SACRAMENTOS

¡Cuántas veces nos hemos preguntado qué es un sacramento! Ante un bautismo, una confirmación, una primera comunión, un matrimonio. Intuíamos que era algo que había que hacer. Pero, ¿por qué? ¿Quizás por costumbre social?: «todo el mundo lo hace». ¿Quizás por temor?: «a ver si al chico le pasa algo». ¿Quizás por fe?: «quiero estar en gracia de Dios». ¿Quizás por las tres cosas?

Desde estas páginas intentaremos ir respondiendo a estas preguntas y a otras más. Estas respuestas serán una búsqueda en la fe, un intento de comprender creyendo.

El sacramento: signo de algo que no se ve

Un amigo llega a casa. Le ofrecemos la mano, lo abrazamos, lo besamos. Quizás le ofrezcamos un vaso de agua o le sirvamos un café. Charlaremos, reiremos y lloraremos juntos. Al despedirnos sentiremos que algo se nos va con él…

La mano, el abrazo o el beso, el agua o el café, la palabra, la risa o el llanto habrán tratado de expresar algo invisible, pero no por eso irreal; algo profundo, pero no por eso incomunicable.

Los hombres necesitamos de los gestos para expresarnos. No somos ángeles. Somos seres con cuerpo y alma. Así, los gestos vienen a decir lo que el corazón siente.

¿Qué tiene que ver esto con los sacramentos? Mucho. Dios, al darse a conocer, lo hace desde lo que el hombre es. Dios, al revelarse, no lo hace con «ideas» o «conceptos». La Iglesia dice que los hace con «gestos y palabras». Los sacramentos son, entonces, la mano, el abrazo o el beso, el agua o el café, la palabra, la risa o el llanto de Dios hacia los hombres.

El sacramento: ¿solo un signo?

Le habíamos tendido la mano al amigo. Y habíamos dicho que la mano expresaba, significaba, el amor por el amigo. Pero, ¿solamente eso? Al tender la mano al ser que amamos, no sólo estamos «expresando» nuestro amor: también lo estamos «construyendo».

Si esto pasa con los hombres, ¡Cuánto más con Dios ! En los sacramentos, Dios no sólo nos dice que nos ama: también nos hace entrar en su amor.

La Iglesia dice:

«los sacramentos son «signos eficaces», «eficientes», de la gracia de Dios». Es decir, no sólo «significan» algo que no se ve, el amor (gracia) de Dios, sino que también lo «hacen presente» en nuestras vidas.

El sacramento de Dios

Dios dirigió su palabra a los hombres desde siempre. Lo hizo al crear el mundo: la creación nos habla de Dios si la sabemos escuchar. Lo hizo, de una manera especial, al elegirse un pueblo: «Dios dirigió su palabra a Abraham» (Gen 12,1). Pero lo hizo de una manera definitiva al darnos a su Hijo: «Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros» (Jn 1,14).

Cristo es el sacramento de Dios. «De él todos hemos recibido gracia sobre gracia» (Jn 1,16). «El es imagen de Dios invisible» (Col 1,15).

Cristo es quien nos «cuenta» a Dios: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que esta en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Y no sólo nos «cuenta» a Dios, sino que también nos da su gracia: «Porque la Ley fue dada por Moisés; pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (Jn 1,17).

La Iglesia dice: «Cristo es el autor de los sacramentos». Porque es de él, Palabra de Dios hecha carne, entregado por amor a los hombres y resucitado para nuestra salvación, es de él de quien recibimos la gracia.

EL Sacramento de Cristo

Nos dice San Pablo: «El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia» (Col 1,18). Y es que en la Iglesia Dios muestra su gracia en la historia. Toda gracia que llega a los hombres es gracia de Cristo y es gracia en la Iglesia.

«La Iglesia nos dice el Concilio Vaticano II es sacramento universal de salvación» (LG 48): ella misma es signo de la gracia y el amor de Dios en la historia.

La Iglesia, a través de su misión, de su palabra y de su obra, nos «significa» la voluntad de Dios: «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2,4).

Los sacramentos de la Iglesia

¿Cómo hace la Iglesia para hacer presente en nuestra historia la gracia de Jesús? Lo hace acompañando nuestra vida:

* Al nacimiento corresponde el Bautismo, por el que nacemos a la vida de la Iglesia y del amor de Dios.

* Cuando llegan los días de la madurez y la decisión, el Espíritu nos asiste con su poder en la Confirmación.

* No podemos vivir sin alimentarnos. En la Eucaristía comemos y bebemos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, construyendo un mundo de amor con nuestros hermanos.

* Dios bendice el amor que los esposos se prometen en el Matrimonio, amor que ahora es invitado a darse generosamente al mundo y a la vida «significando» el amor con que Cristo se dio a los hombres.

* En el Orden Sagrado (sacerdocio) Dios se hace presente como «otro Cristo» que construye la reconciliación y la unidad entre los hombres.

* ¿A veces no ofendemos al hermano y al mismo Dios? Pero Dios nos ofrece su perdón en el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación. ¡No podríamos vivir sin perdón!

* Y en el momento de la enfermedad, Dios nos da su consuelo y su salud en la Unción de los enfermos.

Dios, entonces, hace presente la gracia de Cristo a través de los sacramentos de la Iglesia. Y si bien Dios da su gracia a quien quiere y como quiere, habitualmente lo hace a través de los siete sacramentos en su Iglesia.

