Señor, resplandeciente, viene al mundo, traspasa y trasciende  cada colina y cada montaña, es decir la altura de los ángeles y de los hombres. La montaña es Cristo. En algunos casos el monte presenta dos cimas: las dos naturalezas de Cristo, la humana y la divina.

En primer plano respecto a la montaña se halla siempre representada la Madre de Dios. Esto viene a significar que la montaña es también imagen de la Virgen: “El monte Sión que el ama”. Sal, 77 (78), 68.”Es la montaña que Dios se ha dignado elegir para su estancia”. Sal. 67 (68).17,4.

El centro de la escena lo ocupa una plataforma donde esta María  arrodillada y la cueva del nacimiento en la que Dios se manifiesta.

En esta montaña o nuevo Sinaí, donde Dios se revela, Dios es el que está a la entrada de la cueva y la humanidad simbolizada por María puede mirar cara a cara a Dios sin taparse el rostro, pues Dios esta bajo el velo de la carne en Jesucristo. Dios se ha hecho Hombre. Dios se hace visible y accesible al hombre.

Todo lo contrario pasó en la revelación del Sinaí a Moisés, este se esconde en la cueva y se tapa al paso de Dios, solo le puede ver la espalda, ya que el hombre no puede resistir el esplendor y la belleza divina.

Por eso Dios se encarna para poderse hacer accesible al hombre y pueda ver a Dios sin miedo ni taparse la cara.

ANGELES.- Arriba se hallan representados un grupo de ángeles que cantan mirando al cielo y a la tierra: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Representan la naturaleza angélica que acude al evento extraordinario; uno de ellos, destacado del grupo, se encuentra hablando con uno o más pastores.

Este ángel anuncia al pastor la gran alegría de la salvación y lo hace extendiendo la mano y haciendo el signo de la Encarnación-Trinitaria. : dos dedos juntos y tres tocándose por las puntas. Su significado es la salvación viene del Dios Uno y Trino a través de la Encarnación de Cristo.

El pastor y el ángel están en dialogo. Con la Encarnación de Jesucristo, el mundo divino y el humano empiezan un dialogo que ya nunca se perderá. Dios estará en medio de los hombres y el mismo les hablará y cada hombre podrá hablar directamente con Dios, sin  intermediarios.

PASTOR.- El pastor o pastores representan al pueblo “que caminaba en tinieblas y vio una gran luz”. Is. 9,1. En efecto, había aparecido la luz sobre los habitantes de la tierra de sombras de muerte. “Dijo el ángel: “ Os anunció una gran alegría, os traigo una buena noticia, para todo el pueblo; pues os ha nacido un Salvador, que es el Mesías Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontrareis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre” Os. 10,12; Is. 61,11.

A los pies del pastor hay un niño tocando una flauta, es la antítesis  de la música celestial y hace referencia a un himno de maitines de la vigilia: “ Interrumpiendo el sonido de las flautas pastorales, la armada celestial gritaba…”.

CUEVA, VIRGEN Y EL NIÑO

CUEVA.- En el centro de los iconos se abre una cueva que muestra las entrañas de la montaña. Representa  el infierno y la muerte sobre la que está  suspendido Cristo y que intenta engullirlo. Es la misma vorágine oscura que se halla en los iconos de la Resurrección.

VIRGEN.- Fuera de la cueva, está representada la Madre de Dios. Generalmente está recostada, alguna vez sentada y en algunos arrodillada, como en este caso. Esta postura ultima denota la influencia occidental.

Ella es la Reina que esta erguida a tu derecha, puesto que es la madre del Rey, aquella que goza de la divina confianza y que ha obrado en ella maravillas.

La Virgen generalmente no mira al Niño, sino hacia el infinito custodiando y reflejando en su corazón todo aquello que de extraordinario había acontecido en ella. Lc. 2,19.

Sobre su rostro se lee la tristeza humana de una madre que quería dar algo mas a su Señor y parece decir: “ Cuando Sara trajo al mundo un hijo, recibió vastos territorios como homenaje, yo en cambio no tengo un nido: me ha sido prestada esta caverna donde tu has querido habitar, mi pequeño, Dios antes de los siglos”. Romano el Meloda XIII,14.

