BAUTISMO

El Bautismo «es el más bello y magnífico de los dones de Dios […] lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios». SAN GREGORIO NACIENCENO.

¿Queréis bautizar a vuestro hijo?
¿Qué es el Bautismo?

Para saber más

Dios, al crear al hombre, le concedió el don de la gracia santificante, elevándolo a la dignidad de hijo suyo y heredero del cielo. Al pecar Adán y Eva se rompió la amistad del hombre con Dios, perdiendo el alma la vida de la gracia. A partir de ese momento, todos los hombres con la sola excepción de la Bienaventurada Virgen María nacemos con el alma manchada por el pecado original.

La misericordia de Dios, sin embargo, es infinita: compadecido de nuestra triste situación, envió a su Hijo a la tierra para rescatarnos del pecado, devolvernos la amistad perdida y la vida de la gracia, haciéndonos nuevamente dignos de entrar en la gloria del cielo.

Todo esto nos lo concede a través del sacramento del bautismo: Con El hemos sido sepultados por el bautismo, para participar en su muerte, de modo que así como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una nueva vida» (Rom. 6, 4).

El Bautismo es el sacramento por el cual el hombre nace a la vida espiritual, mediante la ablución del agua y la invocación de la Santísima Trinidad.

Nominalmente, la palabra bautizar (‘baptismsV’ en griego) significa ‘sumergir’, ‘introducir dentro del agua’; la ‘inmersión’ en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El (cfr. Rm. 6, 3-4; Col 2, 12) como ‘nueva criatura’ (2 Co. 5, 17; Ga. 6, 15) (Catecismo, n. 1214).

        Entre los sacramentos, ocupa el primer lugar porque es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (Catecismo, n. 1213).

San Pablo lo denomina baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo (Tit. 3, 5);

San León Magno compara la regeneración del bautismo con el seno virginal de María;

Santo Tomás, asemejando la vida espiritual con la vida corporal, ve en el bautismo el nacimiento a la vida sobrenatural.

La materia

La materia del bautismo es el agua natural (de fe, Conc. de Florencia, Dz. 696).

Las pruebas son:

1o. Sagrada Escritura: lo dispuso el mismo Cristo (Jn. 3, 5: quien no naciere del agua… ) y así lo practicaron los apóstoles (Hechos 8, 38; llegados donde había agua, Felipe lo bautizó…; Hechos 10, 44-48).

2o. Magisterio de la Iglesia: lo definió el Concilio de Trento: si alguno dijere que el agua verdadera y natural no es necesaria para el bautismo… sea anatema (Dz. 858).

Trento hizo esta definición contra la doctrina de Lutero, que juzgaba lícito emplear cualquier líquido apto para realizar una ablución. Otros textos del Magisterio: Dz. 412, 447, 696. Sería materia inválida, por ejemplo, el vino, el jugo de frutas, la tinta, el lodo, la cerveza, la saliva, el sudor y, en general, todo aquello que no sea agua verdadera y natural.

3o. La razón teológica encuentra además los siguientes argumentos de conveniencia para emplear el agua:
– el agua lava el cuerpo; luego, es muy apta para el bautismo, que lava el alma de los pecados;
– el bautismo es el más necesario de todos los sacramentos: convenía, por lo mismo, que su materia fuera fácil de hallar en cualquier parte: agua natural (cfr. S. Th. III, q. 66, a. 3).


La ablución del bautizado puede hacerse ya sea por infusión (derramando agua sobre la cabeza) o por inmersión (sumergiendo totalmente al bautizado en el agua):

«El bautismo se ha de administrar por inmersión o por infusión, de acuerdo a las normas de la Conferencia Episcopal» (CIC. c. 854).

Para que el bautismo sea válido

a) debe derramarse el agua al mismo tiempo que se pronuncian las palabras de la forma;
b) el agua debe resbalar o correr sobre la cabeza, tal que se verifique un lavado efectivo (en caso de necesidad p. ej., bautismo de un feto bastaría derramar el agua sobre cualquier parte del cuerpo).

La forma

La forma del bautismo son las palabras del que lo administra, las cuales acompañan y determinan la ablución. Esas palabras son: «Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».

Esta fórmula expresa las cinco cosas esenciales:

1o. La persona que bautiza (ministro): Yo
2o. La persona bautizada (sujeto): te
3o. La acción de bautizar, el lavado: bautizo
4o. La unidad de la divina naturaleza: en el nombre (en singular; no ‘en los nombres’, lo que sería erróneo)
5o. La distinción de las tres Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.