¿Qué nos queda por decir acerca de los sacramentos? La búsqueda de comprender creyendo no acaba nunca. ¿Cómo abarcar en unas páginas y en todas las páginas del mundo la maravilla de la presencia de Dios entre nosotros? ¿Cómo abarcar su amor?

A los antiguos les gustaba hablar de misterio. Pero «misterio» no es sólo lo oculto, lo desconocido. Es, más bien, la acción salvadora de Dios que se nos dio a conocer en Jesucristo: «revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente … y dado a conocer a todos … para la obediencia de la fe» (Rm 16,2526). De este misterio hablamos porque en él creemos.

¿Cómo accedemos a los sacramentos?

Un encuentro no se improvisa. Cuando dos amigos se encuentran suponemos que antes hubo una invitación por parte de alguno de ellos. Quizás a través de una carta o de un llamado. Pero, en cualquier caso, fue a través de la palabra. Alguno de los dos, decimos, tuvo la iniciativa, porque sintió en su corazón el deseo de encontrarse, y así, a través de una propuesta, manifestó su voluntad.

El otro amigo se habrá sentido movido, interiormente, a ese encuentro. A la propuesta del amigo siguió su respuesta: «Sí, yo también quiero verte». El encuentro se produjo porque hubo una iniciativa, una propuesta y una respuesta.

Todo esto nos ayuda a comprender los sacramentos. La iniciativa es de Dios. San Juan nos dice, en su primera carta, que «Dios nos amó primero» (1 Jn 4,19), y porque nos amó «nos envió a su Hijo» (1 Jn 4,10). A la iniciativa de Dios, que es su amor, siguió una propuesta: Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros. Esta propuesta se nos hace presente en cada sacramento. Pero Dios nos quiere libres: espera nuestra respuesta para que el encuentro se produzca.

Momentos especiales, «fuertes», de encuentro entre Dios y el hombre, entre los hombres en Dios: esto son los sacramentos. Palabra que aguarda nuestra palabra. Llamada que aguarda contestación. No son un monólogo de Dios: son un diálogo entre Dios y los hombres.

Los sacramentos de la fe

Nos dice el Concilio Vaticano II:

«(los sacramentos) … no sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y gestos; por eso se llaman sacramentos de la fe» (SC 59).

Los sacramentos suponen la fe. Nadie se acercaría sin fe en la gracia de Dios presente en él. Todo sacramento se realiza en el ámbito de una comunidad de fe, la Iglesia. Y esta fe eclesial es condición para que el sacramento sea eficaz. ¿Podemos pensar que Cristo nos dé su salvación si no estamos abiertos en la fe a recibirlo? Porque Dios respeta al hombre en su totalidad es que ofrece su salvación (su propuesta) apelando a la libertad y a la fe (a la respuesta) del hombre.

Los sacramentos expresan la fe. Cuando nos reunimos para un bautismo, una confirmación o un matrimonio, nos reunimos en comunidad, en Iglesia. Y todos juntos expresamos y celebramos nuestra fe en el Dios que interviene en nuestra historia con su salvación y su amor. Por eso el sacramento, al ser testimonio de la fe de la Iglesia, es anuncio de la Buena Nueva a los hombres.

Los sacramentos robustecen y alimentan la fe. Nos hacen crecer en la salvación hasta la estatura de Cristo. Como decíamos más arriba, los sacramentos acompañan nuestra vida para que, como Jesús, crezcamos «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52).

¿Cómo nos acercamos a los sacramentos?

En lo que los sacramentos tiene de humano, ¿podemos desvirtuarlos? Si son una propuesta a nuestra libertad, ¿podemos responder mal? Sí. Y de muchas maneras.

Podemos pensar que la vida se reduce a la práctica sacramental, y caer así en sacramentalismo. Entonces, la salvación de Cristo que se nos da en los sacramentos no significa nada en nuestra vida concreta. «Soy cristiano» significa: «comulgo, confieso mis pecados, bautizo a mis chicos, les hago tomar la primera comunión», y nada más.

También podemos pensar, en esta sociedad de consumo, que con los sacramentos pasa algo similar a todos los objetos que nos rodean. Se nos dice: «para «ser alguien» hay que tener tal o cual cosa; hay que consumir tal o cual otra». Trasladado a los sacramentos, la conclusión sería que hay que acumular y consumir gracia, como si fueran acciones o dólares con los cuales pasamos a «ser alguien» para Dios.

Y también, finalmente, podemos acercarnos al sacramento con una mentalidad mágica: «Dios hará lo que yo quiera». Así, por un lado, intentamos manejar lo sagrado, y, por otro lado, olvidamos que la eficacia del sacramento pasa también por nuestra disposición y apertura al encuentro con Dios. Y Dios no se deja manipular ni manejar por nadie.

Los sacramentos: acción de Dios y acción del hombre

El Padre, en el Espíritu, obró la salvación en el Misterio Pascual de su Hijo. «De su costado brotó sangre y agua» (Jn 19,34), simbolizando los sacramentos de la Iglesia. En ellos Dios y los hombres manifiestan el deseo de la salvación y la hacen presente en la historia.

Los sacramentos van más allá de los ritos sacramentales. Son momentos fuertes en los que Dios nos dice que toda nuestra vida ha de ser sacramental, es decir, signo eficaz y vivo del amor de Dios que salva a los hombres.