La Madre de Dios se halla colocada próxima al corazón de la montaña; “representa la luz que mana de la zarza del Sinaí” Gregorio Niseno, sermón 21, 119.

María  va vestida con su maforion o manto donde las tres estrellas (frente y ambos hombros) proclaman su virginidad antes en y después del parto.

Representan la señal de la santificación obrada en ella por la Trinidad para que fuera progenitora  de Dios.

“Virgen antes, en y después del parto, sola siempre Virgen en el espíritu, en el alma y en el cuerpo”. Juan Damasceno, sermón 57, 5

“Pues Dios era aquel de quien ella nació, por ello la naturaleza su curso mudó… Israel atravesó el mar sin mojarse; ahora la Virgen ha generado a Cristo sin contaminarse. Después de la travesía de Israel, el mar quedó inatravesable; la Inmaculada, después del nacimiento de Emmanuel, permaneció incorruptible” Himno a la Madre de Dios (Theotokion)

Adora a su Hijo y Dios en actitud de esclava del Señor, dispuesta ha hacer todo lo que él diga, así lo expresan sus manos cruzadas en el pecho.

NIÑO.- Entre la Virgen y la entrada de la cueva aparece el Niño envuelto en pañales colocado  más que en un pesebre, en un sepulcro de forma tradicionalmente rectilínea y con las paredes de mampostería.

            El Niño está envuelto como amortajado. Evoca una figura mortuoria, en concreto la imagen de Lázaro, que el pesebre  sarcófago contribuye a evidenciar. “Esta envuelto en pañales por causa de cuantos habían revestido entonces las túnicas de piel”. Romano el Meloda XIII; 14.Gen. 3, 21

            Los paños serán para los pastores  señal del reconocimiento  del Niño, como serán  la señal tangible de la resurrección para las mujeres, Pedro y Juan ante el sepulcro vacío. Lc. 2, 13; Jn. 20,1ss

            Los pañales del Niño son las vendas mortuorias que después aparecerán esparcidas por el sepulcro cuando resucite. Este Niño es ya desde ahora el que va a vencer la muerte con su Resurrección. Nacemos para morir y resucitar con él.

            Ya desde el principio de la vida de Jesús, la Iglesia lo proclama Vencedor de la muerte en la representación de su nacimiento. Es mas la cuna sepulcro esta suspendida sobre las tinieblas de la cueva, el infierno y la muerte. Es el sol de lo alto que nos sacara de las tinieblas de la muerte.

“…su cuerpo fue como un cebo, arrojado en brazos a la muerte, para que mientras el dragón infernal esperaba devorarle, tuviera en cambio que vomitar a aquellos que ya había devorado. Él arrojó la muerte para siempre y secó de todos los ojos las lagrimas.” Cirilo de Jerusalén. Catequesis 12, 15.

“De la Virgen ha nacido el rey de la Gloria, revestido de la púrpura de su carne, que visitó a los prisioneros y proclamó la liberación” de cuantos se hallaban en tinieblas.  Juan Damasceno sermón 55, 4.

“Como Jonás en el vientre de la ballena, Cristo ha entrado en las fauces de la muerte… como nuevo Adán, para recuperar la dracma perdido: el genero humano. Los cielos se inclinan hasta el profundo abismo, en las profundas tinieblas del pecado. Llama portadora de luz, la carne de Dios, bajo tierra disipa las tinieblas del infierno. La luz resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la han visto”. Orígenes. Comentario sobre S. Juan.

ANIMALES.- En el interior de la cueva se distinguen el buey y el asno, en el ámbito eslavo, un caballo. Estos tienen diversos significados.

Simbolizan a los gentiles. El buey  representa el culto a Mitra y el asno la lujuria, representación de aquellos que teniendo el misterio de la Encarnación de Dios delante no saben verlo o no quieren verlo, de ahí que sus miradas inexpresivas se dirijan a un punto perdido.

También son representación de las fuerzas instintivas e irracionales que emergen de las profundidades del alma humana y llevan al pecado y que Cristo amansara y vencerá en su vida, muerte y resurrección.

María representa esa naturaleza que llena de Dios se libera de todo lo que no sea Dios mismo y se espiritualiza hasta el punto de vivir solo por él y para él.

