CARTA PASTORAL

Noticia del Boletín 111 – Año 3, del 28 de junio de 2020

Querida Familia:

Llegamos al final de este curso con la celebración de Santa Eugenia, testigo del Amor de Jesús. Si hay una palabra que resume quién es Cristo y el verdadero sentido de nuestra vida es justamente eso: AMOR. Existimos para amar y ser amados.

Por ello, en octubre, acogíamos las palabras de San Juan Pablo II que han sido el lema de nuestra Familia en este 2019-20: “Abre las puertas de tu corazón a Cristo”. Somos cristianos cuando libremente decidimos darle el corazón a Cristo; no sólo darle tiempo, pequeños o grandes esfuerzos, sino el corazón.

Es entonces cuando comprendemos el Evangelio de este Domingo, en la fiesta de nuestra Patrona: “el que no toma su cruz y me sigue detrás, no es digno de Mí”. Sin duda, este curso está marcado especialemente por la cruz tras la entrada de la pandemia. Estamos experimentando miedos, cansancios, incertidumbres, en un ambiente de mucho dolor… Y, todo esto, ¿para qué? ¿qué sentido tiene?

Dios no está lejos sino que grita dentro de nuestro corazón para hacerse compañero en nuestra cruz, cargarla con nosotros y hacer todo realmente nuevo. Paradojas de la Fe. Cada vez que pienso en esto, recuerdo un momento de la película de La Pasión, cuando María corre hacia Jesús que cae bajo el peso de la cruz, y el Señor la mira, y su frase en ese momento dramático es: “mira Madre, cómo hago nuevas todas la cosas”. Pensemos un poco en ello. Quizá Dios nos está regalando un tiempo de conversión hacia lo esencial: amar y ser amados.

El Amor tiene forma de cruz: perdón, compasión, ponerme en el lugar del otro, vivir en verdad, generosidad, paciencia, misericordia, son características del Amor verdadero que regenera la vida personal y social. No sólo palabras bonitas o sentimientos momentáneos y viscerales: el Amor es ofrenda gratuita de todo lo que somos y tenemos, en cuerpo y alma, porque si no tengo amor no soy nada (1 Co 13, 2).

El Espíritu Santo está viniendo en nuestra ayuda para realizar en nosotros este proyecto de Amor como en un nuevo Pentecostés. Amar y ser amados no es para héroes o superdotados sino para los hijos que se abren con una confianza ciega a la acción del Espíritu de Dios, que se está derramando hasta el punto de convertir nuestros hogares, como ha sucedido a lo largo del confinamiento, en pequeñas “Iglesias domésticas” donde se comparte a Jesús.

Esto es un signo de nuestros tiempos: hacer de cada hogar el primer lugar donde la familia reza, acoge al Espíritu y experimenta la Presencia de un Dios “con zapatillas de andar por casa”.

Junto a la Cruz está siempre María, nuestra Madre. Desde el inicio del estado de alarma renovamos nuestra consagración a su Corazón Inmaculado poniendo nuestra vida en Sus manos. Ella es signo de consuelo y de firme esperanza (Lumen Gentium 68). En este curso sigue creciendo en nuestra Familia parroquial la necesidad de buscar a María, aprender de Ella y acogernos al cuidado de la Madre. ¡Está con nosotros, abrazándonos en la cruz de cada día! Ese abrazo lo dedica especialmente a los enfermos, los mayores, los que han despedido a sus seres queridos hacia el Padre, los mismos difuntos que han ofrecido su vida a Dios en esta pandemia, los que padecen ahora la crisis económica… María abraza y nos enseña a abrazar. Desde nuestra Familia parroquial, para ellos, todo nuestros cariño, oración y solidaridad.

Finalmente: GRACIAS. Celebramos la Fiesta de Santa Eugenia con el regalo de la ordenación diaconal de Pepe, que se ha hecho entrañable entre nosotros desde su sencillez y su testimonio de amor. La cruz siempre es promesa de nuevos frutos, de una nueva primavera que tras el invierno nos hace ver la obra de Dios en lo secreto y lo oculto hasta el esplendor de la resurrección. Ya hemos podido comprobar cómo a través de la oración y las redes sociales, nuestra Familia parroquial ha permanecido unida porque nos necesitamos. Descubrir esta necesidad de hermanos, de compartir la Fe con los demás, es un fruto y un anticipo de todo lo que el Padre está haciendo a través de la cruz. En efecto, ni podemos ni queremos ir detrás de Jesús en soledad sino con la Iglesia. GRACIAS. Estamos en camino… siempre hacia delante, fijos los ojos en Jesús.

Junto a Benedict y a Pepe, os quiere y os bendice:

Rubén Inocencio González (Párroco)