El cuerpo de María es ascético, flaco; el de los animales gordo y redondeado.

Por último representan la Palabra del profeta Isaías: “ el buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel, en cambio, no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento” Is. 1,3

JOSE. PASTOR-DEMONIO.ARBOL

JOSE.- En la parte inferior aparece José pensativo y apartado. Delante de él un hombre vestido con pieles y apoyado en un bastón.José personifica el drama humano: el hombre ante el misterio. José se interroga frente al misterio.José duda sobre el adulterio de María.

DEMONIO-PASTOR.- La literatura apócrifa atribuye a José esta duda y el pastor que habla con él, apoyado sobre un bastón, alimenta y confirma los pensamientos de José ya que es  el diablo que suscita una tormenta de sentimientos encontrados en el interior de José.

El diablo vestido con piel de cabra, le tienta sobre la virginidad de María, diciéndole según los apócrifos: “ Como este bastón que yo llevo no puede producir brotes, del mismo modo un viejo como tu no puede engendrar y una virgen no puede alumbrar”.

Y como todo tentador es sugerente, amable y seductor. De ahí que aparece el diablo de forma tranquila, coloquial y amistosa con José. Este está caviloso sobre la decisión a tomar.

Toda tentación nos hace vacilar, si nuestra mirada no esta puesta en Cristo y sí sobre nosotros mismos.

ARBOL.- La tradición da al pastor el nombre de Tirso. En la antigüedad pagana, el tirso  era un largo bastón atributo típico de Dionisio y de sus sátiros y bacantes, entidades representativas del paganismo y del racionalismo.

Junto al pastor demonio hay un arbolito que brota de un tronco seco. “ un vástago brota del tronco de Jesé, un rebrote sube desde las raíces. Sobre él reposara el Espíritu del Señor… por él rescatara el Señor a su pueblo” Is. 11,1-2. El arbolillo representa una respuesta a las palabras del pastor-demonio. “Dios no es esclavo de las leyes que regulan la vegetación, es su Creador y si hizo brotar la vara de Aarón, mucho mas puede hacer que una Virgen florezca y de fruto”. Cirilo de Jerusalén. Catequesis XII, 28.

NUBE, ESTRELLA, EL ASOMBRO DE LO CREADO


NUBE Y ESTRELLA.- En la parte superior del icono se representa una nube que se retira hacia el cielo o lo muestra.

Los Apócrifos cuentan que “en el momento del nacimiento, la nube que recubría la cueva, se disipó y apareció una gran luz, que la vista no era capaz de mantener. Luego esa luz decreció lentamente y apareció el Niño” Protoevangelio de Santiago 19,2.

La nube evoca la presencia de Dios que puso en las tinieblas su escondrijo. Sal. 17, 12.. La nube es de gran tradición y simbolismo en le Antiguo Testamento y siempre revela la presencia misteriosa de Dios: la nube guía a Israel por el desierto hacia la Tierra Prometida, le revela en el Sinaí, baja sobre el Santuario, se transfigura como una nube en el Tabor y en la Ascensión la nube vela la visión del Resucitado.

De la nube o cielo abierto desciende una haz de luz hasta la tierra que se divide en tres rayos directos hacia el Niño: es la Unidad y Trinidad de Dios que se manifiesta como luz. Al mismo tiempo representa la estrella.

En unas representaciones lleva dentro la paloma del Espíritu, en otras como en este caso, va la cruz: nace para morir y resucitar.

El Hijo de Dios es icono vivo e idéntico del Padre… a través del cual hemos tenido acceso al Padre. Nuestra mente iluminada por el Espíritu, mira hacia el Hijo y en Él, como en un icono, contempla al Padre”. Macario Crisocefalo. Homilía sobre la fiesta de la Ortodoxia. Roma 1980.

La estrella es la culminación de la profecía de Isaías: “ Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz, y la gloria del Señor  amanece sobre ti, mientras la oscuridad envuelve la tierra y las tinieblas los pueblos, sobre ti viene la aurora del Señor…” Is. 60, 1-4.

ASOMBRO DE LO CREADO.- Viene representado por las ovejas o cabras que hay delante del niño que toca la flauta y que miran hacia lo alto. Ellos expresan el asombro de la creación ante tan gran misterio: Dios se hace Hombre. Nadie consigue proseguir en su acción natural, tal es el estupor y temor del Universo que reconoce la presencia de Dios y se detiene extasiado ante su gran misericordia. Todo lo creado queda trastornado ante tanta maravilla.

Esto viene narrado en los Apócrifos: Protoevangelio de Santiago 18, 1-3 y del Himno de la gran Hora de Navidad de la Iglesia Ortodoxa que se inspira en este Apócrifo.

MAGOS

Debajo de los ángeles que cantan el gloria aparecen los tres reyes de oriente a caballo y guiados por la estrella que miran y que tiene forma de cruz dorada y gloriosa, siguen al que morirá para resucitar y dará a toda la humanidad la entrada a la vida eterna.

Los magos representan  a los hombres ajenos a la Antigua Alianza que el nuevo Reino Mesiánico ha de incluir. Los santos y justos, aunque no sean de Israel, son gratos a Dios y Cristo extiende su elección y primogenitura a todos los pueblos, representados por los Magos.

Los Magos prefiguran a las mujeres miroforas que van al sepulcro, ellas se animaban diciendo: “ Apresurémonos, adorémoslo como los Magos y llevémosle como presente ungüentos a Aquél que ya no está envuelto en pañales sino en una mortaja” Oda VI del Canon de los maitines de la Resurrección.

Los Magos, a su vez, como las miroforas, se convirtieron en “divinos heraldos que al volver a su tierra anunciaron a Cristo a todos” Himno Akatistos. De Romano Meloda XII,21.

“Los Magos vieron en manos de la Virgen a Aquél que plasmó con sus manos a los hombres; comprendiendo que era el Señor, aunque hubiera tomado forma de siervo, se apresuraron a honrarle con un triple don, como el himno de los Serafines que lo proclama tres veces Santo” Himno Akatistos de Romano Meloda XII,21.

La tradición iconográfica ha transmitido una constante de los Magos: la edad. Presentan en efecto unas semblanzas juveniles, adulto y viejo, reproduciendo así las tres edades del hombre en una única síntesis visual.

BAÑO. COMADRONA EVA

COMADRONA.- En la parte inferior de este icono hay dos mujeres que preparan el baño al niño. Esto es influencia de la iconografía helenística que tanto ha influido en el arte cristiano. Aunque tiene su desarrollo cristiano en los Apócrifos, en concreto en el Protoevangelio de Santiago 19 y 20. Allí se narra como una partera testimonia la maternidad divina de María y Salome certifica la virginidad de María y ayudan a esta bañando al Niño.

Según la tradición la comadrona es Eva que junto a Salome se ocupan del Niño. Eva da la vida mortal, María la Inmortal. María pone en manos de Eva la Vida Inmortal: su Hijo.

En este icono hay dos figuras del Niño Jesús, que no es tan niño, siempre se le representa con cara de mayor, con entradas en el pelo, porque ya des del principio es verdaderamente hombre.

El Niño Jesús del sepulcro acentúa su resurrección, su divinidad.

El Niño Jesús del baño en manos de Eva, acentúa su debilidad y muerte, su humanidad. Como Hombre necesita de cuidados, atenciones y cubrir sus necesidades. Es por tanto hombre, no solo en apariencia sino realmente.

Es la síntesis de todo el icono: Jesucristo  Dios y Hombre.

BAÑO.- Pero esta imagen del baño ha adquirido un significado sacramental: el bautismo.

El recipiente donde se le va a bañar tiene forma de pila bautismal. Prefiguración  de su muerte y descenso a los infiernos.

El baño es como un entierro en sepulcro liquido, el mismo en que esta inmerso el Cristo en el icono de la Epifanía.

“En el sacramento del bautismo, el acto de descender en las aguas y volver a salir simboliza el descenso a los infiernos y la salida de esta morada junto con Cristo” Juan Crisóstomo. Homilía 40.

“Por el bautismo morimos con Cristo para resucitar con él”  Rm. 6, 1-4.

 

Bendición de la cena de Nochebuena y comida de Navidad

Bendición de la mesa
Bendición de la mesa

La Parroquia Santa Eugenia os desea una Feliz Navidad. Para esta noche tan especial que celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, os proponemos una serie de oraciones para bendecir la cena de Nochebuena.

Bendición de la cena de Nochebuena

Hoy, Nochebuena, tenemos, de manera especial y como centro de nuestra familia a Jesucristo, nuestro Señor».

Vamos a encender un cirio en medio de la mesa para que ese cirio nos haga pensar en Jesús y vamos a darle gracias a Dios por habernos enviado a su Hijo Jesucristo.

Gracias Padre, que nos amaste tanto que nos diste a tu Hijo.
Señor, te damos gracias.
Gracias Jesús por haberte hecho niño para salvarnos.
Señor, te damos gracias.
Gracias Jesús, por haber traído al mundo el amor de Dios.
Señor, te damos gracias.
Señor Jesús, Tú viniste a decirnos que Dios nos ama y que nosotros debemos amar a los demás,
Señor, te damos gracias.
Señor Jesús, Tú viniste a decirnos que da más alegría el dar que el recibir,
Señor, te damos gracias.
Señor Jesús, Tú viniste a decirnos que lo que hacemos a los demás te lo hacemos a Ti.
Señor, te damos gracias.
Gracias María, por haber aceptado ser la Madre de Jesús.
María, te damos gracias.
Gracias San José, por cuidar de Jesús y María.
San José, te damos gracias.

Gracias Padre por esta Noche de Paz, Noche de Amor, que Tú nos has dado al darnos a tu Hijo, te pedimos que nos bendigas, que bendigas estos alimentos que dados por tu bondad vamos a tomar, y bendigas las manos que los prepararon.

Niño Dios, tú que llegaste al mundo para salvar, te pedimos años de paz.
Niño Dios, tú que naciste en un pesebre, te pedimos que no haya más miserias en el mundo.
Niño Dios, tú que naciste de una madre Virgen, te pedimos pureza en este mundo.
Niño Dios, tú que eres Salvador, sálvanos de los desastres que nos provoca la naturaleza.
Niño Dios, tú que nos diste la vida para vivirla, que la vivamos de acuerdo a tu gloriosa vida.

¡Amén!

Bendición de la cena de Nochebuena

Bendícenos, Señor, al reunirnos para cenar en esta noche de luz y celebrar así tu presencia junto a la llamada que nos haces a nacer siempre de nuevo. Bendice esta mesa símbolo del compartir que tú quieres realizar con todos los seres humanos. Manifestación de los dones que nos has hecho a través del trabajo de este año y de la generosidad que nos invitas a cultivar. Que esta noche y siempre nos visite el ángel de la Buena Noticia y abra nuestro espíritu a la gratitud, al sosiego de las cosas bien hechas de las que fluye ese empeño por que nadie quede excluido ni de la mesa ni de la fiesta. Bendice con tu paz nuestro mundo, y visita a todos los que te invocamos para que ésta y todas las noches tu presencia las haga buenas.

¡Amén!

¡¡Os esperamos a todos en la Misa del Gallo a las doce de la noche en la Parroquia Santa Eugenia!!

Después de la Eucaristía, bajaremos a tomar algo y aprovecharemos para felicitarnos la Navidad.

Bendición de la comida de Navidad

Dulce Niño de Belén, haz que penetremos con toda el alma en este profundo misterio de la Navidad. Pon en el corazón de los hombres esa paz que buscan, a veces con tanta violencia, y que tú sólo puedes dar. Ayúdales a conocerse mejor y a vivir fraternalmente como hijos del mismo Padre.

Descúbreles también tu hermosura, tu santidad y tu pureza. Despierta en su corazón el amor y la gratitud a tu infinita bondad. Únelos en tu caridad. Y danos a todos tu celeste paz.

Oración al Niño de Belén de Juan XXIII

Bendición de la comida de Navidad

Bendice nuestra mesa, esta familia reunida en torno a Ti. Un año más nos reunimos para celebrar el regalo de tu venida. Queremos darte gracias por los bienes de que disfrutamos, una comida preparada con cariño, una casa caliente, regalos, etc. Y sobre todo que estamos junto con las personas que nos quieren. Danos alegría, paz, salud, trabajo… pero sobre todo danos un corazón capaz de recibirte todos los días de nuestra vida. Te pedimos por todos aquellas personas que en esta Navidad están solas, sufren, carecen de paz y amor, por todos aquellos a quienes les falta lo necesario para vivir con dignidad, que puedan recibir tu Amor y consuelo. Abre nuestros ojos y nuestro corazón para ver en ellos tu presencia. Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor.

Propuestas de Regalos para esta Navidad

Queridos amigos, hoy os proponemos algunas ideas para cómo, donde y cuando comprar algunos de los regalos de Navidad.

Hacer regalos con cabeza es algo necesario en estos días que corren.

Los cristianos hace unos días que comenzamos a preparar en nuestro corazón la llegada del Rey de la Paz, que iluminará con su luz, como cada Navidad, nuestras vidas. En los últimos años, hemos ido viendo, como esta fiesta tan importante se ha visto rodeada de muchas cosas superfluas. Esto ha provocado que la venida del Salvador haya pasado a un segundo plano. Desde la parroquia Santa Eugenia, os hemos querido ayudar en estos días del Adviento a reflexionar sobre ello y, sobretodo, a prepararnos para recibir a Jesús como se merece.

Algunas propuestas de regalos
  1. El grupo de Cañada de la Parroquia se vio desbordado de la cantidad de cartas apadrinadas que muchos de vosotros les pedisteis. Aun así, a lo largo de este año seguirán necesitando mucha ayuda material, personal y espiritual para llevar a cabo el precioso proyecto que tienen entre manos.
  2. El centro de día «Primera Prevención» de la parroquia Santa María del Pozo y Santa Marta nos invita a colaborar con las familias que ellos atienden. Están en la Albufera en la «Plaza Vieja» frente a la pista de hielo hasta este viernes de 10 a 14h y de 16 a 21h. ¡Tienen de todo!

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3. Hay una iniciativa de crowfunding que se llama «El Rey de la casa» que confecciona regalos para el hogar y la familia. Sígueles en Instagram y Facebook

Algunas propuestas
Algunas propuestas

«Ha llegado el momento de sacar a la luz el esfuerzo de varios años, un cuidadoso trabajo de ilustración que tiene como objetivo llenar de ilusión y sonrisas tu casa. Llega para todos vosotros este nuevo proyecto, una nueva marca, fantásticos y originales productos que no podrás pasar por alto, llega El Rey de la Casa«.

Algunas ideas
Algunas ideas
  1. 4. La tienda de Cáritas Madrid ofrece un sinfín de cosas.  Esta es una buena ocasión  para regalar algo diferente, algo hecho con el corazón y algo que ofrece esperanza a muchas personas. En la Tienda de Cáritas Madrid nos podemos encontrar bolsos, tanto de tela como de piel, pequeños o con gran capacidad muy suaves al tacto, carteras, collares…. Calle Orense, 32. Madrid. 915566447 latiendadecaritas@caritasmadrid.org

5. La tienda virtual Blessings nació hacer un par de años de la mano del matrimonio de Olatz y José. Ellos vieron la necesidad personal de mostrar a los más pequeños el tesoro más grande que tienen: su fe. Animados por el Papa y siguiendo el desafío de anunciar el Evangelio y afirmando con él que “nuestra revolución” es evangelizar, donarse y dar testimonio de Jesús. Sígueles en Instagram y mira qué regalos más bonitos tienen.

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Baberos con encanto
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Tazas molonas

 

La Inmaculada Concepción

La Inmaculada Concepción significa que María es la primera salvada por la infinita misericordia del Padre, como primicia de la salvación que Dios quiere donar a cada hombre y mujer, en Cristo. Por esto la Inmaculada se ha convertido en icono sublime de la misericordia divina que ha vencido el pecado. Y nosotros, hoy, al inicio del Jubileo de la Misericordia, queremos mirar a este icono con amor confiado y contemplarla en todo su esplendor, imitándola en la fe. SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA. PAPA FRANCISCO. ÁNGELUS Plaza de San Pedro. Martes 8 de diciembre de 2015

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